ATAJAR LA CRISIS DE REFUGIADOS: REPARTIR, NO ELUDIR LA RESPONSABILIDAD

refugiadossiriaDe Salil Shetty, Secretary General of Amnesty International, 4 octubre 2016

El 19 de septiembre de 2016, la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU), colectiva y espectacularmente, defraudó a los 21 millones de refugiados del mundo.

La reunión plenaria de alto nivel de la Asamblea General de la ONU sobre la respuesta a los grandes desplazamientos de personas refugiadas y migrantes tenía como fin abordar la crisis global de refugiados, una crisis en la que, a diario, millones de personas que huyen de la guerra y la persecución en países como Siria, Sudán del Sur, Myanmar o Irak sufren niveles intolerables de pobreza y violaciones de derechos humanos. Los dirigentes mundiales reunidos en la Asamblea General acordaron un documento final donde decía que ayudarían, pero no un verdadero plan. Palabras huecas que no cambian nada.

Ningún giro posterior a la cumbre puede servir de consuelo a los dirigentes mundiales. Fracasaron colectivamente. Comprometerse a cooperar para hacer frente a la crisis de refugiados evitando al mismo tiempo cualquier acción concreta no es progresar. Aplazar la adopción de un plan global sobre refugiados a 2018 no es progresar. Eliminar el único objetivo tangible, reasentar anualmente al 10 % de las personas refugiadas, no es progresar. Sin embargo, no todos los Estados fallaron. Unos cuantos países han demostrado liderazgo, como Canadá, que admitió a 30.000 refugiados el año pasado. Pero la mayoría dedicó los meses precedentes a la cumbre a asegurarse de que no había ningún progreso.

La cumbre de la ONU tenía una meta razonable: repartir entre los Estados la responsabilidad sobre los refugiados del mundo. Hay 193 países en el mundo. Y 21 millones de personas refugiadas. Más de la mitad de estos refugiados, cerca de 12 millones de personas, viven en sólo 10 de esos 193 países. Es una situación intrínsecamente insostenible. Los países que acogen tales cantidades de personas refugiadas no pueden atenderlas. Numerosos refugiados viven en la miseria absoluta, sin acceso a servicios básicos y sin esperanza en el futuro. No sorprende que muchos estén desesperados por irse a otra parte. Y algunos están dispuestos a arriesgarse en un peligroso viaje para alcanzar una vida mejor.

Si todos los países, o la mayoría, aceptaran un reparto justo de la responsabilidad de acoger refugiados, ningún país se vería sobrepasado por la situación.Un “reparto justo” puede estar basado en criterios razonables como el nivel de riqueza nacional, el tamaño de población y la tasa de desempleo, criterios de sentido común que tienen en cuenta que la llegada de refugiados, al principio, repercutirá en los recursos y la población locales.

Sin duda algunos condenarán esta solución por ser demasiado simplista. Desde luego, no los países que acogen a cientos de miles de refugiados. Los que no están dispuestos a aceptar un reparto justo buscarán objeciones y motivos por los que consideran esta solución impracticable. Pero es falta de liderazgo. Además, no enfrentarse a la realidad denota bajeza moral e intelectual. Hay 21 millones de personas refugiadas, que necesitan un lugar donde vivir a salvo. El “criterio” actual, aceptado por numerosos líderes mundiales, es la proximidad geográfica a los países desgarrados por la guerra, con independencia de la capacidad de estos países limítrofes. Cuesta imaginar un criterio más inútil para abordar un problema. Pero muchos de los dirigentes mundiales se están basando en él para actuar.

Si desglosamos los números de la crisis mundial de refugiados, la desigual respuesta de los Estados queda bien patente. Esto se debe a que el problema no está en el número de personas refugiadas, sino en que la inmensa mayoría (el 86 % según datos del ACNUR, la agencia de la ONU para los refugiados) son acogidas por países de ingresos medios y bajos.

Mientras, muchos de los países más ricos del mundo son los que acogen al menor número de personas y los que menos hacen. Por ejemplo, Reino Unido ha admitido a unos 8.000 nacionales sirios desde 2011, mientras que Jordania –con una población casi 10 veces menor que Reino Unido y sólo el 1,2 % de su PIB– acoge a cerca de 655.000 refugiados de Siria. La población total de refugiados y solicitantes de asilo en Australia es de 58.000, frente a las 740.000 de Etiopía. Un reparto tan desigual de la responsabilidad está en el origen de la crisis mundial de refugiados y de los múltiples problemas que afrontan.

A raíz de una iniciativa del presidente Obama tras la fallida cumbre de la ONU, 18 países elevaron su grado de compromiso para admitir a 360.000 refugiados globalmente. Pero esta cantidad de 360.000 debe verse en el contexto de los más de 21 millones de refugiados que hay en todo el mundo, de los cuales 1,2 millones son personas que el ACNUR considera que están en situación de vulnerabilidad y necesitan desesperadamente ser reasentadas. Lo cierto es que estamos prácticamente a cero en términos de reparto real de la responsabilidad.

No es cuestión simplemente de enviar ayuda monetaria. Los países ricos no pueden pagar para mantener a la gente “allá lejos”. El resultado es que personas que han huido de la guerra ahora están soportando condiciones de vida embrutecedoras y muriendo de enfermedades perfectamente tratables. Huyeron de las bombas para morir de infecciones, diarrea o neumonía. Los menores no asisten a la escuela, con demoledoras consecuencias para el resto de su vida.

Sea como sea, los llamamientos humanitarios para prestar apoyo en las grandes crisis de refugiados, como la de Siria, adolecen de una insuficiencia sistemática, y grave, de fondos. A mediados de 2016, gobiernos de todo el mundo se habían comprometido a donar menos del 48% de la cantidad necesitada por los organismos de ayuda humanitaria para apoyar a los refugiados de Siria.

Más dinero es vital, pero también lo es la necesidad de trasladar a personas refugiadas de lugares como Líbano que están completamente saturados. Si miramos la crisis de refugiados desde la perspectiva de los afectados, parece insalvable; pero, desde un punto de vista global, tiene solución. Esos 21 millones de personas sólo representan el 3 % de la población mundial. Buscarles un lugar donde puedan vivir a salvo no sólo es posible, sino que puede hacerse sin que ningún país deba asumir cantidades excesivas.

Unos 30 países han puesto en marcha algún tipo de plan para el reasentamiento de personas refugiadas, y el número de plazas que ofrecen cada año está muy por debajo de las necesidades identificadas por el ACNUR. Ya sólo con unos 30 países que tienen actualmente programas de este tipo en funcionamiento, existe un margen real para conseguir un cambio positivo. Si pasaran a ser 60 o 90, la situación realmente mejoraría, y todavía no serían ni la mitad de los países del mundo. Si logramos que aumente de 30 a 90 el número de países que ofrecen reasentamiento a refugiados, conseguiríamos un impacto significativo en la crisis. Y lo que es más importante, la vida de las personas refugiadas mejoraría notablemente.

(El gráfico supra no incluye a la población palestina refugiada.)

Entonces, ¿por qué no se hace este reparto de la responsabilidad? Sabemos que algunos países, como Alemania o Canadá, han intentado asumir el reto, pero en otros muchos predomina un discurso xenófobo y contrario a la inmigración, basado en el miedo y la preocupación por la seguridad. En algunos países, la opinión pública recibe información errónea casi a diario. En otros todavía se desconocen las dimensiones de la crisis global de refugiados. Y en otros, el sentimiento de impotencia lleva a la ciudadanía a volver la espalda.

Hay que cambiar esta situación y pasar a un discurso de generosidad y positividad, en el que seamos capaces de garantizar ayuda y seguridad a las personas refugiadas; no hay por qué elegir entre ambas cosas. Es posible mover a la gente a formar parte de una solución mundial, justa y repartida. Y los dirigentes políticos deberían estar trabajando para conseguirlo en vez de intentar satisfacer sus propias ambiciones políticas.

El precio de no actuar es condenar a millones de personas a una vida de implacable miseria. Las más vulnerables no sobrevivirán. Silenciosamente, miles de refugiados vulnerables en situaciones insostenibles morirán por no haber conseguido la ayuda que necesitan. Morirán porque algunos países sólo aceptaron a varios cientos, dejando a otros con un millón.

“Es una vida terrible. Somos personas, no podemos vivir como animales”,dice Basel Tabarnen (supra), peluquero sirio de 45 años. Él y su familia, incluida su hija, forman parte de los miles de personas atrapadas en campos de refugiados en Grecia. © Amnesty International (Foto: Richard Burton)

Claro que hay desafíos. Sí, no todos los 193 países son lugares seguros, y excluiríamos tanto los países sancionados por la ONU por violaciones de derechos humanos como los que tienen un conflicto activo en su territorio. Pero si partimos de tener a 12 millones de personas en sólo 10 países, las posibilidades de mejorar la situación son inmensas.

El reparto de la responsabilidad seguirá siendo una promesa hueca sin criterios o fundamentos de algún tipo, un sistema global que establezca inequívocamente lo que puede hacerse. Proponemos que esos criterios básicos de sentido común pertinentes a la capacidad de un país se apliquen para acoger a personas refugiadas: el nivel de riqueza, el tamaño de población y la tasa de desempleo son los principales criterios. Puede haber otros factores pertinentes (la densidad de población, por ejemplo, o si un país ya tiene un gran número de solicitudes de asilo presentadas). Ninguna fórmula será perfecta, ninguna debe ser excesivamente compleja. La idea sería proponer una cantidad relativa a título orientativo, para que todos los países participantes dispongan de una base para calcular su parte equitativa y comprobar la que han calculado los demás.

Ante la brutalidad de la guerra podemos sentirnos espectadores impotentes, abrumados por el horror infligido a seres humanos como nosotros y la aparente imposibilidad de hacer algo al respecto. Pero buscar una fórmula que garantice que solamente el 3 % de la humanidad puede trasladarse a un lugar seguro, eso sí podemos hacerlo. Y es nuestro deber.