“No puedo creer que mi familia y yo sigamos vivos”, testimonio de trabajador sobre el terreno de Amnistía Internacional

Después de seis meses de guerra en Gaza, no puedo creer que mi familia y yo sigamos vivos. Esperaba que esta guerra acabara el trimestre pasado, pero aquí estamos: siete meses de guerra y sin final a la vista.

En medio del horror diario, sigo viviendo y documentando; posiblemente la única buena noticia haya sido que mi hijo, su esposa y sus dos hijos han sobrevivido. En marzo huyeron de Gaza para reunirse con nosotros en el sur. Cuando pude abrazarlo a él y a mis nietos, casi no podía creer que los estuviera tocando. La esposa de mi hijo dio a luz aquí, en Rafá, en condiciones inconcebiblemente crueles e inhumanas, pero tenemos más suerte que la mayoría de las demás familias.

Por primera vez en seis meses se permitió la entrada de pollo congelado en Rafá. Te alegras por los niños, pero casi no puedes contener las lágrimas: ¿se imaginan que comer pollo congelado se haya convertido en un sueño para ellos?

Como a todo el mundo en Rafá, nos aterroriza la perspectiva de una invasión terrestre israelí. ¿Adónde iríamos después? ¿Otro desplazamiento? No hay un solo lugar en Gaza que se haya librado de la destrucción: destrucción en Jan Yunis, destrucción en la zona centro; el este y el oeste de Rafá están saturados de personas internamente desplazadas, es imposible plantar una tienda más allí. ¿A dónde podría ir toda esta gente? ¿Qué suerte les espera? ¿A dónde te diriges cuando no queda un lugar seguro?

Mi labor es documentar las violaciones de derechos humanos, pero cada vez que intento describir el sufrimiento y la miseria, siento que mis palabras son totalmente impotentes. Procuro no pensar demasiado, no pensar en todas las víctimas, en todos los casos que he documentado. Pero no se me va de la cabeza el rostro de aquel hombre en Deir al Balah, Suleiman al Najjar, quien había perdido a 21 miembros de su familia en un ataque Israelí. El dolor silencioso de su mirada mientras estaba sentado en los escombros de su hogar en ruinas, como esperando el regreso de su esposa y sus hijos, lo tengo grabado en el corazón. Ese hombre lo ha perdido todo. Igual que tantas personas que hemos conocido durante esta guerra, que han perdido a su familia, su casa, sus medios de vida. Y sin embargo no hay tiempo de lamentarse, ni siquiera hay tiempo de pensar en lo que hemos perdido. No podemos permitirnos el lujo de derrumbarnos. Yo me sigo resistiendo a una crisis nerviosa. Resistimos para seguir viviendo; tenemos que intentar esquivar la muerte, crear vida de la nada. Y sólo contamos con nuestras esperanzas y nuestra fe inquebrantable en Dios, en que mañana será mejor. Tenemos la responsabilidad de documentar, de ser testigos, y eso es lo que me mantiene en pie.

Contenido relacionado: