[Opinión] Por Tirana Hassan, directora del Programa de Respuesta a las Crisis de Amnistía Internacional.
A sus cinco años, Buthaina ha sido ya testigo del tipo de violencia y brutalidad que las personas poderosas y los gobiernos suelen querer mantener ocultas.
Sacada de entre los escombros de su casa en Saná, capital de Yemen, se la puede ver, en imágenes que se han hecho virales, sentada en la cama del hospital, aferrada a un oso de peluche. Llena de contusiones, a duras penas logra abrirse con los dedos el ojo hinchado para asomarse al mundo que con tanta crueldad la ha tratado. “Tenía hermanos y hermanas, cinco, para jugar. Ahora no tiene ninguno”, dijo a Amnistía Internacional su primo Ali al-Raymi.
Toda la familia de Buthaina murió mientras dormía cuando la coalición dirigida por Arabia Saudí lanzó una lluvia de bombas de fabricación estadounidense y otros proyectiles sobre su barrio el 24 de agosto por la noche. El ataque a esa zona residencial mató a 16 civiles, entre ellos siete niños y niñas de entre 3 y 13 años. Sam Bassim al-Hamdani, de 2 años, también perdió a su padre y a su madre en los ataques, que la coalición dijo posteriormente que habían sido “accidentales y fortuitos”.
Pero no es un accidente que los niños y niñas yemeníes sufran las peores consecuencias de la guerra brutal que asuela el país desde 2015. De hecho, un informe filtrado del secretario general de la ONU, António Guterres, apunta a una clara tendencia. En el apartado sobre Yemen de su informe anual sobre los niños y los conflictos armados, se señala que el asesinato y la mutilación de niños y niñas siguen siendo las violaciones predominantes de los derechos de la infancia en el país y se determina que la coalición dirigida por Arabia Saudí es responsable de más del 50% de las víctimas infantiles –683, frente a las 414 de los grupos armados huzíes–.
El secretario general sabía que sería controvertido incluir a la coalición dirigida por Arabia Saudí en un anexo del informe que contiene una “lista negra” de los principales responsables. Un intento similar se descartó al final el año pasado tras ceder el entonces secretario general, Ban Ki-moon, a la intensa presión diplomática de Arabia Saudí. Esta marcha atrás sentó un peligroso precedente.
Antes de que el informe de este año se hiciera público, los cuerpos diplomáticos saudíes pusieron a toda marcha su maquinaría para intentar mitigar los efectos secundarios, promocionando la ayuda humanitaria que envían a las víctimas de la guerra en el vecino Yemen. Por supuesto, lo que no mencionaron fue cómo la coalición dirigida por Arabia Saudí, así como sus proveedores de armas, desempeñaron primeramente un importante papel en la creación de la crisis humanitaria de Yemen. Parece que su campaña de relaciones públicas tuvo cierto éxito, pues el secretario general creó una nueva categoría para que, aunque se incluya en la lista a la coalición dirigida por Arabia Saudí, se le reconozca haber adoptado medidas para mejorar la protección de la infancia. Sin embargo, la coalición no ha sido incluida en la lista hasta la fecha,y no hay pruebas de medidas concretas que haya tomado para proteger a la infancia. Al contrario, los niños y las niñas continúan figurando entre las principales víctimas de la campaña aérea y son quienes más sufren las catastróficas consecuencias humanitarias del conflicto.
Amnistía Internacional ha documentado reiteradamente violaciones del derecho internacional de los derechos humanos y del derecho internacional humanitario cometidas por la coalición durante el conflicto, incluso contra menores. Entre ellas figuran ataques aéreos contra escuelas y hospitales y uso de municiones de racimo, prohibidas internacionalmente, que han matado y mutilado a menores.
Mientras tanto, los niños y niñas yemeníes se ven afectados de manera desproporcionada por la terrible crisis humanitaria provocada por los años de conflicto transcurridos. En una declaración conjunta de finales de julio, los directores de tres agencias de la ONU señalaron que un impresionante 80% de los niños y niñas yemeníes necesitan asistencia humanitaria. Dos millones de niños y niñas sufren malnutrición aguda, lo que deja a centenares de miles vulnerables al peor estallido de cólera del mundo, que se extiende en medio de la mayor crisis humanitaria del mundo.
Aunque Yemen esté entre los más extremos, cabe encontrar en el todo el mundo muchos otros casos devastadores de conflictos y crisis donde los niños y las niñas están pagando un alto precio.
Sólo en los últimos meses, más de 240.000 niños y niñas rohingyas cansados y traumatizados han huido de la limpieza étnica en Myanmar; un escolar ha sido ejecutado extrajudicialmente en el marco de la “guerra contra las drogas” de Filipinas, con lo que ya asciende a 54 el número de homicidios de menores registrados en esta campaña asesina, y UNICEF ha denunciado que Boko Haram ha utilizado a 83 menores, en su mayoría niñas, como bombas humanas en el noreste de Nigeria en lo que va de año. A finales de agosto, la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos condenó la muerte de al menos 49 niños y niñas entre las centenares de víctimas civiles del bombardeo aéreo de Raqqa, Siria, por la coalición dirigida por Estados Unidos, así como los informes sobre reclutamiento forzado de menores por parte del grupo armado autodenominado Estado Islámico.
Las duras escenas de niños y niñas maltratados por la violencia figuran entre las imágenes más obsesionantes y definitorias de nuestra época: Omran, aturdido y totalmente cubierto de polvo y sangre en la parte de atrás de una ambulancia en Alepo; Alan, cuyo cadáver bañaban las olas en una playa de Turquía; Buthaina, acurrucada en una cama de hospital, diciendo a las cámaras que toda su familia está ahora “en el cielo”.
La guerra mata y mutila a miles de niños y niñas, pero exponencialmente desplaza a muchos más, arrancándolos de sus hogares, sus escuelas e incluso sus países: según la Agencia de la ONU para los Refugiados, los niños y las niñas representan más de la mitad de los 22,5 millones de personas refugiadas del mundo.
Algunos niños y niñas sufren consecuencias extremas para su salud mental debido a lo que presencian cuando sus hogares, escuelas y barrios son sitiados o bombardeados. Este año, Save the Children ha publicado un importante estudio sobre el “estrés tóxico” que padecen los niños y niñas en Siria; los expertos en salud mental no saben si los menores nacidos en conflictos tan implacables llegarán alguna vez a recuperarse por completo psicológicamente.
De manera generalizada, los niños y las niñas son objeto de ataques y están desatendidos en los conflictos armados y las crisis. Parte del problema radica en que hay muy pocas iniciativas globales para protegerlos de ello. De hecho, el informe de la ONU sobre los niños y los conflictos armados figura entre los únicos mecanismos de que disponemos para nombrar y avergonzar a los peores perpetradores de tales abusos del mundo, e incluso este informe se menoscaba para proteger la reputación de los perpetradores.
No se debe permitir a los responsable ignorar abiertamente las conclusiones del informe. Cada vez que la coalición dirigida por Arabia Saudí consigue disimular sus abusos en Yemen o cada vez que el Consejo de Seguridad da un pase a Siria para matar y mutilar a niños y niñas, los perpetradores ven que incluso los delitos más graves contra la infancia no tienen consecuencias.
Es evidente, por las medidas recientes de dos secretarios generales de la ONU distintos que, lamentablemente, cediendo a la presión de los autores mismos de las violaciones de los derechos de la infancia, el actual mecanismo para proteger a los niños y las niñas en los conflictos armados no puede desempeñar la función para la que fue concebido. A menos que el Consejo de Seguridad haga aplicar las reglas para la protección de los menores en los conflictos, incluso por medio de embargos de armas y de medias para llevar a los perpetradores ante la justicia, se matará, mutilará y dejará huérfanos con impunidad a innumerables niños y niñas más como Buthaina.