La amenaza de la deportación a Afganistán pendía sobre mi familia, pero la educación me dio esperanzas | Artículo de opinión

Casi dos meses después de que terminaran las operaciones de evacuación aérea de refugiados en Afganistán, se me parte el corazón al ver cómo muchos afganos y afganas tratan de conseguir asilo y sufren procesos de devolución en todo el mundo. Pero esto es algo que a los refugiados afganos nos sucede desde hace años. Yo lo sé bien… Ésta es mi historia.

Hubo un tiempo en que mi foto y mis declaraciones aparecieron en todos los medios de comunicación noruegos.  El gobierno había amenazado con expulsar a mi familia a Afganistán, y vivíamos sometidos a la constante amenaza de que nos arrojaran al peligro, de que nos obligaran a dejar el lugar que desde hacía años considerábamos nuestro hogar.

Yo jamás he estado en Afganistán, así que para mí la idea de que nos enviaran allí resultaba especialmente aterradora. Nací en Irán, país al que mis padres huyeron tras la invasión soviética, y tenía 13 años cuando mi familia se trasladó a Noruega.

En Irán no había podido ir a la escuela, así que me dediqué con ahínco a formarme en Noruega. Estaba encantada con la perspectiva de poder estudiar.

Aprendí a la vez noruego e inglés, al principio en una escuela para niños y niñas refugiados. Tuve que esforzarme el doble para aprender el idioma y la cultura, del país, pero sabía que en Afganistán jamás hubiera tenido la oportunidad de aprender tanto.

Durante años, la precariedad de nuestra situación migratoria ha planeado sobre mi familia, pero mi prioridad era mi educación. Quería ser una alumna como las demás. Sin embargo, en 2017 el gobierno noruego amenazó a mi familia con la expulsión, y yo tuve que alzar la voz. Para mi asombro, el centro de enseñanza donde estudiaba nos apoyó en bloque: una protesta de 2.000 personas en la mayor manifestación que se había dado jamás en mi instituto. Yo no conocía a todo el mundo, así que me conmovió muchísimo que se movilizaran para apoyarme a mí y a mi familia. Mis hermanos estaban junto a mí. Me levanté y les expliqué lo que sucedía a todas las personas reunidas allí.

Muchos de mis compañeros y compañeras me dieron las gracias. Dijeron que nunca habían conocido a una persona refugiada y que me agradecían lo que les había enseñado sobre la manera en que los políticos tratan a las personas refugiadas.

Noruega nos había recibido con los brazos abiertos, pero el gobierno noruego trata a las personas refugiadas como si hubiéramos hecho algo malo.

En 2019, las autoridades noruegas irrumpieron en nuestra casa, nos esposaron, nos llevaron a la fuerza a un avión y trataron de llevarnos a Afganistán. Al final, tuvimos que volver al llegar a Turquía, pues mi madre cayó enferma y no podía viajar, y las autoridades afganas dijeron a las noruegas que no nos aceptarían a mí y a mis hermanos si no íbamos acompañados de una persona adulta. Aunque me sentía feliz de poder regresar a casa, de que mis compañeros y compañeras se hubieran manifestado en nuestro apoyo y de que organizaciones como Amnistía Internacional nos hubieran defendido, la experiencia fue increíblemente traumática.

Mi familia y yo no éramos los únicos que habíamos sufrido esta experiencia. El gobierno noruego ha deportado a más de 1.700 personas a Afganistán desde 2012. Me pregunto cómo se habrán sentido los políticos que apoyaron esta política tras la toma del país por los talibanes. Sin duda sabían que estaban devolviendo a afganos y afganas a una situación de peligro, ¿no?

Ahora, tras 20 años de relativo alivio, los talibanes vuelven a reprimir sin freno los derechos de las mujeres y las niñas afganas. Desde que el grupo armado tomó Afganistán, a las mujeres se las ha obligado prácticamente a desaparecer de las esferas pública y política. Se les ha impedido que protesten en las calles de Kabul y otras provincias, y a las niñas, a partir de sexto grado, no se les permite ir a la escuela. Las muchas mujeres que trabajaban en instituciones oficiales como parlamentarias, juezas, fiscales, abogadas y profesoras universitarias, ahora temen por su vida bajo el régimen talibán.

En Reino Unido, a pesar de la promesa de establecer un plan de reasentamiento para personas afganas que corren grave peligro de sufrir persecución —por ejemplo, defensoras de los derechos humanos y personas LGBTQ+—, es desalentador lo despacio que avanzan las iniciativas de ayuda a las personas afganas en peligro.

Mi madre me habla a menudo de los buenos tiempos en Afganistán, y me dice que las cosas no siempre fueron como ahora. Pero en el Afganistán actual, para muchas mujeres y hombres la única forma de seguir a salvo es abandonar el país. Es preciso que los gobiernos europeos sigan evacuando personas y llevándolas a lugares seguros, para que más niñas puedan tener la oportunidad que yo tuve de recibir educación, y crezcan sabiendo que pueden utilizarla para trabajar y vivir en una sociedad que respeta sus aportaciones.

Cuando Kabul cayó en manos de los talibanes, en agosto, yo acababa de empezar a estudiar biomedicina en la universidad. Para mí era un momento de orgullo, así que fue realmente triste que la gente me compadeciera. Cuando les decía que era afgana, exclamaban: “¡Vaya, lo siento mucho!”. Yo no lo siento: como mujer afgana me siento fuerte. Sí, he sufrido adversidades en mi vida, pero aquí estoy, avanzando.

Desde hace poco dirijo una organización llamada Norwegian-Afghan Women for Change (Mujeres Noruegas Afganas por el Cambio). Ya no soy la adolescente que era cuando me trasladé a Noruega. Soy una joven fuerte con un brillante futuro, pero seguiré luchando por las niñas y las personas refugiadas afganas en todo el mundo.

Tayebe Abbasi estudia biomedicina en Trondheim, y compagina sus estudios con un trabajo de camarera. Dirige la organización Norwegian-Afghan Women for Change.

Las opiniones expresadas en este artículo son las de la autora.