NO CEDEREMOS AL MIEDO NI PERDEREMOS LA ESPERANZA
Mientras la pandemia de COVID-19 se propaga rápidamente por todo el mundo, a toda la población nos preocupa el futuro. En los países a los que ha llegado el virus, muchas personas han perdido a seres queridos. En otros lugares, la ciudadanía se prepara para contener la propagación del virus, preguntándose cuánto podrán aguantar los sistemas de salud. Incluso para las personas que aún no se han visto afectadas directamente, la COVID-19 está trastornando su vida de formas inimaginables.
Estés trabajando en casa, sin empleo, en aislamiento voluntario o cuidando a otras personas, son tiempos de soledad e incertidumbre. Ahora mismo, la vida parece suspendida... pero la lucha por los derechos humanos no se detiene nunca.
Incluso en épocas de incertidumbre, Amnistía seguirá denunciando a quienes violan los derechos humanos dondequiera que los veamos
Puede que los gobiernos aprovechen el pánico por el coronavirus para ocultar sus violaciones de derechos humanos. Deben saber que los estamos vigilando.
Noticias de Chile y América

COVID-19: Moderna debe cumplir su promesa de compartir tecnología para que la nueva vacuna no se limite a los países ricos
Ante el anuncio de que la empresa biotecnológica de Estados Unidos afirma que su nueva vacuna tiene el 94,5% de eficacia frente a la COVID-19, Stephen Cockburn, director del Programa de Justicia …
Ante el anuncio de que la empresa biotecnológica de Estados Unidos afirma que su nueva vacuna tiene el 94,5% de eficacia frente a la COVID-19, Stephen Cockburn, director del Programa de Justicia Económica y Social de Amnistía Internacional, ha manifestado:
“Moderna, que ya ha vendido la mayor parte de su producción de vacunas en 2021 a países ricos, debe cumplir su promesa de permitir a otros fabricar su vacuna y proporcionarles los conocimientos y la tecnología necesarios para ello, una vez demostrada su eficacia y seguridad.
“Empresas como Moderna y Pfizer-BioNTech tienen la responsabilidad de respetar los derechos humanos, y deben tener un papel protagonista en la búsqueda de una solución global a la COVID-19 compartiendo la vacuna y garantizando precios asequibles. No deben tomar decisiones que permitan a los gobiernos acaparar la vacuna para unos cuantos privilegiados.
Sólo conseguiremos erradicar la COVID-19 si las empresas garantizan que no se deja atrás a las personas más necesitadas de vacunas que salvan vidas.Es hora de que las empresas asuman sus responsabilidades en materia de derechos humanos y garanticen el acceso más amplio posible a sus innovaciones.”
Información complementaria
Hasta la fecha, Moderna es la única empresa que se ha comprometido a no ejercer sus derechos de propiedad intelectual y permitir que otros fabriquen la vacuna.
Moderna afirma que puede fabricar entre 500 y 1.000 millones de dosis de la vacuna en 2021 (se necesitan dos por persona), pero sólo ha firmado acuerdos con países ricos que pueden significar la mayor parte de la producción. Estados Unidos ya ha pagado 100 millones de dosis, con opción a otros 500 millones. Canadá ha encargado 56 millones; Japón, 50 millones; y la Comisión Europea ha concluido sus conversaciones avanzadas con Moderna para adquirir hasta 160 millones de dosis. Dado que estas negociaciones suelen hacerse a puerta cerrada, es posible que haya más acuerdos en curso.
Este anuncio sucede a una declaración de relatores especiales de la ONU emitida el 9 de noviembre, donde se resaltaba que las empresas “deben abstenerse de perjudicar o contribuir a perjudicar el derecho a la vida y a la salud ejerciendo sus derechos de propiedad intelectual y anteponiendo sus beneficios económicos”.
En virtud del derecho internacional, las empresas tienen la responsabilidad de respetar los derechos humanos y, entre otras cosas, no deben obstaculizar las iniciativas de los Estados para hacer efectivos el derecho a la salud y el acceso a medicamentos.

Los países ricos ya están acaparando la nueva vacuna
En respuesta al anuncio de Pfizer-BioNTech de que su vacuna contra la COVID-19 es eficaz en el 90% de los casos, Tamaryn Nelson, investigadora de Amnistía Internacional sobre el derecho a la …
En respuesta al anuncio de Pfizer-BioNTech de que su vacuna contra la COVID-19 es eficaz en el 90% de los casos, Tamaryn Nelson, investigadora de Amnistía Internacional sobre el derecho a la salud, ha declarado:
“Que la vacuna de Pfizer-BioNTech esté demostrando su eficacia contra la COVID-19 es una excelente noticia. Sin embargo, resulta preocupante que Pfizer-BioNTech haya llegado ya a acuerdos para suministrar más de mil millones de dosis a países ricos, dejando para el resto de los países del mundo menos de una cuarta parte de la producción prevista. Este tipo de acuerdos bilaterales pueden poner en peligro los posibles resultados de los avances científicos. Los beneficios de las grandes farmacéuticas no deben primar frente a la salud de miles de millones de personas.
“Pfizer-BioNTech debe aclarar urgentemente cómo va a optimizar el acceso a la vacuna en países de ingresos medios y bajos para salvar vidas. También debe compartir la tecnología de su vacuna con otros fabricantes a través de la iniciativa de Acceso Mancomunado a las Tecnologías contra la COVID-19 (C-TAP), puesta en marcha por la OMS para que los miles de millones de vacunas que el mundo necesita puedan producirse de la forma más rápida y barata posible. La pandemia no habrá acabado hasta que no haya acabado para todo el mundo.”
Información complementaria
Pfizer-BioNTech ya ha llegado a acuerdos para suministrar más de mil millones de dosis de su vacuna, con un suministro inicial de 100 millones de dosis a Estados Unidos, 30 millones a Reino Unido, 120 millones a Japón, 20 millones a Canadá, 1,5 millones a Nueva Zelanda y 200 millones a la UE, y posteriormente de 500 millones de dosis a Estados Unidos y 100 millones a la UE.
Dado que la empresa prevé poder fabricar 50 millones de dosis en 2020 y 1.300 millones en 2021, el número de posibles dosis que quedan disponibles para otros países es muy reducido. Hay que tener en cuenta que la vacuna debe administrarse dos veces a cada persona para que quede protegida contra la COVID-19.
La Organización Mundial de la Salud ha puesto en marcha una iniciativa, el Acceso Mancomunado a las Tecnologías contra la COVID-19 (C-TAP), a través de la cual las empresas pueden compartir voluntariamente la tecnología, la información y los derechos de propiedad intelectual de las vacunas contra la COVID-19. Hasta ahora no hay ninguna empresa que se haya unido a esta iniciativa, que el director general de Pfizer calificó de “absurda” cuando fue lanzada en mayo.

Américas: Las autoridades convierten las cuarentenas gestionadas por el Estado en una forma de represión
Desde que estalló la pandemia de COVID-19 en marzo, las autoridades de Venezuela, El Salvador y Paraguay han detenido a decenas de miles de personas en centros de cuarentena gestionados por el Estado, inadecuados y sin garantías suficientes frente a violaciones de derechos humanos, lo que puede ser constitutivo de malos tratos, y con el riesgo de que las detenciones sean arbitrarias; así lo afirma Amnistía Internacional en un nuevo informe que ha publicado hoy.
Desde que estalló la pandemia de COVID-19 en marzo, las autoridades de Venezuela, El Salvador y Paraguay han detenido a decenas de miles de personas en centros de cuarentena gestionados por el Estado, inadecuados y sin garantías suficientes frente a violaciones de derechos humanos, lo que puede ser constitutivo de malos tratos, y con el riesgo de que las detenciones sean arbitrarias; así lo afirma Amnistía Internacional en un nuevo informe que ha publicado hoy.
En su nuevo informe, Cuando la protección se vuelve represión: Cuarentenas obligatorias durante COVID-19 en las Américasla organización documenta cómo, en tres países, las autoridades han sometido desproporcionadamente a personas migrantes y refugiadas, gente que ha vuelto a sus países de origen y comunidades de ingresos bajos a cuarentenas gestionadas por el Estado, a menudo en condiciones insalubres y a veces inhumanas, sin alimentación, agua ni asistencia médica suficientes, lo que puede constituir malos tratos. Las terribles condiciones tienden a convertirlos en espacios contraproducentes donde se corre el peligro de contraer COVID-19.
“En muchas partes del mundo, las autoridades han pedido a la población que se quede en casa o se ponga en cuarentena voluntariamente para atenuar el riesgo de contagio de COVID-19. Pero cuando los Estados confinan a decenas de miles de personas sin garantizar en cada caso la necesidad y proporcionalidad de la medida, las recluyen en condiciones terribles bajo supervisión militar o policial y las discriminan o usan la cuarentena como castigo, están convirtiendo una intervención de salud pública en una táctica represiva y punitiva”, ha afirmado Erika Guevara Rosas, directora de Amnistía Internacional para las Américas.
A finales de agosto, según datos oficiales, las autoridades venezolanas han sometido a cuarentena a unas 90.000 personas que habían regresado al país tras quedarse sin empleo y sin casa en países vecinos como Colombia y Perú, y las han enviado a centros de confinamiento bajo control militar que son insalubres y, en ocasiones, inhumanos.
Mientras que El Salvador y Paraguay habían cerrado sus centros estatales de confinamiento o habían reducido su escala a finales de agosto, el gobierno del presidente Bukele tenía a más de 16.000 personas sometidas a cuarentena, entre ellas las acusadas de incumplir el confinamiento obligatorio nacional, las que volvían del extranjero y las sospechosas de haber estado en contacto con personas que habían dado positivo en la prueba de COVID-19. A finales de junio, las autoridades de Paraguay también impusieron la cuarentena a unas 8.000 personas, que en su mayoría habían regresado al país tras perder su trabajo en el sector informal del vecino Brasil debido a las medidas de confinamiento adoptadas allí con motivo de la pandemia.
Amnistía Internacional ha examinado y verificado decenas de vídeos disponibles en redes sociales o enviados directamente a la organización, en su mayoría grabados por personas recluidas en centros de confinamiento obligatorio, incluidos almacenes, polideportivos y otras instalaciones, y en los que describen sus condiciones de alojamiento. Además, realizó 14 entrevistas telefónicas y examinó decenas de leyes, políticas y protocolos sobre confinamiento y aplicación de cuarentenas obligatorias recientemente aprobados, documentos judiciales e informes de observadores y periodistas independientes.
Según información recibida por la organización de esos tres países, la gente llevaba en cuarentena bastante más tiempo de los 14 días recomendados actualmente por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y, en algunos casos, más de un mes. Las personas sometidas a cuarentena no tenían acceso suficiente a información sobre cuánto tiempo estarían recluidas ni sobre los criterios científicos aplicados en un momento dado para determinar su salida del aislamiento o confinamiento. Esto constituye una violación de su derecho a la información y del requisito impuesto por el derecho internacional de los derechos humanos de que toda medida de privación de libertad, aun cuando tenga la finalidad de proteger la salud pública, debe estar prevista en la ley y ser necesaria, proporcionada y de duración limitada.
Las autoridades sólo deben poner a la población bajo custodia del Estado cuando hayan fracasado otras medidas menos invasivas, como la cuarentena voluntaria y las campañas de educación. Si imponen el cumplimiento de una cuarentena, deben proporcionar las condiciones adecuadas, proteger frente a violaciones de derechos humanos y garantizar que no se usa de forma discriminatoria contra comunidades específicas.
“Aunque estos gobiernos hayan tenido que reaccionar rápidamente ante una pandemia sin precedentes, Amnistía Internacional concluye que su imposición de cuarentenas gestionadas por el Estado se ha caracterizado por la arbitrariedad, sumada a su aplicación por fuerzas policiales y militares”, ha afirmado Erika Guevara-Rosas.
“En lugar de ofrecer condiciones y garantías adecuadas frente a violaciones de derechos humanos, las autoridades de Venezuela y El Salvador, en concreto, han convertido esta intervención de salud pública en una respuesta punitiva, que afecta de manera desproporcionada a las comunidades de ingresos bajos y a la población refugiada y migrante que vuelve a sus países de origen.”
En El Salvador, por ejemplo, el ministro de Justicia y Seguridad Pública advirtió en abril que las personas que incumplieran el confinamiento nacional serían enviadas a un centro de contención, “lejos de sus familias, y en esos centros de cuarentena corren también el riesgo de contraer el virus”. Esto indica que la cuarentena se considera un castigo y que las autoridades son plenamente conscientes de que los centros carecen de las medidas adecuadas para prevenir contagios.
“Me gustaría olvidar todo esto, pero no puedo”, dijo Ana Cristina a Amnistía Internacional, tras describir los 40 días que había pasado durmiendo en un colchón sucio tirado en el suelo del centro de cuarentena de El Salvador. Fue conducida allí a mediados de abril por unos agentes de policía que la acusaron de saltarse el confinamiento nacional cuando estaba comprando comida y medicamentos, actividad permitida y considerada esencial en el momento de su detención.
El ejemplo más inquietante de campañas de estigmatización y discriminación auspiciadas por el Estado llega de Venezuela. Todas las personas que han regresado a Venezuela en los últimos meses fueron obligadas a recluirse en instalaciones destinadas a la cuarentena mientras altos cargos del gobierno de Nicolás Maduro afirmaban que las que volvían de Colombia eran “armas biológicas” enviadas para infectar a la población que se encuentra en Venezuela. También han tachado de “traidoras” a las personas que volvían.
Este discurso, basado en las supuestas ideas políticas de quienes vuelven y su pretendida asociación deliberada con la COVID-19, sumado a la medida de cuarentena obligatoria en centros dirigidos por el Estado, hace pensar que su privación de libertad es discriminatoria y arbitraria.
Amnistía Internacional pide a los gobiernos que están recluyendo a la población en centros de cuarentena gestionados por el Estado por motivos de salud pública que permitan de inmediato a organizaciones humanitarias y observadores independientes de derechos humanos el acceso a estos centros para que puedan comprobar si las condiciones, las garantías frente a malos tratos y la provisión de comida, agua y otros artículos se ajustan a sus obligaciones internacionales en materia de derechos humanos y a las recomendaciones de la OMS sobre medidas de cuarentena.
Además, las autoridades deben evitar las detenciones indefinidas y garantizar que los periodos de aislamiento y cuarentena se limitan al mínimo necesario, basándose en la evidencia científica y las buenas prácticas, y ofrecer información clara sobre la duración y el proceso de detención.
Mientras continúa la pandemia de COVID-19, y los países de todo el continente americano se enfrentan a la posibilidad de repetir el confinamiento, esta investigación inicial sobre las cuarentenas gestionadas por el Estado pone de relieve la necesidad de que las autoridades eviten recurrir a enfoques coercitivos, punitivos y discriminatorios al adoptar medidas de salud pública.
“Sabemos por otras pandemias que los enfoques punitivos no protegen a las comunidades y que asociar un virus a comunidades concretas sólo conduce al estigma y la discriminación. En cambio, los enfoques basados en los derechos humanos, que empoderan a la gente con los conocimientos que necesita para proteger su salud y la dotan de los recursos y el apoyo que necesita para cumplir medidas voluntarias, históricamente han demostrado ser más efectivos”, ha dicho Erika Guevara Rosas.
Si desean más información o concertar una entrevista, pónganse en contacto con Duncan Tucker: +52 1 55 4848 8266, duncan.tucker@amnesty.org
Más información:
Cuando la protección se vuelve represión: Cuarentenas obligatorias durante COVID-19 en las Américas(Investigación, 17 de septiembre de 2020) https://www.amnesty.org/es/documents/amr01/2991/2020/es/
“Américas: Las autoridades deben proteger a la población del COVID-19 en lugar de recurrir a medidas represivas” (Noticia, 15 de mayo de 2020) https://www.amnesty.org/es/latest/news/2020/05/americas-authorities-must-protect-people-covid19-repressive-measures/
El costo de curar: los derechos de las personas trabajadoras de la salud en las Américas durante la COVID-19 y más allá (Investigación, 19 de mayo de 2020), https://www.amnesty.org/es/documents/amr01/2311/2020/es/

Morir con dignidad en la era del coronavirus
Edney da Cunha Samias es un orgulloso indígena kukami-kukamiria de casi cuarenta años de edad que vive en la selva tropical amazónica de Brasil. El pueblo kukami-kukamiria vive en varias regiones de la Amazonía brasileña, desde la cuenca alta del río Solimões a las zonas urbanas de Manaos.
Edney da Cunha Samias es un orgulloso indígena kukami-kukamiria de casi cuarenta años de edad que vive en la selva tropical amazónica de Brasil. El pueblo kukami-kukamiria vive en varias regiones de la Amazonía brasileña, desde la cuenca alta del río Solimões a las zonas urbanas de Manaos. También hay comunidades en Colombia y en Perú.
Elegido por su tío para ser el siguiente jefe kukami-kukamiria, Edney aprendió cosmología con los miembros de más edad de la comunidad y fue educado para conservar la cultura, las tradiciones y la medicina de su pueblo. Su región de la Amazonía está amenazada actualmente por la deforestación, las actividades ilegales de confiscación de tierras y la minería ilegal.
Sin embargo, Edney nunca hubiera esperado una amenaza como la COVID-19. La pandemia ha tenido un terrible impacto sobre el pueblo kukami-kukamiria, cuyo índice de mortalidad es uno de los más altos de los grupos indígenas de Brasil. En total, hasta ahora han muerto 58 miembros de su comunidad, incluido su padre y su abuelo, además de tíos, primos y una tía. “Hay sufrimiento por todas partes”, dijo Edney recientemente a Amnistía Internacional.
Para los pueblos indígenas, la muerte de una persona anciana significa que hay una “biblioteca” menos para consultar, una persona menos que transmita el idioma o que aconseje a la juventud para guiarla por la vida. Significa que parte de la memoria viva de la etnicidad y la identidad de una comunidad indígena se pierde para siempre.
Y cuando los sistemas de salud y administrativo de Brasil no reconocen como indígena a una persona de edad avanzada, el dolor aún es más intenso.
A Amnistía Internacional le preocupa mucho que las autoridades brasileñas hayan negado a algunas personas de etnia kukami-kukamiria el reconocimiento de su identidad indígena en su último documento oficial, su certificado de defunción.
En lugar de indicar que la persona fallecida era indígena, algunos certificados de defunción indican que era parda, una palabra que los conquistadores portugueses utilizaron en el siglo XVI para describir a las personas indígenas, y que de hecho les niega su identidad indígena.
Al padre de Edney, Guilherme Padilha Samias, le diagnosticaron COVID-19 este año. Cuando Guilherme ingresó en urgencias en Tabatinga, estado de Amazonas, fue registrado como pardo. Sólo gracias a un médico que lo conocía personalmente fue posible registrarlo correctamente. Edney pensó que el problema estaba resuelto.
Sin embargo, cuando Guilherme falleció, el 14 de mayo, descubrió que su padre figuraba como pardo en el certificado de defunción emitido por el Hospital de Guarnição de Tabatinga. Edney describió así la situación: “Estaba enojado. No acepté el documento porque mi padre no es pardo, mi padre es indígena. Me quedé allí desde las 7 de la mañana hasta el mediodía, discutiendo con el personal del hospital.”
Al final Edney consiguió que a su padre lo registraran como indígena, y cuando Guilherme —un valeroso jefe kukami-kukamiria portador de los conocimientos y tradiciones ancestrales de su comunidad— fue enterrado, en su ataúd de madera negra figuraba la siguiente leyenda: “Guilherme Padilha Samias, indígena”.
Discriminación contra la comunidad kukami-kukamiria
No todos los casos se resuelven así. Otaviano Batista Samias nació en 1953 en la casa familiar de la comunidad de Canavial, en la región de la cuenca alta del río Solimões. Otaviano vivió como indígena kukami-kukamiria y en sus documentos oficiales se reconocía su identidad indígena. En mayo, contrajo la COVID-19 y falleció en el Hospital Delphina Aziz de Manaos a la edad de 67 años. En su certificado de defunción figuraba como pardo, y con ello se le negaba cruelmente el reconocimiento oficial de que era un indígena kukami-kukamiria.
Entre mayo y julio de 2020, la comunidad kukami-kukamiria presentó al menos cinco demandas por discriminación ante la fiscalía federal en Tabatinga y Manaos. En una de ellas se afirmaba: “ […] existe una falta de conocimiento a la hora de tratar a los pueblos indígenas, negándonos nuestra identidad. De hecho, el Hospital de Guarnição de Tabatinga ha insistido en registrar a nuestra gente como parda en el certificado de defunción, lo cual supone que muchos casos quedan sin contabilizar.”
En mayo, la fiscalía federal de Tabatinga publicó dos recomendaciones pidiendo a los centros médicos que identificaran correctamente a las personas indígenas. La fiscalía está investigando y en septiembre solicitó más información tras la demanda inicial.
Las normas internacionales de derechos humanos y las leyes de Brasil disponen que la identidad indígena se basa en la autoidentificación. La Fundación Nacional del Indio (FUNAI), organismo brasileño que supervisa las cuestiones relativas a los pueblos indígenas, dijo a Amnistía Internacional en agosto: “ […] no es labor del Estado reconocer quién es o no es indígena, sino asegurarse de que se respetan los procesos individuales y sociales de construcción y formación de las identidades étnicas”.
Las palabras de la FUNAI son similares a las que Fernando Merloto Soave, fiscal federal del estado de Amazonas, dijo a Amnistía Internacional: “Para el Sistema de Salud, bastaría con una simple autoidentificación. No reconocer la identidad indígena es perjudicial incluso para los registros epidemiológicos”.
El uso del término pardo en vez del término indígena específico no sólo borra la identidad individual y colectiva de la etnia kukami-kukamiria, sino que tampoco registra con precisión en las estadísticas oficiales el impacto de la COVID-19 en la comunidad, contribuyendo así a subestimar el efecto de la pandemia entre la población indígena de Brasil. Según cifras oficiales (consultadas el 2 de septiembre de 2020) 392 indígenas han muerto por COVID-19, mientras que según las cifras de la APIB (consultadas el 3 de septiembre de 2020) son 779 las personas indígenas fallecidas.
Esta discrepancia también se debe a que el gobierno federal sólo monitorea los casos que ocurren en territorios indígenas demarcados, sin incluir las ciudades, donde también viven personas indígenas.
Negación de identidad
Según Edney, algunas familias de etnia kukami-kukamiria han renunciado a su identidad indígena porque sus familiares habían sido enterrados como pardos, prefiriendo renunciar a su etnicidad para que sus descendientes no sufran más. “Las familias estaban muy muy enojadas porque jamás habían pensado que se les negaría su propia identidad”, explicó.
Renunciar a su identidad supone que las personas de etnia kukami-kukamiria dejan de lado su idioma, su cosmología y su cosmovisión, su cultura y sus tradiciones, así como sus conocimientos ancestrales de construcción de viviendas, cocina, caza y cuidado de la salud utilizando recursos que se encuentran en la selva. Se trata de una dolorosa separación que no sólo afecta a cada individuo, sino a la comunidad entera, a partir de esta generación.
Al no permitir que la autoidentificación sea lo que determine la condición de indígena de una persona en sus documentos oficiales, las autoridades brasileñas amenazan con borrar la identidad de la comunidad kukami-kukamiria.
Como explica Edney: “Lo único que queremos es morir con dignidad; morir como personas del pueblo indígena kukami-kukamiria”.

Abusos y miedo: Mujeres trans hablan sobre la vida en las prisiones de Nicaragua durante la COVID-19
Una campaña de hostigamiento y ataques a manos del gobierno de Daniel Ortega ha condenado a quienes ejercen el activismo de derechos humanos en Nicaragua a vivir con miedo.
De Astrid Valencia & Josefina Salomón
Una campaña de hostigamiento y ataques a manos del gobierno de Daniel Ortega ha condenado a quienes ejercen el activismo de derechos humanos en Nicaragua a vivir con miedo. Para las mujeres trans, las cosas son infinitamente peores. El estar encarceladas con hombres y tener un acceso extremadamente limitado a la atención médica y a medicación que puede salvarles la vida es sólo el principio de la larga lista de abusos que sufren a diario.
Pocas cosas dan más miedo a quienes ejercen el activismo de derechos humanos en Nicaragua que terminar entre rejas, enfrentándose a cargos falsos, en una de las decrépitas y saturadas prisiones del país, donde se reporta acoso y abusos por parte de reclusos y guardias.
Para las mujeres trans, ese miedo es aún más profundo. Para ellas, el encarcelamiento significa ser recluidas en pequeñas celdas junto con hombres, donde temen ser atacadas a causa de su activismo y su identidad de género.
Eso es exactamente lo que le está sucediendo a Celia Cruz, mujer trans y activista de derechos humanos de Ometepe, una isla en el lago Cocibolca, en el sur de Nicaragua.
La abogada de Celia relató que su clienta fue detenida junto con otras personas activistas el 21 de abril, después de haber retransmitido un vídeo en el que se veía a la policía reprimiendo violentamente a un grupo de personas que conmemoraban el segundo aniversario del inicio de las protestas nacionales contra los cambios introducidos en el sistema local de seguridad social en 2018. Según la abogada de Celia, ésta fue acusada de secuestrar a uno de los agentes.
Meses después, los familiares de Celia denunciaron que continúa recluida en una pequeña celda junto con seis hombres y con acceso limitado a agua, alimentos y medicinas en una prisión en la que las medidas de protección contra la pandemia de COVID-19 no son más que una quimera.
La historia de Celia es una dolorosa ilustración de cómo es la vida para las mujeres trans que se atreven a alzar la voz contra el gobierno en Nicaragua.
Castigar la disidencia
La familia de Celia afirma que ésta había sido hostigada y amenazada unos días antes de la detención. Creen que era una manera de castigarla por participar en varias protestas contra las políticas gubernamentales.
Cuando unos agentes de policía le dijeron el 21 de abril que el director de la policía local quería hablar con ella, Celia accedió a ir. No sabía que estaba siendo detenida.
Tras pasar más de una semana en El Chipote, una comisaría de policía en la capital de Nicaragua, Managua, tristemente famosa por los abusos que sufren allí quienes ejercen el activismo de derechos humanos, Celia compareció ante un juez, donde fue acusada de una serie de delitos, entre ellos el de secuestro.
Yonarqui Martínez García, abogada del equipo legal que defiende a Celia, afirma que, pese a la falta de pruebas de que se hubiera llevado a cabo ningún secuestro, el juez la declaró culpable, el 21 de julio, de “secuestro extorsivo”, un delito que puede ser castigado con una pena de 11 años. En el momento de redactar este artículo, Celia seguía esperando la condena.
“Lo único que la condenó fue haber estado con su celular en la mano y haber denunciado lo que estaba pasando en la isla de Ometepe, cómo la policía nacional agredió a los ciudadanos”, asegura Martínez García.
La historia de Celia no es insólita. Las organizaciones locales de derechos humanos afirman que el gobierno de Ortega está recurriendo a acusar a activistas de derechos humanos de delitos tales como el secuestro o el tráfico de drogas en un intento de desacreditarlas e impedir su activismo.
Desde que en abril de 2018 miles de personas participaron en decenas de protestas contra las reformas del sistema de seguridad social, las autoridades nicaragüenses lanzaron un contraataque que parecía concebido para silenciar todas las formas de oposición.
Para final de 2019, al menos 328 personas habían muerto en el contexto de las manifestaciones, la mayoría a manos de las fuerzas de seguridad y otros grupos progubernamentales; además, miles habían resultado heridas y cientos habían sido detenidas arbitrariamente. La alta comisionada de las Naciones Unidas para los derechos humanos calcula que a casi 100.000 personas no les quedó más opción que abandonar el país ante el temor por lo que pudiera pasar. Muchas aún no pueden regresar a sus hogares.
Pero la represión no ha terminado. Activistas de derechos humanos, familiares de manifestantes en la cárcel, periodistas e incluso profesionales de la salud que apoyaban las protestas han denunciado haber sufrido acoso y ataques.
Organizaciones de la sociedad civil estiman que más de 80 activistas permanecen entre rejas por cargos de motivación política. Una de esas personas es Celia, que permanece recluida en el complejo penitenciario Jorge Navarro, una penitenciaría para hombres conocida como “La Modelo”.
La Modelo
Victoria Obando, mujer trans y activista de derechos humanos, dice que aún recuerda el terror que la inundó en agosto de 2018, cuando la llevaron a la infame prisión.
Victoria fue detenida violentamente en la ciudad occidental de León después de participar en una de las numerosas protestas antigubernamentales que se estaban organizando en todo el país.
“Nos dijeron que nos iban a arrestar por la situación que estaba teniendo lugar en el país”, cuenta.
Tras pasar 10 días en una comisaría de policía, en una pequeña celda compartida con varios hombres, compareció ante un juez y fue acusada de terrorismo y tráfico de armas, entre otros cargos.
“No lo podía creer”, dice. “Cuando estaba en el camión y nos dimos cuenta que íbamos de camino a La Modelo pensé que mi vida se terminaba ahí. Me llené de miedo, nunca había estado en una cárcel.”
La Modelo es la prisión más grande y más antigua de Nicaragua, y uno de los destinos principales para las personas castigadas por su activismo.
El centro tiene capacidad para 2.400 personas pero, en 2013, la última vez que se publicaron cifras oficiales, ya albergaba a casi el doble (unas 4.600 personas), según un informe de la organización local Centro Nicaragüense de Derechos Humanos (CENIDH).
Profesionales del derecho y familiares de personas encarceladas allí hablaron a Amnistía Internacional de las terribles condiciones de reclusión, que incluían un grave hacinamiento, falta de agua potable y un acceso prácticamente inexistente a medicinas.
Las mujeres trans sufren privaciones particulares; entre otras cosas, les niegan el acceso a su ropa, utilizan los nombres de sus actas de nacimiento (en lugar de los actuales) y pronombres masculinos para referirse a ellas, las acosan sexualmente y les niegan el acceso a medicinas esenciales para salvar la vida.
“Las personas trans sufrimos una particular forma de represión en la cárcel por ser trans, por ser visibles. Conmigo la cizaña fue en no hacerme llegar mis utensilios personales, desde ropa para estar vestida todo el tiempo [hasta] jabón, afeitadora, ropa íntima…”, cuenta Victoria. “Estar en una celda con hombres fue horrible. Parte de las enfermedades que tuve fue porque sólo tenía un uniforme y yo no me lo quería quitar [para lavarlo] por no desnudarme.”
Cuando Victoria fue encarcelada, había activistas en las mismas celdas o bloques. Sin embargo, recientemente, en lo que abogados y abogadas afirman que es una estrategia para castigar aún más la disidencia e impedir que las personas activistas se organicen, las separan y las recluyen con otros presos. Este es el caso de Celia.
La abogada de Celia, Martínez García, dice que se dieron cuenta de que Celia recibía un trato diferente desde el principio.
“Hay mucha discriminación”, cuenta. “Celia constantemente se vive quejando del maltrato de parte de los custodios y la discriminación descomunal por el hecho de ser trans. La insultan, se burlan de ella. Las mujeres trans viven mucha tortura psicológica dentro de los penales.”
En los últimos meses, la situación ha empeorado, según afirma la abogada, y Celia ha sido amenazada por algunos compañeros de celda. “Es una mujer muy empoderada que siempre protege los derechos de todos. Ella ha sido amenazada de muerte porque estaba defendiendo a otro activista preso que estaba siendo golpeado.”
Escasez de medicinas
Las mujeres trans, y las personas LGBTI en general, se enfrentan a grandes desafíos en Nicaragua.
Braulio Abarca, abogado de derechos humanos y miembro del Colectivo Nicaragua Nunca Más, afirma que parte del problema reside en la falta de normativas que protejan a estos colectivos frente a la discriminación y los delitos de odio.
“En Nicaragua no existe una ley de identidad de género ni de crímenes de odio. En 2007 se incluyó un artículo (en el Código Penal) que agrava las penas por delitos de odio. Pero aunque existe, el artículo no se aplica en la práctica”, explica.
La arraigada discriminación que subyace tras la falta de legislación para proteger a las mujeres trans se ve también ilustrada por la escasez de medicinas en las prisiones. Para muchas mujeres trans que están recibiendo terapia de reemplazo hormonal, esto puede ser un castigo especialmente duro.
Victoria cuenta que conoció a otras mujeres trans en La Modelo a las que negaban el tratamiento médico. Entre ellas se encontraba otra activista que compartió celda con Victoria durante cinco meses.
Ella estaba pasando momentos muy traumáticos en relación a la situación de su corporalidad, de su alimentación. Estaba llevando una dieta regulada con un endocrinólogo y un nutricionista para la situación de su cuerpo y necesitaba hacer su visita médica para medirse la presión, necesitaba un psicólogo para hablar, pero nada de lo que solicitábamos se concedía a pesar que teníamos una orden de un juez”, recuerda Victoria.
También contó que a las personas que viven con el VIH se les negaba a menudo el acceso a medicación necesaria para salvarles la vida, o se les proporcionaba esa medicación irregularmente. Esto resulta especialmente preocupante en el contexto de la pandemia de COVID-19. El Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre el VIH/SIDA (ONUSIDA) ha advertido de que las personas que viven con VIH pueden correr un mayor riesgo de sufrir síntomas más graves si se contagian de COVID-19.
“Yo solicité en más de dos ocasiones ir a un centro médico a hacerme la prueba del VIH pero nunca me dieron el permiso. Eso es grave porque hay personas que son violadas, hay personas que se hacen pareja de los carceleros y no permiten el ingreso de condones. El tema de la prevención del VIH es un tema muy importante a tratar en las cárceles.”
Desde que estalló la pandemia de COVID-19, la preocupación ha corrido como la pólvora. Martínez García afirma que Celia, que sufre hipertensión, le dijo que tenía tos, fiebre y dolor de cuerpo.
“Le solicitamos al juez en varias oportunidades que tuviera acceso a un médico y no se lo proporcionaron. Ella siempre se queja de dolor. Ella es hipertensa crónica, necesita sus pastillas y no se las dan”, explica.
“El COVID-19 ha sido utilizado como un arma para los activistas presos”, añade la abogada. “Muchos se han contaminado por el descuido de los custodios y el gobierno, el hacinamiento y la falta de agua potable. No les hacen pruebas para que no haya evidencia, pero las cárceles están plagadas de esa pandemia.”
En lo que algunas personas vieron como un intento de hacer frente a las crecientes críticas por la actitud de las autoridades, que parecían restar importancia al impacto de la pandemia, entre abril y mayo el gobierno de Nicaragua ordenó la puesta en libertad de 4.515 personas, entre ellas personas mayores y personas con enfermedades crónicas. Otras 1.605 personas fueron excarceladas de nueve prisiones a mediados de julio.
Pero no fue hasta el 14 y 15 de julio cuando las autoridades anunciaron la excarcelación de tan sólo cuatro de las personas activistas detenidas, según la información procedente de medios de comunicación y organizaciones locales.
En la actualidad sigue habiendo más de 80 personas entre rejas como castigo por su activismo político. Una de ellas es Celia, que no entró en la lista de personas liberadas.
El doctor Jeremy Cruz, médico que proporciona atención médica a mujeres trans, afirma que suspender el tratamiento de reemplazo hormonal a las personas encarceladas puede tener graves consecuencias.
“La persona deja de vivir con las características sexuales secundarias que quería cambiar y se incrementa la ansiedad, el consumo de sustancias y la depresión —explica—, lo cual puede desencadenar en mayores tasas de suicidio.”
La pandemia empeora mucho más la situación, especialmente para quienes viven con VIH, que podrían no tener acceso completo a su tratamiento y encontrarse en una situación mucho más vulnerable.
“Cada vez que se suspende la medicación, el paciente podría sufrir las consecuencias y luego requerir un tratamiento mucho más complejo, lo que generaría el riesgo de que creara resistencia a los retrovirales y pondría su vida en peligro”, explica Cruz.
Ante la perspectiva de que Celia contrajera la COVID-19, su abogada exigió que las autoridades la enviaran a casa. Sin embargo, continúa entre rejas. Mientras tanto, siguen recibiéndose informes de detenciones arbitrarias, y las autoridades nicaragüenses siguen llenando las prisiones de personas que se atreven a alzar la voz contra las políticas gubernamentales.
Incluso cuando las ponen en libertad, el acoso contra las personas activistas en la Nicaragua de Ortega no cesa. Victoria, que fue excarcelada en junio de 2019 como parte de una ley de amnistía, asegura que aún tiene que ocultarse en los lugares públicos, pues tiene miedo.
“Yo a veces me siento igual de presa. Salir es a veces una cuestión de disfrazarse, andar con gorra, con gafas, que no se pueda mencionar mi nombre porque siempre está el miedo latente de ser identificada como oposición”, dice.
“Siento que no soy parte de esta sociedad, que se me quitó el derecho a ser nicaragüense. Es una condena demasiado injusta.”

Global: Análisis de Amnistía revela que más de 7.000 profesionales de la salud han muerto a causa de la COVID-19
Según un nuevo análisis de Amnistía Internacional, en el mundo han muerto al menos 7.000 profesionales de la salud tras contraer la COVID-19. Solamente en México hay al menos 1.320 fallecimientos confirmados: la cifra más alta para un solo país.
Según un nuevo análisis de Amnistía Internacional, en el mundo han muerto al menos 7.000 profesionales de la salud tras contraer la COVID-19. Solamente en México hay al menos 1.320 fallecimientos confirmados: la cifra más alta para un solo país.
Amnistía Internacional ha registrado también un número elevado de muertes de personal sanitario en Estados Unidos (1.077) y Brasil (634), donde las tasas de infección y muerte han sido altas durante toda la pandemia, así como cifras alarmantes en Sudáfrica (240) e India (573), donde las tasas de infección se han disparado en los últimos meses.
“La muerte de más de siete mil personas mientras trataban de salvar a otras personas es una crisis de proporciones enormes. Cada profesional sanitario tiene derecho a unas condiciones de trabajo seguras y es un escándalo que tantos y tantas estén sacrificando su vida”, declaró Steve Cockburn, director de Justicia Económica y Social de Amnistía Internacional.
A muchos meses desde que empezó la pandemia, el número de muertes entre el personal sanitario sigue siendo espantoso en países como México, Brasil y Estados Unidos, al mismo tiempo que la rápida propagación de la infección en Sudáfrica e India muestra la necesidad de que todos los Estados tomen medidas.
“Debe haber una cooperación global a fin de garantizar que se facilita a todo el personal sanitario equipos de protección adecuados para que puedan continuar haciendo su vital labor sin arriesgar su propia vida”.
En un informe del 13 de julio, Amnistía Internacional concluía que más de 3.000 profesionales sanitarios habían muerto tras contraer la COVID-19. Las cifras más recientes se deben al aumento de la tasa de COVID-19 en varios países, así como a la disponibilidad de nuevas fuentes de datos. Los países con las cifras estimadas más altas de personal sanitario que ha muerto debido a la COVID-19 son México (1.320), Estados Unidos (1.077), Reino Unido (649), Brasil (634), Rusia (631), India (573), Sudáfrica (240), Italia (188), Perú (183), Irán (164) y Egipto (159).
Las cifras de cada país no siempre son comparables directamente debido al uso de métodos diferentes para recopilar datos y a la definición de personal sanitario que se emplea en cada país.
Es probable que estas cifras sean significativamente inferiores a las reales debido a que en muchos de los países incluidos en el análisis la información es insuficiente.
Sudáfrica en huelga
Las nuevas cifras de Amnistía Internacional llegan en medio de una acción colectiva generalizada en Sudáfrica. Hoy está previsto que el Sindicato Nacional de Profesionales de la Educación, la Salud y Aliados (Nehawu) proteste frente al Parlamento; esta organización planea la realización de una huelga nacional el 10 de septiembre si no se satisfacen sus demandas.
Hasta ahora, el gobierno no ha satisfecho las demandas de los trabajadores y trabajadoras, que incluyen la provisión adecuada de equipos de protección individual (EPI), la participación activa de trabajadores y trabajadoras en los Comités de Salud y Seguridad de los centros de trabajo, apoyo psicosocial, transporte y un suplemento por peligrosidad para quienes trabajan en primera línea.
A principios de agosto, se sabía que al menos 240 profesionales sanitarios habían muerto en Sudáfrica tras contraer la COVID-19. Sudáfrica ha experimentado un incremento de muertes relacionados con la COVID-19 desde julio y actualmente hay más de medio millón de casos confirmados en todo el país.
Incremento en India
India ha tenido un incremento de casos de COVID-19 en los últimos meses, y actualmente hay más de 3.690.000 casos confirmados en el país y más de 65.000 muertes. Según las cifras del Ministerio de Salud publicadas en los medios de comunicación la semana pasada, más de 87.000 profesionales sanitarios se han infectado y 573 han muerto. Más de la mitad de las muertes de profesionales sanitarios (292) se produjeron en el estado de Maharashtra.
El personal sanitario de India ha estado expresando preocupación por la seguridad. En agosto, cientos de miles de trabajadores y trabajadoras de salud comunitaria (pertenecientes a ASHA) hicieron huelga para exigir EPI adecuados, un salario mejor y unas condiciones de trabajo justas y favorables.
México: 1.320 muertes
El número de infecciones de COVID-19 ha superado recientemente los siete millones en Latinoamérica, y Amnistía Internacional registró cifras especialmente altas de muertes de personal sanitario en México (1.320), Brasil (634) y Perú (183).
En México, la cifra oficial de muertes de profesionales sanitarios es sobrecogedora: 1.320. A 25 de agosto, la Secretaría de Salud de México confirmó 97.632 casos de COVID-19 entre el personal sanitario.
Según algunas fuentes, en México, el personal de limpieza de los hospitales es especialmente vulnerable a la infección. Muchos limpiadores y limpiadoras de centros sanitarios de México están subcontratados, lo que significa que tienen menos protección. En mayo, Amnistía Internacional documentóel caso de don Alejandro, de 70 años, que trabaja como limpiador en un hospital público de Ciudad de México. Don Alejandro contó a Amnistía Internacional que, a causa de su perfil de riesgo, había pedido ser reasignado a limpiar en áreas administrativas y que su empleador había accedido, pero había reducido sus ingresos alrededor del 16%.
Amnistía Internacional subrayó el hecho de que el gobierno mexicano mantiene un registro detallado de muertes de personal sanitario, con datos desglosados por edad, género y profesión. Esta transparencia es esencial y todos los países deberían ofrecer este tipo de datos; también podría explicar las inquietantes cifras de México en comparación con otros países.
Ausencia de EPI y de protocolos claros en Brasil
En Brasil, al menos 634 profesionales de la salud han muerto a causa de la COVID-19. Según la Associação Brasileira de Saúde Coletiva (ABRASCO), el personal sanitario ha denunciado la falta de EPI, la ausencia de protocolos claros para tratar las infecciones, la inexistencia de apoyo en salud mental, una protección social mínima para sus familias y unos contratos precarios para las personas contratadas de urgencia.
“Pedimos a todos los gobiernos que tomen medidas urgentes para proteger la vida de los trabajadores y trabajadoras de la salud. Además de aumentar el suministro de equipos de protección, deben escuchar a los y las profesionales que denuncian sus condiciones de trabajo y respetar su derecho a organizarse”, concluyó Steve Cockburn.
“Durante la pandemia, los gobiernos han calificado al personal sanitario de héroes y heroínas, pero esto carece de sentido cuando tantos trabajadores y trabajadoras mueren debido a la ausencia de protección básica”.
Metodología
Amnistía Internacional trabaja con una persona experta en datos y revisa periódicamente y reúne datos sobre muertes de trabajadores y trabajadoras de la salud procedentes de múltiples fuentes, como páginas conmemorativas, cifras oficiales, listas recopiladas por asociaciones médicas nacionales, y listas y obituarios publicados en medios de comunicación de todo el mundo. Todas las fuentes y la información aclaratoria están disponibles en el mapa interactivo en línea.
Noticias del resto del mundo
Activistas advierten de que 9 de cada 10 personas en los países pobres no recibirán el año que viene la vacuna contra la COVID-19
Los países ricos han acaparado dosis suficientes para vacunar casi tres veces a toda su población. Un grupo de organizaciones de campañas ha advertido hoy de que casi 70 países pobres …
COVID-19: La vacuna de Oxford/AstraZeneca, un impulso al acceso mundial, pero que no elimina enormes desigualdades
En respuesta a la noticia de que la vacuna contra la COVID-19 desarrollada por la Universidad de Oxford y AstraZeneca ha presentado en ensayos clínicos una eficacia del 70%, que podría aumentar …
Viviendas asequibles para todo el mundo, requisito imprescindible para la construcción de un mundo resiliente tras la COVID-19
Este año, el lema del Día Mundial del Hábitat (“Vivienda para todos — Un mejor futuro urbano”) no podría ser más adecuado, dada la actual situación de avances y retrocesos de la pandemia de COVID-19.
DONDE HAY PERSONAS, SIEMPRE HAY ESPERANZA. INCLUSO EN MEDIO DE UNA PANDEMIA GLOBAL.
Puede que los gobiernos aprovechen el pánico por el coronavirus para ocultar sus violaciones de derechos humanos. Deben saber que los estamos vigilando.
Blog
El miedo nos divide. La esperanza moviliza.
Actúa

Al personal de la salud: Prometo Cuidarte
Quienes trabajan en el sector salud son protagonistas en la atención de la pandemia del Covid-19. No solo personal médico