¿ CÓMO HA SOBREVIVIDO ALBERT WOODFOX MÁS DE 40 AÑOS EN RÉGIMEN DE AISLAMIENTO ?

11_USA_RGB-l-mDe Kristin Hulaas Sunde, 3 diciembre 2015

Albert Woodfox ha pasado los últimos 40 años recluido en régimen de aislamiento en la diminuta celda de una cárcel de EE. UU. Su viejo amigo Robert King (también encarcelado durante decenios en la tristemente célebre prisión conocida como Angola) nos cuenta cómo el valor político de Albert y el apoyo mundial que recibe le permiten seguir adelante, a pesar del sufrimiento y el aislamiento que padece.

“Angola era considerada la prisión más cruel de Estados Unidos. Se trabajaba en condiciones de semiesclavitud: 17 horas al día por dos centavos y medio la hora. Había muchas violaciones; los guardias vendían a los presos jóvenes [como esclavos sexuales].”

Robert Hillary King habla de la Penitenciaría Estatal de Luisiana, conocida como Angola, en la que pasó 29 años solo en una celda. Este centro penitenciario se encuentra al sur de este estado sureño, en unos terrenos que en el pasado fueron una enorme plantación de esclavos.

Hoy Robert es un dinámico hombre de 72 años, pulcramente vestido con una camisa azul, que se prepara para pronunciar una conferencia sobre el sistema judicial estadounidense en la Universidad de Dundee, en Escocia. Lleva colgado del cuello un medallón de oro de Benín, país de África occidental, adornado con tres figurillas. Puede que representen a los Tres de Angola, uno de los cuales es Robert.

Él y otros dos jóvenes negros, Albert Woodfox y Herman Wallace, llegaron a ser conocidos con este nombre después de que se rebelaran contra el despiadado régimen racista de la prisión a principios de la década de 1970, y entre los tres terminaron pasando más de 100 años en régimen de aislamiento, una cifra récord.

Sobrevivir al aislamiento

“No tengo palabras para hablar de los años de tortura mental, emocional y física que he soportado”, ha dicho Albert Woodfox.

El régimen de aislamiento significa estar completamente solo unas 23 horas al día, encerrado en una habitación no más grande que una plaza de aparcamiento. “La ausencia de interacción social es increíblemente perjudicial”, explica Tessa Murphy, responsable de campañas sobre Estados Unidos de Amnistía, que trabaja en el caso de los Tres de Angola desde 2006.

“Experimentas cosas como insomnio, alucinaciones, pensamientos intrusivos y paranoia severa. Las tasas de suicidio son desproporcionadamente superiores entre las personas recluidas en aislamiento. Después de apenas unas semanas, los ojos pierden la capacidad de adaptarse para ver de lejos.”

A pesar de que la ONU lo califica de forma de tortura, el régimen de aislamiento —o Restricción en Celda Cerrada, en la jerga carcelaria de Luisiana— sigue empleándose de forma generalizada en Estados Unidos.

Robert, condenado por un robo que siempre negó haber cometido, cree que su recién adquirida conciencia política dio a los tres la fuerza mental necesaria para sobrevivir a la crueldad y la degradación.

“Cuando me pusieron en régimen de aislamiento, ya consideraba que Estados Unidos era una gran cárcel. Me vi arrancado de una situación de custodia mínima en la sociedad a una de máxima seguridad en prisión. Creo que Herman y Albert sentían lo mismo, que estuvieras donde estuvieras, tenías que seguir luchando. Era un sistema que había que combatir.”

“Estar politizado me dio fortaleza, un sentido del propósito y el coraje de mis convicciones. Yo estaba en prisión, pero la prisión no estaba en mí.”

La audacia de hacer política en prisión

Los tres hombres nacieron en la pobreza extrema en la década de 1940 en el sur de Estados Unidos, definido entonces por la segregación racial. Robert habla de las redadas periódicas y generalizadas de hombres negros de la localidad que hacía la policía de Nueva Orleans, y cuenta que lo enviaban a prisión por delitos que le atribuían “testigos” sobornados, amenazados o sometidos a palizas. “Había empezado a pensar que el sistema estaba podrido”, dice.

El movimiento radical de derechos de los negros, el Partido de los Panteras Negras (BPP), se convirtió en un catalizador para sus frustraciones: “Albert se convirtió en miembro de pleno derecho del BPP cuando se fugó de la cárcel y fue a Nueva York”, dice Robert. “Era la primera vez que veía a hombres negros con la cabeza erguida, orgullosos de ser quienes eran.”

Herman y Albert, enviados a Angola por robo a mano armada, empezaron a impartir clases de educación política en la cocina o en el patio de la prisión, defendiendo los derechos de los reclusos a mejores condiciones y que se pusiera fin a la cultura de la violación. “Llevar la ideología del BPP a la prisión fue algo bastante audaz”, dice Robert.

“Era increíblemente amenazador para las autoridades penitenciarias”, añade Tessa. “Los hombres eran activistas muy eficaces y se convirtieron en objetivos fáciles”.

Una campaña de venganza

Poco después, en 1972, Albert y Herman fueron declarados culpables del asesinato de un guardia penitenciario, Brent Miller. Siempre mantuvieron su inocencia, que respaldó incluso la viuda de la víctima, Teenie. Albert cree que su declaración de culpabilidad fue una reacción a la política que estaban haciendo.

No había pruebas materiales que los relacionaran con el delito y su declaración de culpabilidad se basó principalmente en el testimonio cuestionable de otro preso, que fue indultado a cambio de su declaración. Sin embargo, él y Herman pasarían las siguientes cuatro décadas solos en sus celdas.

Cuando enviaron a Robert a Angola, lo sometieron a aislamiento en una celda situada junto a la de Albert: “Empezamos a expresar nuestra opinión, tratando de lograr cambios con huelgas de hambre y siendo muy, muy problemáticos. El que no llora no mama”.

Aunque las actuaciones judiciales fueron tan deficientes como para que la declaración de culpabilidad de Albert fuera anulada en tres ocasiones, las autoridades de Luisiana han bloqueado su excarcelación en cada una de ellas.

Robert salió en libertad en 2001 y desde entonces lucha sin descanso por la excarcelación de su amigo. Por fin, después de 41 años en aislamiento, Herman fue excarcelado en octubre de 2013. Desgraciadamente, murió de cáncer unos días después.

En junio de 2015, un juez ordenó la excarcelación inmediata de Albert, pero la puerta de su celda se cerró enseguida, cuando las autoridades presentaron recurso contra esa decisión. El fiscal general de Luisiana, James “Buddy” Caldwell, es ahora la única persona que se interpone en el camino a la libertad de Albert, pues libra una campaña personal de venganza contra él.

“Buddy Caldwell quiere que a Albert le pase lo que le pasó Herman”, dice Robert: “Salir y morir”.

Un espíritu inquebrantable

Pero Albert y quienes lo apoyan se niegan a ser silenciados. Este mes de diciembre, a través de la campaña global de envío de cartas de Amnistía, Escribe por los derechos, miles de personas de todo el mundo pedirán su libertad.

Albert está entusiasmado por este apoyo”, dice Robert. “Significa que las autoridades saben que Albert y sus simpatizantes no van a abandonar. Han intentado sofocar y aplastar esto, y cada vez que lo intentan, se hace más grande”.

“Y estoy seguro de que él siente que esto no sólo lo afecta a él, porque ¿qué pasa con las miles de personas que también están en aislamiento? El foco es mucho más amplio. Somos sólo la punta del iceberg”.

Albert, que ya ha cumplido 68 años y tiene problemas de salud, sigue en aislamiento, pero ya no está en Angola. Puede recibir visitas dos horas a la semana y hacer llamadas telefónicas. Robert habla con él periódicamente y lo visitará una vez más cuando vuelva a Estados Unidos: “Hablamos sobre el caso. Eso es lo principal, ver a Albert en libertad. Se siente esperanzado”.

Creo que podrá arreglárselas fuera de la prisión”, añade Robert. “Hay montones de gente que quieren darle la oportunidad de viajar. Y si lo que quiere es no hacer nada y relajarse, puede venir a mi casa. Será bien recibido en un montón de sitios”.

“Albert dice: ‘nunca podrán quebrar mi espíritu.’ Aunque su cuerpo esté roto ahora en cierta medida, aún tiene ese espíritu. ¿Qué más pueden hacerle ya? Lleva encerrado casi 50 años. Yo sentía lo mismo: ¿qué más pueden hacerme, salvo enviarme fuera del planeta?”

Este artículo apareció también en la edición de enero-marzo de 2015 de Miradas, la revista global de Amnistía Internacional.