Este año ha demostrado para qué sirven los derechos humanos

Por Rajat Khosla, director general de Investigación, Trabajo de Incidencia y Política de Amnistía Internacional 

A 15 de diciembre, al menos 71 millones de personas se han contagiado de COVID-19 y más de 1,6 millones han muerto. A muchas más les han negado la salud, el sustento y sus medios básicos de existencia.

Este sufrimiento innecesario no fue causado únicamente por el virus, sino que se vio exacerbado por líderes (en su mayoría hombres) de todo el mundo que explotaron la pandemia para seguir impulsando sus agendas políticas.

Hay innumerables ejemplos de gobiernos que no han protegido a su población: el gobierno británico envió a miles de pacientes, sin realizarles pruebas diagnósticas, de hospitales a residencias de ancianos; las autoridades de Rusia y Egipto detuvieron a médicos que expresaban preocupación por la seguridad; el presidente Trump minimizó durante meses la gravedad de la pandemia.

Otros líderes han utilizado la crisis como pretexto para seguir reprimiendo los derechos humanos, deteniendo a periodistas y activistas o introduciendo leyes draconianas sobre los “bulos”.

Todas estas son cuestiones de derechos humanos. De hecho, 2020 ha puesto los derechos humanos en el primer plano del debate público. Esto incluye no sólo nuestro derecho a la salud, sino también el derecho a la seguridad en el trabajo, a expresar pacíficamente nuestras opiniones o a vivir sin discriminación.

La violencia policial ha sido otro rasgo característico de este año. Desde el homicidio de George Floyd en Estados Unidos, hasta los ataques asesinos de las fuerzas de seguridad nigerianas contra manifestantes pacíficos, el abuso del poder policial ha sido un tema de conversación global en 2020. Se supone que el Estado es el máximo protector de los derechos humanos, pero en demasiados casos es el máximo perpetrador de abusos.

Para empeorar aún más las cosas, muchas de las personas que documentan estos abusos y hacen campaña contra ellos se han convertido también en blanco de ataques. En todos los continentes, el espacio de la sociedad civil está siendo aplastado, y la disidencia se está silenciando implacablemente. Por dar sólo unos ejemplos, este año Amnistía Internacional se vio obligada a cerrar sus oficinas en India, se condenó a prisión a los líderes de las protestas en Hong Kong, el líder de oposición ruso Alexei Navalny fue envenenado, y el personal directivo de la Iniciativa Egipcia para Derechos Personales fue detenido.

No existen dudas sobre las agendas de los gobiernos que lanzaron estos ataques, pese a que disfrazaron su represión con retórica nacionalista. Es el estilo de liderazgo de “nosotros contra ellos” que provocó también la violencia contra la población musulmana en Delhi, y la constante persecución de la población uigur en China.

Está más claro que nunca que el aislacionismo y la desigualdad no nos mantienen a salvo, y que las fronteras no ofrecen protección frente al virus. Las protestas globales del movimiento Black Lives Matter (La vida de las personas negras importa) que estallaron tras la muerte de George Floyd demuestran qué aspecto puede tener la solidaridad en la práctica; el extraordinario esfuerzo internacional por desarrollar una vacuna es otro ejemplo.

Los descubrimientos de las vacunas nos pueden dar una luz al final del túnel para la pandemia, pero si queremos protegernos realmente de futuras crisis tenemos que centrarnos en poner los derechos humanos de nuevo en la agenda. Para continuar el impulso, debemos exigir que las vacunas contra la COVID-19 estén disponibles para todas las personas, con independencia de dónde vivan, quiénes sean, o lo que puedan costear. Y debemos brindar nuestra solidaridad y nuestro apoyo a los y las activistas de derechos humanos de todo el mundo que están dando un paso adelante para llenar las lagunas dejadas por sus gobiernos.

Este año, manifestantes de todas las edades han salido a las calles en Estados Unidos, Bielorrusia, Polonia, Nigeria, Tailandia, Chile, Líbano y Hong Kong para alzar la voz contra la injusticia. Las manifestantes de la Huelga de Mujeres llenaron las calles de Varsovia, cientos de salieron en Bielorrusia para protestar por las irregularidades electorales, las mujeres indígenas de Ecuador protestaron contra el saqueo de sus tierras por parte de las empresas: estos movimientos son nuestra mayor esperanza para revertir la marea de represión y discriminación que, durante demasiado tiempo, ha sido la situación habitual. Estas personas son la única vía para vacunar contra la injusticia y el desastre climático, para construir sociedades inclusivas y brindar igualdad de protección para todas las personas.

La resiliencia de estos movimientos es extraordinaria. El activista hongkonés Joshua Wong, después de ser condenado a una pena de cárcel la semana pasada, gritó: “¡No nos rendiremos!”. Este es el mensaje para nuestros tiempos: al final de un año extremadamente doloroso, es más importante que nunca mantenernos firme y defender los principios de los derechos humanos.