Por Naureen Shah, directora de Seguridad Nacional y Derechos Humanos de AI Estados Unidos
La administración Trump está decidida a seguir adelante con la prohibición de los musulmanes. La nueva versión, que se espera para el miércoles, sugiere que la administración cree que puede retocar la prohibición para satisfacer los requisitos legales y atenuar la indignación pública, sin admitir la derrota. Ese es un error de cálculo. La oposición será feroz y, al final, el Congreso se verá obligado a responder.
Se espera que la nueva orden ejecutiva mantenga la prohibición de entrada al país o permanencia en él de las personas procedentes de siete países de mayoría musulmanas, aunque las personas con la categoría de “residentes permanentes legales” podrían quedar exentas. También podría eliminarse la disposición de la orden anterior que daba prioridad a las personas que se enfrentaban a persecución por profesar una religión minoritaria, una disposición considerada en general como un intento de codificar una preferencia por las personas refugiadas no musulmanas. El cierre temporal del programa de admisiones de personas refugiadas puede continuar, aunque es posible que se eliminen las referencias específicas a los refugiados sirios. La intención discriminatoria de la prohibición (tratar a las personas como amenazas no por lo que han hecho sino por quiénes son) se mantendrá.
Aunque las revisiones pueden afectar a la manera en que los tribunales ven la orden, para la población lo que importa es la óptica, y esa sigue siendo la misma, si no peor. Para la población, tanto de aquí como del resto del mundo, la nueva prohibición inspirará la misma mezcla de desprecio y ansiedad.
Muchos verán la decisión de Trump de dictar una segunda prohibición de los musulmanes como algo simbólico. Un símbolo del persistente ascenso de la inconsciente actitud de sembrar el miedo y defender “hechos alternativos”. Ese ascenso preocupaba tanto a la población que hizo que la obra de George Orwell 1984 se agotara en Amazon a finales del mes pasado. Y, al igual que en 1984, la prohibición de los musulmanes muestra a un gobierno alejado de la realidad. De hecho, una evaluación de la orden realizada por los servicios de inteligencia del Departamento de Seguridad Nacional filtrada el viernes refutaba de manera efectiva la premisa en la que se basaba la orden, al concluir que la ciudadanía era un “indicador poco fiable” de una amenaza terrorista.
No es de extrañar que se haya citado a miembros de ambos partidos — incluidos algunos que, como el ex director de la CIA John Brennan, tienen su propio espeluznante historial de aprobar violaciones de derechos humanos o ayudar a que se cometan — que han calificado la prohibición de contraproducente. La prohibición no tiene nada que ver con aumentar nuestra seguridad.
Sin embargo, la administración Trump sigue empeñada en esta prohibición. Persiste porque es la idea de un sector extremista y antimusulmán que domina la agenda de la Casa Blanca. Ese sector aislado parece no tener en cuenta el hecho de que, por mucho que modifiquen el texto, esta nueva orden seguirá oliendo a búsqueda de un chivo expiatorio. Provocará escalofríos en comunidades que están, o han estado alguna vez, en el punto de mira del gobierno.
La gente —desde las personas LGBT hasta los asiáticos estadounidenses y los judíos estadounidenses — volverá a unirse en señal de solidaridad contra la prohibición. Con razón, temerán que este sea otro paso adelante hacia un abismo de inhumanidad e intolerancia en el que también ellas sufrirán la persecución sistemática del gobierno.
El Congreso también debería ver la nueva prohibición, por mucho que se modifique, como un símbolo de la inclinación de la administración Trump hacia el autoritarismo. Aunque la amenaza del terrorismo es real, la histeria de la administración Trump sobre la “amenaza musulmana” está ideada para mantener a la nación asustada… y obediente.
Por desgracia, así es como se ha mantenido el Congreso: obediente. Resulta sorprendente que, pese a las protestas en aeropuertos y calles de todo el país, aún no haya habido un intento bipartidista de someter a escrutinio, no digamos ya dar muerte legislativa, a la prohibición de los musulmanes. El secretario de Seguridad Nacional, John Kelly, aún no ha sido convocado ante el Senado para responder por el impacto de la prohibición. Se presentaron varios proyectos de ley para anular la orden ejecutiva, pero ningún republicano se ha sumado a ellos.
Aunque varios miembros del Congreso hablaron contra la prohibición de los musulmanes, muchos expresaron su preocupación como si estuviera provocada por la caótica presentación y la falta de consulta. No dijeron nada de que se trataba de una política que, en su núcleo, se basaba en la idea de “culpable por asociación”. No defendieron el ideal, por ilusorio que sea, de que éste es un país que da la bienvenida a los forasteros.
Muchas personas en el Congreso preferirían simplemente guardar silencio y pasar la pelota a los tribunales. Pronto pueden perder esa opción. Si los abogados de la administración Trump consiguen lo que quieren, al menos algunos tribunales de instancia inferior darán luz verde a la prohibición revisada de los musulmanes, en lugar de detenerla. Eso hará recaer en el Congreso la responsabilidad de actuar, lo cual incluye bloquear legislativamente la prohibición. Los republicanos se mostrarán reacios a tirar de las orejas a la administración Trump, pero cuanto más ahonde el presidente Trump en su política de intolerancia, más presión tendrán los miembros individuales del Congreso para plantarle cara.
Y aún queda mucho por hacer. El Congreso debe pedir a las autoridades del Departamento de Seguridad Nacional que expliquen por qué consideran que esta prohibición es un uso adecuado de los recursos, y si se está implantando a expensas de otras prioridades, más inteligentes, contra el terrorismo. El Congreso debe asimismo investigar las graves denuncias sobre abusos contra viajeros normales atrapados en la primera orden de prohibición de los musulmanes, entre ellos personas que se vieron obligadas, bajo coacción, a entregar sus tarjetas verdes. Además, debe celebrar vistas sobre cómo está afectando la prohibición de los musulmanes a la política exterior estadounidense, incluida la manera en que la gente de todo el mundo ve este país y el impacto que puede tener en intereses estratégicos estadounidenses.
Durante un año, Trump amenazó con prohibir a los musulmanes la entrada en Estados Unidos. Por ello, por muy altisonantes que puedan ser las palabras que Trump utilice mañana para justificar esto como otra cosa que no sea una prohibición de los musulmanes, dará lo mismo. Después de un mes de administración Trump, ya hemos perdido la inocencia necesaria para creerlas.