Desafiando a sus opresivos Estados que privan a la gente de su derecho a la libertad de expresión, asociación y reunión pacífica, muchos miles de activistas de la región que abarca la antigua URSS, muchos de ellos y ellas jóvenes, han salido a la calle, se han involucrado en campañas online y han producido creativas maneras de contribuir a los derechos humanos, y al hacerlo han transmitido una mayor esperanza de un futuro mejor. Así lo ha manifestado Amnistía Internacional hoy, al presentar su informe anual sobre Europa Oriental y Asia Central.
“En 2019, plantando cara a la sombría imagen de toda una región de casi 300 millones de personas atrapada por regímenes corruptos y cada vez más autoritarios, la ciudadanía ordinaria de toda la región salió a la calle en mayor número que en años anteriores. Vimos a activistas en favor de las mujeres y el medioambiente y en contra de la corrupción ganar protagonismo e impacto en acciones y protestas colectivas. Algunas de las cuestiones que impulsaron el poder popular en nuestra región fueron la disminución del nivel de vida, los desalojos forzosos y las elecciones amañadas”, ha manifestado Marie Struthers, directora de Amnistía Internacional para Europa Oriental y Asia Central.
“Contra todas las probabilidades, y frente a un grave coste personal, la petición de justicia, rendición de cuentas y derechos humanos cobró fuerza en la nueva generación y entre las personas cuyas voces habían sido silenciadas en años anteriores.”
Represiones y violencia contra manifestantes
Salvo escasas, y aún más alentadoras, excepciones, el derecho a la libertad de reunión fue severamente restringido en toda la región, mientras las autoridades de algunos países llegaban al extremo de prohibir las protestas “no autorizadas” realizadas por una sola persona. Las concentraciones pacíficas tuvieron como respuesta violencia policial y procesamientos penales de organizadores y participantes, desde Azerbaiyán hasta Rusia.
Sin embargo, contra todo pronóstico, miles de personas se congregaron en Georgia, impulsadas por el conflicto en curso con Rusia y las promesas rotas de las autoridades respecto a una reforma electoral; también se congregaron en Azerbaiyán, desafiando reiteradamente la brutal represión de toda disidencia política, o en Kazajistán, en respuesta a la cesión de la presidencia por parte de Nursultan Nazarbaev a su sucesor designado, Kassym-Jomart Tokayev.
En Rusia se celebraron las concentraciones más numerosas en muchos años de manifestantes pacíficos que pedían justicia y el reconocimiento de su derecho a elegir a quienes ellos quisieran para representarlos. En Moscú, estas protestas dieron lugar a investigaciones penales y a la condena de dos docenas de participantes, la mayoría de los cuales no habían hecho nada remotamente criminal o violento.
“Las represalias contra quienes participaban en protestas multitudinarias en Moscú pusieron en marcha una campaña de solidaridad sin precedentes y la creación de muchos grupos de iniciativa que no son simplemente un subproducto de la represión política, sino la señal de un nuevo despertar de la conciencia sobre los derechos civiles y el poder popular en Rusia”, ha manifestado Natalia Zviagina, directora de Amnistía Internacional para Rusia.
Activistas y defensores y defensoras de los derechos humanos en la línea de fuego
Europa Oriental y Asia Central sigue siendo la región en la que la mayoría de los gobiernos hicieron todos los esfuerzos posibles por limitar las actividades de las ONG de derechos humanos y las organizaciones de la sociedad civil. Rusia ha sentado un peligroso precedente para la región al establecer el sistema más intrincado de restricciones legislativas, con el que ha introducido las categorías de “agentes extranjeros” y “organizaciones indeseables”. En 2019, la categoría de “agentes extranjeros” se amplió para abarcar a personas particulares, incluidos blogueros y blogueras y periodistas independientes.
Mientras tanto, los demás países recurrieron a métodos menos sofisticados pero de eficacia demostrada consistentes en detenciones ilegítimas, acoso e intimidación de activistas y defensores y defensoras de los derechos humanos. En Uzbekistán, que alentó la esperanza de un cambio a mejor tras el fallecimiento del presidente Islam Karimov, continuaron el acoso y la vigilancia de activistas cívicos por parte de las autoridades. En Tayikistán, la intimidación y las amenazas de detención arbitraria y tortura y otros malos tratos contra quienes defendían los derechos humanos seguían siendo generalizadas, y al Ministerio de Justicia se le otorgaron poderes aún mayores para mantener a las ONG bajo el control del Estado. La opresión en Turkmenistán de todo tipo de disidencia hizo imposible trabajar abiertamente en favor de los derechos humanos en el país.
Incluso en los países que disfrutan de un mayor pluralismo social y político, como Kirguistán o Ucrania, los sistemas de cumplimiento de la ley y de justicia fallaron a los activistas y defensores y defensoras de los derechos humanos al no poder garantizar su protección efectiva. Además, en Kirguistán, la declaración de culpabilidad infundada en 2010 y la cadena perpetua del defensor uzbeko de los derechos humanos Azimjan Askarov, procesado por su labor de derechos humanos, fueron confirmadas una vez más. Los ataques violentos habituales contra periodistas y activistas y los crímenes de odio contra grupos marginados en Ucrania no se investigaron de forma efectiva prácticamente en ningún caso.
¿Un nuevo amanecer para los derechos humanos?
A pesar del desfavorable clima para los derechos humanos en Europa Oriental y Asia Central, en más de una ocasión los esfuerzos no sólo de activistas sino también de cualquier persona con la valentía de alzarse ante las autoridades abusivas dieron frutos, y brindaron una esperanza mucho mayor para el futuro.
La ratificación de la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad por parte de Kirguistán, por la que Amnistía Internacional hizo campaña, abrió el camino a una posible inclusión efectiva de 180.000 personas que vivían con discapacidad. En Moldavia, años de incansables esfuerzos de activismo dieron lugar al mayor desfile LGBTI celebrado hasta la fecha en Chisinau, y que gozó de protección efectiva de la policía. Lo mismo sucedió en Ucrania, donde el mayor desfile del Orgullo celebrado en la historia en Kiev ya no fue una mera demostración de valentía por parte de los activistas de defensa de los derechos, sino que se convirtió en una auténtica celebración para los participantes.
El movimiento de igualdad de género y empoderamiento de las mujeres está haciendo frente de manera efectiva al conservadurismo social en muchos países. Unas 200 feministas celebraron en septiembre la primera concentración autorizada oficialmente en favor los derechos de las mujeres en Kazajistán. Un mes después, valerosas mujeres activistas de Azerbaiyán salieron a la calle para luchar contra la violencia en el ámbito familiar a pesar de los intentos de la policía por disolver la protesta y de las detenciones que se produjeron a raíz de ella.
“La disposición de cientos de miles de personas a salir a las calles, ya fuera en Moscú, en Bakú o en Bishkek, da testimonio de que en las sociedades de Europa Oriental y Asia Central, especialmente entre la gente joven, existe una creciente demanda de que se respeten, se protejan y se hagan realidad sus derechos, una creciente resolución de reclamar los derechos que la generación anterior entregó a autoridades abusivas. Los gobiernos que siguen respondiendo robando derechos y oportunidades a la ciudadanía de sus países se encontrarán en el lado equivocado de la historia. Esta es la lección que podemos aprender del poder popular en 2019”, ha declarado Marie Struthers.