David Griffiths es director de la Oficina del Secretario General de Amnistía Internacional
El dolor de la pandemia de COVID-19, un acontecimiento que ha marcado definitivamente nuestra época, persistirá mucho después de la remisión del virus. Cuando acabe la crisis inmediata, muchas personas habrán sufrido pérdidas inimaginables. Un gran número habrá perdido a seres queridos, cantidades ingentes se habrán quedado sin empleo y tal vez sin hogar, y varios cientos de millones habrán experimentado la angustia y la soledad del aislamiento social.
Pero también habremos ganado algo: la posibilidad de elegir.
Cuando salgamos de este trauma colectivo, podremos decidir volver a la antigua trayectoria o aprender de la experiencia para tomar decisiones diferentes con vistas al futuro.
A todas las personas que habitan el planeta les interesa luchar contra este virus. Como ha dicho Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la Organización Mundial de la Salud, tenemos “una oportunidad sin precedentes para unirnos todos contra un enemigo común, un enemigo de la humanidad”.
Aunque la pandemia haya sacado a la luz feas actitudes criminalizadoras basadas en la xenofobia, también se está caracterizando por millones de pequeños actos de bondad que favorecen la unión de las comunidades. Si elegimos rechazar el racismo y el odio, la reconfortante solidaridad que hemos visto en las últimas semanas puede dar paso a una acción en gran escala.
Podemos ir más allá de apoyar a nuestras vecinas y vecinos y tomar la decisión colectiva de brindar seguridad a las personas sin hogar o que están desplazadas. Esta crisis ha abierto los ojos a mucha gente sobre la fragilidad de las circunstancias ajenas, destapando las desigualdades que han dejado a tantas personas con necesidad urgente de refugio y asistencia médica. Podemos y debemos continuar protegiendo a estas personas una vez que se haya contenido la pandemia.
Podemos decir no a más medidas de austeridad como las que se han impuesto en muchos países durante la pasada década, y que suelen golpear con especial dureza a las personas más marginadas. Ante las graves consecuencias económicas y sociales de la pandemia, los gobiernos van a tener que hacer las cosas de otra manera.
Podemos decidir adoptar una actitud mucho más seria respecto al clima. Las emisiones se han reducido drásticamente en algunas partes del mundo con la interrupción de vuelos y la ausencia de automóviles en las calles. El coste humano ha sido indescriptiblemente elevado pero, cuando esto termine, ¿nos limitaremos a arrancar los motores otra vez? ¿O decidiremos luchar por un futuro más sostenible, haciendo una transición justa de los combustibles fósiles a las energías renovables? Vemos un precedente nuevo para una acción gubernamental radical así como intervenciones fiscales generalizadas para salvaguardar la vida, la salud y la economía ante una grave amenaza. ¿Puede servirnos de orientación para responder ante la amenaza existencial más profunda que se nos presenta?
Debemos aprovechar la ocasión para reforzar los sistemas de atención a la salud y reivindicar la asistencia médica para todas las personas, respaldada con recursos suficientes. Esta crisis ya ha puesto en evidencia la fragilidad de los sistemas de salud de todo el mundo, incluidos aquellos que se basan principalmente en la capacidad individual para acceder a asistencia médica y pagarla. Esta pandemia ha demostrado que el individuo sólo está protegido si todo el grupo está protegido.
Podemos decidir adaptar la seguridad social a los nuevos tiempos. La COVID-19 golpea con más fuerza a las personas con mayor precariedad económica, desatando las peores consecuencias de la desigualdad. Quienes se ganan la vida en el sector de la economía informal no tienen red de seguridad de ninguna clase, aunque presten servicios esenciales a la sociedad; lo mismo puede decirse de las mujeres que realizan la mayor parte del trabajo doméstico no remunerado en todo el mundo.
Muchos trabajadores y trabajadoras de la economía “bajo demanda” no pueden permitirse el distanciamiento social; sin embargo, personas como los conductores de reparto son vitales para facilitar el distanciamiento social de otras personas. ¿Veremos con nuevos ojos la importancia que tienen todas estas formas de trabajo? ¿Servirá la pandemia para dar impulso a una protección más inclusiva?
Podemos exigir que se ponga un límite a la vigilancia y al uso de la tecnología con fines de control social. China ha usado ampliamente la tecnología de vigilancia en sus esfuerzos para rastrear y frenar la propagación de la COVID-19, un modelo de apariencia seductora en el que se están fijando muchos países. Pero no es fácil deshacerse de tecnologías potentes como esta una vez que se han implementado. ¿Podemos rechazar el pacto fáustico de tener que pagar el precio de una sofisticada vigilancia por nuestra salud, como nos dicen?
Por último, podemos decidir recuperar la confianza. Muchas personas de la política se han beneficiado enormemente de atacar los conocimientos técnicos y restar validez a las pruebas y la ciencia en los últimos años. Han intentado silenciar la verdad al grito de “fake news” (noticias falsas) y han atacado sin descanso al periodismo. Pero ahora que nuestras vidas dependen tan claramente de la ciencia y del acceso a una información precisa y fiable, ¿será posible restablecer la confianza de la opinión pública en las pruebas?
A nosotros nos corresponde tomar estas decisiones; y debemos asegurarnos de que sean las correctas. Es la mejor forma de rendir homenaje a todas las víctimas de esta pandemia.