JUNTOS SOMOS MÁS FUERTES

Como familiar de un joven muerto a manos de la policía en Kingston, Jamaica, mucha gente me pregunta cómo soporta mi familia el dolor, la pérdida de una parte de nosotros, la inmensa frustración de no haber encontrado justicia para Nakiea.

La respuesta no es fácil. Algunos día, la fuerza para seguir luchando por la justicia viene de dentro; otros días viene del apoyo que hemos recibido de tantas personas del mundo entero.

Hay días que nos sentimos solos, como si fuéramos los únicos que estamos pasando por este dolor.

Sin embargo, una reciente visita a Brasil con Amnistía Internacional me demostró que no estamos solos. No estamos solos en nuestro dolor, ni en la aparentemente interminable lucha por la justicia.

Los homicidios ilegítimos a manos de la policía y la impunidad son un trágico fenómeno que cruza fronteras en este continente. Desde Estados Unidos a Brasil, cientos de jóvenes –la mayoría negros, la mayoría pobres– mueren a manos de la policía. Apenas hay agentes que comparezcan ante la justicia para responder de sus actos, del dolor inconmensurable que causan a familias como la mía.

Nunca había estado en Brasil. Jamás pensé que me sentiría tan cerca de mi hogar.

Durante mi estancia en Río de Janeiro, una ciudad donde la policía mató a dos personas al día en el periodo previo a los Juegos Olímpicos de 2016, conocí a algunos de los muchos familiares con los que comparto la misma lucha por la justicia.

Zé Luis es uno de ellos. Perdió a su hijo Maicon cuando la policía lo mató a tiros en 1996. La policía dijo que había sido en defensa propia. Maicon tenía dos años. Nadie ha rendido cuentas por su homicidio. El delito prescribió en 2016, lo que significa que su caso ya nunca se presentará ante un tribunal nacional.

Se me rompió el corazón con las familias que conocí en Brasil.

Sin embargo, estas historias, y mi historia, aunque infinitamente trágicas, son el catalizador que impulsa mi decisión de no detenerme jamás. De no sólo conseguir entablar conversación con las autoridades jamaicanas, sino además garantizar que trabajamos para evitar que lo que le sucedió a mi hermano les suceda a otros. La única vía para que la impunidad florezca es que las buenas personas guarden silencio y luchen solas.

Nuestra fuerza procede de trabajar unidos.

Yo lucho por mí, por mi hermano y por todas las personas que me rodean, en Jamaica y fuera de ella.

Así, su lucha se convierte en mi lucha. Su mundo se convierte en el mío. Nos hemos hecho más fuertes, y los recuerdos de sus seres queridos y el deseo de salvar a quienes quedan crean nuestro ímpetu colectivo.

Y esta lucha también es la tuya, porque Nakiea era mi hermano, pero mañana esta tragedia podría sucederte a ti, a tu hermano, a tu padre, a tu amigo. Y, mientras no se haga justicia, todos corremos peligro.

Pero juntos somos más fuertes.

Lucho porque no tengo otra opción: detenerme significaría que estoy dando a otro policía permiso para matar a otro de mis hermanos.

Este artículo se publicó originalmente en IPS News.