ENCARCELADAS EN EL SALVADOR TRAS PERDER SU EMBARAZO

Portrait of Teodora Vasquez at her prison in El Salvador. She had been sentenced for 30 years after having an stillbirth out of suspicions of having had an abortion. In 2008, Teodora del Carmen Vásquez was sentenced to 30 years in prison for “aggravated homicide” after suffering a still-birth at work. Teodora, mother of an 11-year-old boy, was expecting a new baby when she started experiencing increasingly severe pain. She called the emergency services but her waters broke soon afterwards. She went into labour, and was unconscious when she gave birth. When she came round, bleeding profusely, her baby was dead. Police at the scene handcuffed her and arrested her on suspicion of murder. Only then did they take her to hospital where she could get the urgent treatment she needed. In El Salvador, women who miscarry or suffer a still-birth during pregnancy are routinely suspected of having had an “abortion”. Abortion under any circumstance is a crime, even in cases of rape, incest, or where a woman’s life is at risk. This makes women afraid to seek help with pregnancy-related problems, leading inevitably to more preventable deaths.

De Karen Javorski

Karen Javorski , responsable de campañas de Amnistía, nos lleva al interior de una de las prisiones más conocidas de El Salvador para  presentarnos a Teodora del Carmen Vásquez y a María Teresa Rivera, encarceladas tras sufrir complicaciones del embarazo.

Teodora comparte celda con otras 70 mujeres; María Teresa, con 250. Así hacinadas, a menudo las mujeres tienen que dormir en el suelo, bajo los techos recalentados de hojalata del edificio.

Esta es la cárcel de Ilopango, en las afueras de San Salvador, la capital de El Salvador. Estoy aquí con mis colegas de Amnistía y nuestros asociados locales, para visitar a Teodora del Carmen Vásquez y a otras mujeres de “Las 17”, un grupo de mujeres salvadoreñas encarceladas tras sufrir complicaciones relacionadas con el embarazo.

Hablamos con ellas en una zona exterior justo al otro lado del patio de la cárcel, el único sitio al que nos dejan entrar. El calor es intenso y abundan los mosquitos, pero al menos sentimos la brisa aquí fuera. Dentro, como nos cuentan Teodora y María Teresa, es diferente: grave hacinamiento, calor intenso y unas normas estrictas tan poco prácticas como crueles. Algo que no se adivina viendo el exterior, bastante anodino, del edificio.

Teodora está encarcelada desde 2007, tras dar a luz a un bebé muerto. Posteriormente se le imputó el cargo de “homicidio agravado”, acusada de haberse sometido a un aborto, que está prohibido en El Salvador. Teodora procede de una familia pobre del medio rural y no pudo pagar a un buen abogado. La condenaron a 30 años de cárcel.

María Teresa Rivera cumple 40 años de cárcel por el mismo delito tras haber sufrido un aborto espontáneo. Ambas mujeres tienen hijos de corta edad que apenas han visto a sus madres en los años transcurridos.

Pocas visitas de la familia

Los padres de Teodora, María Elena y Juan, no han podido visitar a su hija desde junio de 2015. Viven muy lejos de la prisión, y la carga personal y económica de dejar a su familia para viajar hasta la cárcel es muy grande. Además, está el intrincado papeleo que los familiares deben cumplimentar sólo para solicitar una visita a su hija.

E incluso una vez concedida, hay más restricciones. María Elena contó cómo fue su última visita a Teodora. [Las autoridades dijeron que] no podemos traer ninguna cosa para ella”, dice. “Nosotros podemos venir solamente a verla. No podemos traerla nada –dinero, comida, ropa– no podemos traer absolutamente nada.”

Humildes tesoros

Teodora y las demás mujeres dependen de que sus visitantes lleven estos artículos porque esa es la única forma de conseguirlos. María Teresa depende de la bondad de las reclusas que comparten con ella cosas como el champú, el papel higiénico y los tampones, porque su hijo es demasiado pequeño para ir a visitarla solo y no tiene más familiares directos. Nos cuenta que se siente afortunada por contar con la amistad de algunas de estas mujeres.

De pronto me doy cuenta de que hasta que su hijo sea mayor de edad, Teresa no tendrá visitas salvo de personas como nosotros. Mientras hablamos, llora y mi colega le da lo único que las autoridades no confiscaron: un arrugado pañuelo de papel que saca de un bolsillo trasero. En lugar de usarlo para secarse los ojos, María Teresa alisa con cuidado el papel sobre la rodilla y lo guarda. Aquí todo se atesora y se salva, hasta un viejo pañuelo de papel arrugado.

Esa tarde conocimos también a la hermana mayor de Teodora, Cecilia, y a Juan, su padre. Juan tiene 11 hijos, y se muestra tranquilo y sereno, incluso cuando expresa su pena. “Me siento bien triste porque no hay nada que [puedo] hacer para poder sacarlo”, dice. “Por lo menos lo que quisiéramos es que ella saliera libre. Es lo mejor deseo que tenemos. Que nos dé un día en que los va a liberar.”

Teodora siempre ayudó económicamente a su familia, pero la pérdida de ésta va mucho más allá. Como explica Cecilia, que ha visitado periódicamente a su hermana en la cárcel en los últimos ocho años: “No están castigando sólo a mi hermana, sino a toda la familia. A todos nosotros. Porque el corazón [de nuestra familia] no es libre.”

El hijo de Teodora, Ángel, que tiene 12 años, siente mucho su ausencia. Cada vez que su tía o sus abuelos vuelven de visitar a Teodora, su primera pregunta es siempre: “¿Cuándo va a salir mi mamá?”

Un mensaje de agradecimiento

Pese a no poder ver a su hija el día que la visitamos, las autoridades de la cárcel permitieron a María Elena y a Juan visitarla unos días después.

“Lo bueno que yo siento hoy es que ella muy pronto va a estar [con nosotros]”, nos dice María Elena ese día. “Y yo les agradezco [a Amnistía] que ustedes están luchando…y este proceso sigue adelante hasta que vamos a refinarte que ella va a salir de allí. Y esto para mí me motiva, me motiva con gran alegría de mi propia corazón, y agradecerles en el nombre de Dios a ustedes.”

Teodora ve el futuro con optimismo. Nos cuenta que está sana y bien, y que está yendo a clase en la prisión para poder seguir estudiando cuando salga. Espera ir un día a la universidad y conseguir un trabajo. Pero su mayor deseo para el futuro es sencillo: volver a reunirse con su hijo y con sus seres queridos.

El 20 de mayo, María Teresa Rivera salió de la cárcel en libertad, pero Teodora continúa recluida. Pide al ministro de Justicia que la ponga en libertad inmediatamente.