MENSAJES DESDE GRECIA: LAS PERSONAS REFUGIADAS AFGANAS SE QUEDAN SIN OPCIONES

refugiadosafganosAmnistiaInternacionalPor Monica Costa Riba, responsable de campañas de Amnistía Internacional para Europa

Nematollah y Ourannos nos dieron la bienvenida al interior de su tienda. Han pasado más de cinco meses desde que, junto con sus cuatro hijos, llegaron a Malakasa, un campo a 40 km al norte de Atenas, que alberga principalmente a solicitantes de asilo afganos como ellos.

Huyeron a Europa en busca de un lugar más seguro. En lugar de eso, cuando el resto de Europa cerró sus fronteras sin ofrecer alternativas, se encontraron atrapados en Grecia.

“En Kabul trabajaba para una empresa extranjera y, por eso, los talibanes me perseguían y mis hijas corrían peligro de ser secuestradas.”

Al ser afganos, tienen pocas vías legales para salir de Grecia. Al contrario que los sirios, por ejemplo, los afganos no pueden optar al programa de reubicación de emergencia aprobado por la UE el año pasado, que prometió 66.400 plazas en distintos países europeos para las personas solicitantes de asilo varadas en Grecia.

Según un reciente estudio del ACNUR, más del 70 % de los afganos abandonaron su país a causa de la guerra y constituyen, con diferencia, la segunda nacionalidad más numerosa entre las personas refugiadas varadas en Grecia, por detrás de los sirios. Sin embargo, los afganos no tienen acceso al programa de reubicación de la UE, porque sólo pueden optar a él las nacionalidades que superan el umbral medio de aceptación de solicitudes de asilo en Europa, y las personas afganas no cumplen este criterio.

Incluso para las nacionalidades que sí pueden optar al programa, éste sigue siendo básicamente una promesa vana, ya que, hasta el momento, se ha aceptado en otros países europeos a menos de 3.000 solicitantes de asilo, debido principalmente a la falta de voluntad política.

Esta existencia estática y en punto muerto está empezando a quebrar incluso los ánimos más resistentes.

Entre la población afgana atrapada en Grecia existe un sentimiento creciente de desesperación, y las tensiones van en aumento. Las personas a las que conocimos en Malakasa se sentían decepcionadas, frustradas y discriminadas. Nematollah sólo tenía una explicación para esto:

“En Afganistán estamos en guerra pero, como venimos de un país pobre, a nadie le importa”.

La familia de Nematollah se “preinscribió” recientemente en el Servicio de Asilo Griego. Esto significa que pueden permanecer en el país mientras se revisa su solicitud de asilo. Sin embargo, al no tener posibilidad legal de entrar en Europa, en última instancia sólo les quedan dos opciones: solicitar asilo en Grecia o retornar al peligro de Afganistán. Como es natural, la mayoría de las personas afganas han elegido solicitar asilo en Grecia, pero su situación allí es terrible.

“Aquí estamos psicológicamente destrozados. Ni siquiera podemos viajar a Atenas porque no podemos permitirnos el precio del tren. Cuesta cuatro euros cada trayecto, y eso es demasiado para nosotros. La última vez que salí del campo fue hace dos meses.”

Y así, esperan, sobreviviendo en un campo alejado en una zona muy desértica, bajo el calor implacable del verano. La localidad más cercana está a 10 minutos en automóvil. Pero, por supuesto, ellos no tienen auto. Ni siquiera tienen un teléfono con acceso a Internet. Y se sienten totalmente aislados del resto del mundo.

Zalasht

Unas cuantas tiendas más abajo, encontramos a Zalasht. Cuando, hace cuatro años, una bomba mató a su esposo, su peor pesadilla era la idea de que pudiera sucederles lo mismo a sus cuatro hijos. Por tanto, vendió su casa y puso su vida –y las de sus hijos– en manos de los traficantes para llegar a Europa. Llegó a Grecia en febrero de 2016.

Su sonrisa ocultaba una ansiedad palpable respecto a su futuro.

“Formábamos parte del primer grupo de refugiados que llegó a este campo. Tenía tanto miedo. No sabíamos dónde nos llevaban. Nos dijeron que las condiciones eran mejores que en [el puerto del Pireo], pero no era cierto. Al principio sólo había un retrete para 500 personas, y durante un mes no nos pudimos duchar.”

Zalasht no sabe qué hacer. La idea de pasar otro invierno en el campo la hace estremecer.

“Este lugar está lleno de serpientes; no tenemos ropa, y cuando llueve el agua entra en la tienda. Por la noche está muy oscuro. Sólo tenemos una linterna que tenemos que compartir los cinco. Si tengo que acompañar a uno de mis hijos al retrete, los demás se quedan aquí totalmente a oscuras.”

También le preocupan sus hijas. En Kabul las acompañaba a la escuela porque no era seguro para ellas. Pero, según nos dice, “ahora, en Europa, ni siquiera pueden ir a la escuela”.

Golroz

“Vinimos a este lugar porque nos cerraron las fronteras. No esperábamos vivir así en Europa tanto tiempo.”

Golroz, de Afganistán, está embarazada de seis meses y lleva cinco varada en el aeropuerto abandonado de Elliniko, a las afueras de Atenas.

En febrero, cuando Europa cerró las fronteras, la terminal de llegadas de este antiguo aeropuerto se convirtió en el destino final de su viaje.

“Cuando llegamos, dormíamos en la terminal de llegadas. Hacía mucho frío, y estaba abarrotada. El único hueco que pudimos encontrar quedaba cerca de los retretes, estaba sucio y olía mal. Hace un mes decidimos trasladarnos al exterior con una tienda porque en el edificio hacía demasiado calor y no teníamos dinero para comprar un ventilador.”

No son los únicos que se han instalado en el exterior. Muchos otros han hecho lo mismo, y los alrededores del aeropuerto están ocupados por decenas de refugios improvisados que ofrecen una cierta apariencia de intimidad entre el caos del campamento.

Golroz no tiene ni idea de qué será de ella después de dar a luz, pero esa no era siquiera su principal preocupación. Lo que más le preocupaba era la falta de respuestas sobre su futuro.

“En Afganistán teníamos una vida. Teníamos una granja. Nos marchamos únicamente por la guerra. Ahora no podemos regresar, pero tampoco podemos avanzar. Estamos totalmente atrapados.”

El antiguo aeropuerto de Elliniko alberga en la actualidad a 1.200 personas, en su mayoría afganas.

Cuando visitamos el lugar el pasado marzo, tan sólo dos semanas después de que se convirtiera en un campo de refugiados, era obvio que el lugar no estaba en absoluto preparado para acoger a nadie durante más de unos pocos días. Las familias se quejaban de que sus hijos enfermaban por la deficiente comida que les proporcionaban, la atención médica era insuficiente y la falta de higiene era evidente.

Cuando regresamos en julio, apenas parecía haber cambiado nada… salvo las condiciones climáticas, y quizá una mayor presencia de ONG. Pero luego me di cuenta de que algo más había cambiado: el ánimo de la gente ha decaído a medida que se desvanece la esperanza.

Muchas de las personas con las que hablamos asumían ahora que, después de seis meses, la perspectiva de rehacer su vida en otras partes de Europa no es una opción.

 ¿Y ahora qué?

Las autoridades griegas anunciaron recientemente su intención de cerrar algunos campos, incluidos los que se encuentran en el antiguo aeropuerto de Elliniko y los dos antiguos estadios olímpicos de esa misma zona. Albergan a unas 2.000 personas refugiadas y migrantes en condiciones similares. Nadie en esos campos parecía tener información sobre estos planes; sólo les llegaban rumores, y sentían preocupación.

Mientras tanto, las tensiones y la violencia en Elliniko y Malakasa van en aumento. Muchas personas refugiadas no se sienten seguras, especialmente de noche. La falta de oportunidades para seguir avanzando, unida a las terribles condiciones de vida, generan una atmósfera de fuerte tensión en los campos.

Con unas opciones legales tan limitadas para salir de Grecia, muchas personas refugiadas afganas no tienen más opción que probar rutas irregulares, caras y peligrosas. El lento e incierto proceso de reagrupación familiar es su única oportunidad pero, para quienes no tienen familia que esté ya en Europa, las perspectivas son sombrías. Otras simplemente necesitan dinero para sobrevivir y son explotadas en el mercado laboral irregular.

Las personas refugiadas varadas en Grecia necesitan protección, y todos los países europeos deben compartir esta responsabilidad. Pero mientras Europa siga ignorando esta realidad y dejando a la gente encerrada en condiciones inhumanas en Grecia, las personas procedentes de Afganistán y otros lugares seguirán en peligro, aunque esta vez en suelo europeo.