LOS MÚLTIPLES MATICES DEL MIEDO EN TURQUÍA

Protest held at Turkish Embassy Dublin against police brutality in Turkey, June 2013.

El miedo adopta muchas formas. Hace un mes, la noche del sangriento intento de golpe de Estado de Turquía, sentí el miedo en el estómago, como millones de personas más en Estambul y Ankara, mientras las explosiones sacudían nuestras salas de estar y al otro lado de las ventanas silbaban las balas. En el piso de abajo, mis vecinos se refugiaron en el cuarto de baño, porque temían por su seguridad y por la vida de sus seres queridos. Fuera pasaban tanques por la calle y aviones y helicópteros cruzaban el cielo, mientras los golpistas potenciales disparaban contra civiles.

Cuando se hizo patente que el sangriento golpe había fracasado, el alivio fue enorme, al menos al principio. Pero, como el olor acre, se nota aún el miedo en el aire. Mientras grandes concentraciones orquestadas para celebrar el fracaso del golpe creaban por la noche un ambiente casi festivo, durante el día los ánimos estaban tensos en la calle. Los labios prietos y el ceño fruncido habían sustituido a la habitual sonrisa de los tenderos del barrio. Mucha gente prefería no salir de casa, y esperaba, vigilante y nerviosa, sin saber muy bien qué iba a ocurrir ahora. ¿Había pasado ya el riesgo de golpe de Estado? ¿Habría otro intento violento de toma del poder?

Subyacente a este miedo estaba el recuerdo de los brutales golpes de Estado ocurridos anteriormente en Turquía,el recuerdo de las detenciones, la tortura y las ejecuciones tras el golpe de 1980. Quienes lo vivieron conocían el horror, y quienes eran demasiado jóvenes para recordar habían oído a sus padres describirlo.

En los días siguientes al golpe fallido, cuando comenzó la represión del gobierno y se anunció el Estado de excepción, el miedo no desapareció; seguía ahí, transformado. A lo largo del mes transcurrido desde el intento de levantamiento se ha detenido a más de 23.000 personas, y más 82.000 han sido suspendidas o despedidas de su trabajo. Se persigue a toda persona con algún presunto vínculo con el movimiento del clérigo radicado en Estados Unidos Fethullah Gülen, acusado de haber orquestado el golpe. Militares, policías, jueces, abogados, intelectuales, periodistas, profesores, médicos, e incluso árbitros de fútbol, nadie parece librarse de la persecución.

Aunque el gobierno tiene el deber de garantizar la seguridad, proteger a la ciudadanía y procesar a los presuntos responsables de ataques violentos contra gente corriente, sólo debe investigar y llevar ante la justicia a una persona si hay pruebas suficientes contra ella. No se debe detener, recluir ni sancionar arbitrariamente a nadie. Y es ahí donde el gobierno del presidente Recep Tayyip Erdogan no está actuando bien.

Los efectos sobre las personas y sus familias han sido inmensos. Las que han sido suspendidas o despedidas de su trabajo tendrán problemas para encontrar otro. Un hombre que acababa de ser padre me dijo: “Creo que el motivo de que me hayan suspendido es que soy miembro de un sindicato. “Vuelvo al trabajo esta semana, pero el procedimiento sigue pendiente. Me da mucho miedo perder el trabajo y no encontrar otro y no poder mantener a mi familia.”

El hecho de que se haya suspendido de empleo a tantas personas de repente ha tenido considerables consecuencias en el funcionamiento del Estado. La quinta parte de los jueces han sido suspendidos de empleo, despedidos o detenidos. Otras funciones públicas esenciales, como la educación, están desmanteladas y no van a poder recomponerse en seguida. Los ciudadanos y ciudadanas corrientes no son los únicos que tienen miedo. Periodistas, activistas y profesionales del derecho no se atreven tampoco a hablar por temor a parecer sospechosos.

Irónicamente, los mecanismos que está utilizando el gobierno de Erdogan son un legado de los antiguos gobernantes militares turcos. La legislación del Estado de excepción aprobada en 1983 confiere atribuciones al gobierno para imponer toques de queda, prohibir las manifestaciones y cerrar empresas, fundaciones y asociaciones. Permite a la policía parar y registrar a la gente sin autorización judicial. Varios informes indican que la policía está utilizado este poder para ver los mensajes de texto y de las redes sociales en los teléfonos de la gente.

La legislación faculta también al gobierno para gobernar por decreto, por lo que puede aprobar leyes sin oposición alguna. Hasta ahora, dos decretos han permitido suspender el hábeas corpus por un periodo de hasta 30 días, restringir el derecho de las personas detenidas a consultar con abogados y conferido inmunidad procesal a los funcionarios del Estado en el ejercicio de sus funciones conforme a los decretos.

Mientras tanto hemos sido testigos de una campaña de represión de los medios de comunicación sin precedente en la historia moderna de Turquía. En el último mes se han cerrado 131 medios de comunicación y editoriales y se han dictado al menos 89 órdenes de detención contra periodistas.

La purga iniciada tras el golpe se produce en un momento en que los ataques a la libertad de expresión, asociación y reunión en Turquía estaban siendo ya muy intensos. Se habían designado administradores del gobierno para gestionar los periódicos de oposición afines a Gülen y se habían cerrado 15 canales de televisión en los meses previos al golpe. El derecho a la libertad de reunión pacífica estaba ya restringido, y la policía hacía de manera habitual uso excesivo de la fuerza para dispersas las manifestaciones.

En el sureste del país, donde se han producido enfrentamientos entre miembros del grupo separatista kurdo PKK y las fuerzas de seguridad, el gobierno supervisa una ofensiva contra localidades y barrios kurdos que incluye toques de queda durante las 24 horas y cortes de servicios. Los militares han llevado a cabo operaciones en zonas residenciales, como consecuencia de las cuales centenares de miles de personas se han visto desplazadas y no pueden regresar.

En la atmósfera febril imperante tras el golpe, es probable que la situación se deteriore aún más para los disidentes. Se puede observar ya que no se hace distinción entre ser culpable del golpe y ser simpatizante de Gülen. La definición de “traidor” de las autoridades podría ampliarse aún más para abarcar a laicos, izquierdistas o kurdos que se muestren críticos.

El intento violento de golpe de Estado y la represión gubernamental subsiguiente dejarán marcas indelebles a Turquía durante años. Ese país está volviendo poco a poco a la normalidad, pero es una nueva normalidad. Una normalidad con menos oxígeno para la sociedad civil y donde el miedo subyacente es constante.

Este artículo fue publicado por primera vez por Time, y se vuelve a publicar aquí con su amable permiso.