Con el recrudecimiento de la guerra tras la vuelta a casa de las tropas estadounidenses y de la OTAN, vemos un lamentable incumplimiento de la promesa de ayudar a millones de personas internamente desplazadas.
POLÍTICA EXTERIOR
Olof Blomqvist, investigador de Amnistía Internacional sobre Asia Meridional
Farzana se estremece con sus siete hijos en lo que ha sido su hogar durante más de un decenio en Chaman e-Babrak (Afganistán). Este asentamiento en el norte de Kabul alberga a cientos de familias desplazadas que se han visto obligadas a huir del conflicto entre las fuerzas armadas afganas, con sus aliados internacionales, y grupos armados como los talibanes. En su diminuta y húmeda chabola fabricada con ladrillos de adobe, hay una lona colgada donde debería haber puertas y ventanas. Hay goteras en el tejado de las fuertes lluvias recientes; afuera, los caminos casi intransitables del asentamiento se han transformado en lodo.
Farzana tiene 30 años y está pagando el precio de vivir huyendo de la guerra. Huyó de su provincia natal de Parwan a finales de la década de 1990 debido a los enfrentamientos armados entre señores de la guerra locales y los talibanes, y consiguió llegar a Kabul tras permanecer un tiempo en Pakistán como refugiada. Ha sido el único sostén económico de la familia desde que su esposo, drogadicto, se marchó años atrás y su hijo mayor perdió la vida en un accidente de tráfico. La ayuda humanitaria, que según ella ha sido siempre insignificante, se ha reducido aún más en los últimos años, con el agotamiento de los recursos gubernamentales y el decaimiento del interés internacional en el país. La familia depende en gran medida de la generosidad de la gente –principalmente, recibe pan duro de una panadería cercana–, pero no reciben lo suficiente para alimentarse. “Cuando no puedes poner comida en la mesa para tus hijos, es peor que si te disparan con un arma –dijo Farzana–. Me preocupan mis hijos, podrían morir [este invierno].”
Con el recrudecimiento del conflicto en Afganistán a lo largo de 2015, debido al resurgimiento del movimiento talibán y a la retirada de las tropas internacionales, la violencia creciente se ha cobrado un número escalofriante de víctimas entre la población corriente afgana. En el oeste del país, los casos de afganos que arriesgaban la vida en peligrosas travesías para alcanzar las costas europeas han ocupado titulares. Cerca de 200.000 personas afganas solicitaron asilo en Estados de la UE en 2015, no menos del cuádruple de los que lo solicitaron el año anterior. Pero la inmensa mayoría de los afganos carece de recursos para hacer el equipaje y marcharse. Como Farzana, terminan como desplazados dentro de las fronteras de su país.
Los desplazamientos internos en Afganistán se han disparado en los últimos años. En la actualidad, alrededor de 1,2 millones de personas se han visto obligadas a huir de sus hogares debido al conflicto que arrasa el país. Eso supone más del doble del número de personas internamente desplazadas que había hace sólo tres años y medio (casi 500.000 al final de 2012).
Son las víctimas olvidadas del conflicto afgano. Como se demuestra en el nuevo informe que Amnistía Internacional publicó el martes, los desplazados internos se ven obligados a vivir en penosas condiciones, aferrándose a la supervivencia. Entrevistamos a más de un centenar de desplazados internos en campos y asentamientos de Kabul, Herat y Mazar e-Sharif, y todos contaban lo mismo. A la mayoría le costaba encontrar alimentos suficientes para el día, por no hablar del acceso a servicios básicos como la educación y la asistencia médica. Aunque muchos afganos ya están acostumbrados a esta lucha, quienes sufren además un desplazamiento, con el desarraigo de sus comunidades, la privación de sus medios de vida, el trauma y la falta de refugio que conlleva, se enfrentan a dificultades aún mayores.
El gobierno afgano no ha adoptado medidas destinadas a mejorar la situación de las personas internamente desplazadas, y muchas autoridades del gobierno a menudo tratan con cruel indiferencia su terrible situación. Al mismo tiempo, Estados Unidos y los gobiernos internacionales corren el riesgo de abandonar a estas personas que sufren las peores consecuencias de una guerra cada vez más brutal.
En 2014, Kabul aprobó una nueva política nacional sobre desplazados internos que habría podido ser un salvavidas para las personas desplazadas. Ampliamente aplaudido como uno de los documentos más completos que se han publicado en el mundo, esta política planteaba por primera vez los derechos humanos de los desplazados internos y la responsabilidad primordial del gobierno afgano de respetar estos derechos. De manera crucial, la política sobre desplazados internos establecía un plan exhaustivo de aplicación y repartía funciones y responsabilidades entre las instituciones del Estado para hacerla realidad. Los alimentos, las escuelas y las clínicas para personas desplazadas parecían estar al alcance.
Pero, transcurridos más de dos años, la política sobre desplazados internos es sólo una promesa incumplida. Y sus beneficios tangibles para las personas internamente desplazadas han sido prácticamente nulos. Más bien, por lo que cuentan las personas con las que hablamos, su situación ha empeorado con el paso del tiempo. La afluencia masiva de nuevos desplazados supone una competencia mayor por los escasos recursos disponibles, y hay menos alimentos y oportunidades de empleo, entre otras necesidades básicas. Con el agotamiento de los fondos aportados por donantes a medida que el mundo dejaba de mirar hacia Afganistán, la mayoría de las personas desplazadas también denuncian que en los últimos años han recibido cada vez menos ayuda humanitaria.
Son varios los motivos de que la política sobre desplazados internos se haya estancado, y todos apuntan a una falta general de medidas para respetar y proteger los derechos humanos en Afganistán. Para empezar, el gobierno afgano presenta enormes carencias en cuanto a capacidad y conocimientos especializados en lo referente a las personas internamente desplazadas. El Ministerio de Asuntos de los Refugiados y Repatriación, encargado de coordinar la aplicación de la política, tiene una grave escasez de recursos y está acorralado por las denuncias de corrupción desde hace años, hasta el punto de que algunos actores internacionales han dejado de aportarle fondos.
El ministerio sencillamente carece de los instrumentos para abordar una tarea tan compleja como es implementar una política destinada a beneficiar a más de un millón de personas internamente desplazadas. Otros ministerios encargados de asignar fondos para desplazados internos y programas de desarrollo para ayudarlos, o bien no lo han hecho, o bien no saben de la existencia de la política, como pudo deducirse de sus reuniones con Amnistía Internacional. Existe una gran necesidad de formación y fomento de la capacidad dentro del gobierno afgano en materia de derechos de los desplazados internos y sobre la política. Por fortuna, algunos de esos programas ya se han puesto en marcha. Pero, para tener impacto, el gobierno afgano debe ampliarlos.
Al mismo tiempo, la comunidad internacional no ha cubierto la financiación y las deficiencias de recursos de Kabul. Dado que existen otras crisis que atrapan la atención mundial y el dinero de los donantes, las organizaciones que trabajan para las personas internamente desplazadas en Afganistán han sufrido importantes recortes presupuestarios a lo largo de los años. El personal de ayuda humanitaria nos habló de una “crisis de recursos humanos”, en la que cubrir puestos resulta más difícil que nunca y el personal más competente suele destinarse a crisis que ocupan más titulares.
Las Naciones Unidas han pedido 393 millones de dólares destinados a fondos de ayuda humanitaria para Afganistán en 2016. Aunque pueda parecer una cifra enorme, es lamás reducida en varios años, a pesar de que la situación ha empeorado. En mayo sólo había llegado menos de una cuarta parte del dinero solicitado. Se supone que Kabul debe liderar la política sobre desplazados internos pero, en vista de sus palmarias deficiencias, urge un mayor compromiso internacional.
Ésa es la tragedia de Afganistán: que, mientras la situación empeora día a día, muchos gobiernos internacionales demuestran menor interés que nunca. Muchos países de la OTAN intentan construir un peligroso discurso según el cual ellos dejaron atrás un país pacífico y estable tras la retirada de las tropas, cuando la realidad sobre el terreno es absolutamente contraria.
Mientras el mundo mira hacia otro lado, el conflicto en Afganistán se está recrudeciendo y la gente corriente está pagando las consecuencias. Farzana está desesperada por abandonar su asentamiento y empezar una nueva vida con su familia, pero no ve cómo hacerlo. “Odio estar aquí. Cada rincón de este campo me recuerda la muerte de mi hijo”, explicó. Una niña de 16 años que estaba en el mismo asentamiento nos dijo: “No veo mejoras, nuestra situación va de mal en peor. Siento que nos han olvidado. Ya no se presta atención a las personas desplazadas.”
El gobierno de Afganistán y sus socios internacionales deben actuar ya para afrontar la escalada de la crisis de desplazamiento del país antes de que sea demasiado tarde.