El 6 de febrero, desafiando la política israelí de reclutamiento militar, me negué a servir en el ejército israelí. Como era de esperar, ese día terminé en la prisión militar.
Objeto al servicio militar por motivos de conciencia; creo que, para garantizar la seguridad de toda la población de Israel y Palestina, la política del gobierno debe cambiar, y debe ponerse fin a la ocupación.
Cuando era niña, paseaba con frecuencia con mi madre por la Ciudad Vieja de Jerusalén. Me gustaba empaparme de los sonidos de otro idioma, y del sabor de dulces y platos diferentes. Luego, cuando tenía unos seis años, mataron al conserje de mi escuela en una atentado terrorista. Al cabo de unos días, cuando mi madre y yo volvimos a la Ciudad Vieja, traté de esconderme tras ella. Ella se dio cuenta de que tenía miedo, y me dijo: “no hay nada que temer; esta gente es como tú y como yo, no hay por qué tenerles miedo”. En ese momento, entendí que todos somos seres humanos, y que aquí todo el mundo, tanto judíos como árabes, vive con el temor de la guerra.
A lo largo de los últimos meses, he participado, con personas palestinas, en actividades de base organizadas en los Territorios Ocupados. Por primera vez, he entendido hasta dónde llega la cooperación entre los colonos y el gobierno israelí, y he comprobado personalmente que la política del gobierno en las zonas rurales de los Territorios Palestinos Ocupados está concebida para hacer la vida imposible a la población palestina y expulsarla de su tierra.
Un activista palestino me contó su experiencia con los israelíes: de niño, sólo veía soldados extranjeros que hablaban una lengua que él no entendía, y que entraban en su pueblo y destruían casas. Le daban miedo, y se sentía furioso. Tardó años en conocer a otros israelíes, que le enseñaron la otra cara de nuestra sociedad. Al oírle, me quedó claro que vivimos inmersos en un ciclo sin fin: la violencia engendra más violencia, y no es la solución. La cooperación entre las poblaciones israelí y palestina nos conducirá a la paz y nos permitirá vivir a salvo, sin temor ni odio.
Para mí, es importante asumir mi responsabilidad social, como integrante de la sociedad, y mi negativa al servicio militar no nace del deseo de eludirla. Al contrario, nace de la ambición de cambiar nuestra realidad actual. Al negarme a cumplir el servicio militar, lo que intento es cumplir con mi responsabilidad social. El ejército israelí es el instrumento que el gobierno utiliza para crear y mantener la opresión, el desempoderamiento y la privación de derechos básicos. Si quiero cambiar la situación, no puedo cooperar con él.
Es fácil caer en el odio. Es fácil pensar en términos de “nosotros” y “ellos“, de “buenos” y “malos”. Puede que mis ni yo ni mis compañeros y compañeras de lucha acabemos con la ocupación, pero nuestras acciones son un comienzo. Para cambiar realmente las cosas, es preciso empezar a dar pasos. Por eso, me he negado a servir en el ejército, porque en nuestra situación actual ésa es la única forma de defender la democracia.
Ahora he empezado a cumplir mi tercera condena de prisión. Ha sido duro volver a la cárcel militar, porque en cualquier momento te pueden despojar de cualquier privilegio, por pequeño que sea. Además, esta vez estoy sola, sin más objetores de conciencia, y cada vez es más complicado seguir siendo positiva. Pese a ello, creo que mi lucha es importante, y que está por encima de mí y de mis miedos.
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Amnistía Internacional lleva desde 1972 trabajando en la cuestión de los objetores y objetoras de conciencia en Israel. El derecho a negarse a cumplir el servicio militar por motivos de conciencia o por convicción personal profunda, sin sufrir por ello sanción legal, física o administrativa alguna, está consagrado en el derecho internacional de los derechos humanos y, en concreto, en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, que Israel ha ratificado. Amnistía Internacional considera presa de conciencia a Atalya Ben Abba —así como a cualquier otra persona recluida por haberse negado a cumplir el servicio militar por razones de conciencia o por convicciones personales profundas—, e insta a las autoridades a dejarla en libertad de inmediato y sin condiciones.
En 2016 al menos cinco personas fueron encarceladas por objetar al servicio militar. El 23 de marzo de 2017 la objetora de conciencia Tamar Zeevi, de 19 años, fue liberada tras haber pasado 115 días en la cárcel militar; el 5 de abril, Tamar Alon, de 18 años, y también objetora de conciencia, salió en libertad tras 130 días bajo custodia militar.