El mundo está cambiando; los titulares infunden cada día más ansiedad. Sin embargo, en todo el mundo, la gente se está uniendo. No físicamente —en tiempos de la COVID-19, no nos podemos acercar entre nosotros—, sino de manera virtual, a través del vídeo, de llamadas telefónicas, de las redes sociales. De alguna manera, la falta obligatoria de contacto físico está impulsando a cada persona a mantenerse en contacto y buscar formas de llegar a otras personas y ayudarlas, en una muestra asombrosa de determinación y creatividad.
En Italia, cantantes de ópera deleitan cada tarde con sus canciones al vecindario, y desde los balcones, se imparten clases improvisadas de aeróbic, todo ello para subir la moral. En Facebook, surgen grupos en los que padres y madres exhaustos ofrecen palabras de apoyo y recursos de aprendizaje a otros padres y madres confinados con sus familias. En todo Reino Unido, los niños pegan dibujos del arco iris en las ventanas de sus casas para transmitir una chispa de felicidad y esperanza a las demás personas.
Se oye hablar de comunidades de todo el mundo que se unen para mandar postales a personas ancianas, que se ofrecen a llevarles comida y ayudarlas con algún recado o, sencillamente, con una llamada de teléfono amable. Hay docentes que dan clases gratuitas por Internet, actores y actrices que leen historias a los más pequeños y profesores y profesoras de yoga que ofrecen gratis clases en vídeo. En medio del frenesí de compras, un supermercado de Irlanda del Norte se apresuró a anunciar que iba adelantar su horario de apertura para las personas mayores, y muchos otros siguieron su ejemplo. En Wuhan (China), residentes confinados se animaban entre sí cantando, mientras que en Sudáfrica, un coro juvenil creó una canción para concienciar sobre el virus. En Estados Unidos, una estrella de Broadway invita a estudiantes de instituto que iban a participar en musicales ahora cancelados a grabar sus actuaciones y enviárselas a ella.
Es casi como si, ahora que nuestra normalidad se viene abajo, floreciera de las ruinas nuestro sentimiento de comunidad. La humanidad no ha sido nunca tan profundamente humana ni ha mostrado tal determinación en buscar nuevas formas de conexión. Se diría que ya no importan las disputas triviales, mientras que la familia, el amor, la humanidad y la felicidad parecen de capital importancia. Ahora nos damos cuenta de que la perspectiva lo es todo. Ahora sabemos que estamos juntos en esto y, por todo el mundo, cada persona aporta su grano de arena, por pequeño que sea, para difundir la amabilidad, la solidaridad y la esperanza. A medida que las personas ponen distancia entre sí, el mundo se va uniendo. Nosotras, en nuestro aislamiento, estamos cada día más interconectadas.