Leila de Lima fue encarcelada durante la presidencia de Rodrigo Duterte, quien lideró la llamada “guerra contra las drogas” que se cobró miles de vidas en Filipinas. De Lima, que en aquel momento era senadora, era una de las figuras críticas más destacadas de Duterte hasta que se presentaron cargos falsos en su contra, utilizando testimonios de testigos de los que, más tarde, se retractaron, en un proceso que duró casi siete años.
Después de todo ese tiempo de detención arbitraria —durante el cual fue incluso capturada como rehén por un preso a punta de navaja— en noviembre de 2023 se concedió por fin libertad provisional a la exsenadora y expresa de conciencia filipina Leila de Lima. Aun así, continúa pesando un cargo en su contra.
A continuación, reproducimos unas declaraciones de Leila de Lima a Amnistía Internacional sobre su angustiosa experiencia durante la detención y sobre aquello que la ayudó a superarla y sus próximos planes. Las respuestas han sido retocadas para ajustar su longitud y facilitar su comprensión.
Desde el primer día de mi liberación, he estado ocupadísima. Tuve que ir a una casa franca, a instancias de mis amistades. Me permitieron ver a varios de mis amigos más cercanos. Como no podía ver a mi familia en persona, tuve que llamarla por teléfono.
Me quedé unos días en esa casa franca antes de volver a casa, a nuestra provincia […] fue un reencuentro muy emotivo. Mi madre [de 91 años] no llegó a saber nunca que había estado en la cárcel. Mis hermanos le dijeron que estaba en Estados Unidos por estudios.
Muchas personas vinieron a visitarme a nuestra casa. Algunas de ellas se emocionaban mucho. Cuando me encuentro con gente en lugares públicos, aunque no la conozca de nada, a veces lloran y dicen: “hemos rezado por usted, senadora Leila. ¡Qué alegría que por fin esté libre!”
“Los gatos me ayudaron a no perder la cabeza”
Pasé detenida casi siete años: exactamente, 6 años, 8 meses y 21 días, es decir, 2.454 días. Tuve que adoptar una rutina estricta para mantenerme ocupada. Los primeros días estaba muy tensa y me invadía la sensación de incredulidad e indignación. Pero al final, pude adaptarme.
Desde que me despertaba, a las 4.30 de la madrugada, empezaba a rezar, a leer la Biblia y a escribir un poco. No tenía teléfono móvil ni ordenador, ni ningún otro aparato electrónico. Tampoco tenía aire acondicionado ni ducha. Me permitieron tener un microondas, porque como no tenía cocina y la comida venía de mi casa, necesitaba calentarla de algún modo.
Adopté casi 20 gatos callejeros, que venían todo el rato. Tenía cinco favoritos, que son los que he traído conmigo a casa cuando me han liberado. Me ayudaron mucho a sobrellevar mi vida recluida. Eran muy importantes para mí, porque me ayudaron a no perder la cabeza. Me hicieron feliz pese a la soledad, pese a un enorme sentimiento de soledad.
Traumática captura como rehén
El 9 de octubre de 2022, cuando estaba rezando el rosario, me capturaron como rehén. Era parte de mi rutina, entre las 6.20 y las 6.30 de la mañana. Iba por la mitad del rosario, cuando una persona irrumpió en mi habitación: uno de los tres detenidos que habían intentado escapar. Los otros dos habían sido ya abatidos a tiros; yo no sabía nada de lo que había pasado fuera.
Uno de ellos, que consiguió escapar del francotirador, vino a mi habitación y me hizo rehén con una navaja improvisada que apretaba constantemente contra mi pecho. Me vendó los ojos y me ató de pies y manos. Como no le concedían lo que pedía, me dijo: “ha llegado la hora. Primero te mataré a ti y luego me suicidaré”.
Estuve todo el rato con los ojos vendados; luego, de repente, sonaron disparos, disparos a corta distancia, como tres o cuatro. No llegué a ver caer a mi captor, porque me sacaron de inmediato de la habitación.
Fue muy traumático, muy angustioso. Pensé que era el final. Estaba muerta de miedo, pero tenía que ocultárselo a mi captor.
Fue muy traumático, muy angustioso. Pensé que era el final. Estaba muerta de miedo, pero tenía que ocultárselo a mi captor. Cuando me pidió el teléfono móvil, le dije: “no tengo teléfono móvil; está prohibido, ya lo sabes”. Intentaba combatir el miedo. Porque, de lo contrario, si el miedo te embarga, no puedes pensar con claridad. Ésa es mi actitud.
Detenida durante la pandemia
Antes de la pandemia, recibía visitas periódicas.
Pero cuando llegó la pandemia, hubo un confinamiento total que duró varios meses. Incluso después de terminar el confinamiento, las visitas siguieron estando limitadas. Impusieron nuevas restricciones. Las visitas se hicieron menos frecuentes, porque había más requisitos, como el de pedir autorización judicial. Hasta que quedé en libertad, el 13 de noviembre de 2023, las visitas siguieron limitadas.
Para mí, fue una suerte y una bendición que el mundo entero estuviera vigilando. Si no, habría sido más difícil. Las autoridades sabían que el mundo entero estaba vigilando. Muchas organizaciones, como Amnistía Internacional, y diputados y diputadas seguían de cerca mi caso y emitían llamamientos para pedir mi liberación inmediata. Eso tuvo mucho peso.
Por suerte, los guardias de seguridad me trataron bastante bien, con respeto, educación y profesionalidad, aunque con distancia, claro.
La soledad, una bendición
Fue una experiencia difícil tanto mental como física y emocionalmente; sobre todo, porque soy inocente. Tenía que sobrellevar las circunstancias. La otra opción era rendirme. Yo luchaba por los derechos de las víctimas de la guerra contra las drogas, por la justicia. Tenía que sobrevivir, porque no quería dar a mis opresores y mis acosadores la satisfacción de verme rota o destruida.
La soledad fue una bendición. La soledad hace salir mucho de tu interior, te permite darte cuenta de muchas cosas. Echas de menos a tus seres queridos y te pierdes acontecimientos especiales y oportunidades, sobre todo la muerte de amigos o familiares. Ni siquiera me permitían ir al velatorio.
Me percaté de la belleza de las pequeñas bendiciones de la vida. Cuando llovía, me asomaba a la puerta y me quedaba mirando la lluvia. Y cuando los pájaros venían por la mañana, les daba de comer. Antes, no hacía nunca esas cosas. Estaba centrada en otras cuestiones, pero son bendiciones, momentos de epifanía.
Me percaté de la belleza de las pequeñas bendiciones de la vida.
Fue difícil, pero valió la pena. No me arrepiento de nada. Seguí luchando por los derechos de otras personas. Me di cuenta de que las cosas que merecen la pena no son fáciles de conseguir. Pero me atreví a oponerme a esas muertes injustas, a las injustas políticas del anterior gobierno. Cuando se trata de los derechos humanos y de defender la dignidad humana, una no puede estar equivocada nunca.
Víctima de la injusticia
Voy a querellarme contra los responsables de mi detención. Tienen que rendir cuentas por lo que me hicieron. Sabían que todas esas acusaciones eran falsas e inventadas, mentiras y nada más, pero siguieron adelante con ellas, e interpusieron tres causas judiciales por delitos de drogas. No podría dejarlo pasar. No es una cuestión de venganza, sino de justicia. Está claro que he sido víctima de una injusticia.
Su intención no era más que silenciarme, que destruirme. Todo el aparato del Estado se dedicó a perseguirme, a las órdenes de Duterte. Todo fue organizado para complacer a un presidente vengativo.
¿Qué le espera a Leila a continuación?
Pienso seguir dedicándome a mis actividades de defensa principales: derechos humanos y justicia social, democracia y Estado de derecho. Sigo de cerca la investigación de la CPI [Corte Penal Internacional] sobre los homicidios cometidos durante la guerra contra las drogas.
Aún quedan más cosas por hacer. Aún se siguen denunciando homicidios, pero menos. Quiero que —de manera explícita, categórica y pública— el presidente Marcos Jr. ordene a los responsables detenerse, ya sean éstos agentes estatales o no. Aún no le hemos oído decirlo. ¿Qué puede tener más fuerza que las palabras del propio presidente diciendo “dejen de matar”?