NI SOLXS NI INVISIBLES

Drawing with embedded photograph showing one of this years cases for Write for Rights. All design assets associated with this campaign available here: https://amnesty.app.box.com/s/9w3s2c96tz7kl0i26gb914bj0ua1qvlb In August 2014, Costas and his partner, who is a refugee, were badly beaten by a group of thugs in a homophobic and racist attack in Athens. His leg was broken in three places after he was repeatedly punched and kicked. More than a year later, no suspects have been identified, let alone punished. Between 2014 and 2015, the number of reported attacks against gay, lesbian, bisexual, transgender or intersex (LGBTI) people in Greece has more than doubled, while racist attacks remain an ongoing issue. Greek authorities repeatedly fail to properly investigate any hate motive behind attacks, and to protect everyone affected. “When the police arrived, I was treated as if I’m contagious,” said Costas. Both he and his partner live in constant fear for their safety. In March 2015, Costas’ partner was attacked again. The lack of legal recognition of same-sex relationships and gender identity makes the LGBTI community feel even more vulnerable.

João Teixeira, escritor genderqueer  afincado en Berlín, escribe una carta de solidaridad a Costas, que recibió una paliza en una agresión homófoba y racista en Atenas

Queridx Costas, qué tal. Esta carta es mi regalo para ti.

Querida pareja de Costas: aunque no sé cómo te llamas, te tengo presente en mis pensamientos. Este regalo también es para ti. Compartamos unos momentos a través de la escritura; a partir de ahora ya nos conocemos. Os ofrezco mi amistad; por favor, aceptadla.

Para mí, conocer a otra persona implica establecer una relación de hermandad con ella, un vínculo basado en experiencias compartidas. Por eso, no se me ocurre mejor forma de conocernos que contaros una historia. Yo ya conozco la vuestra, así que ahora me toca a mí desvelar mi humanidad. Allá voy.

Es sábado por la noche, y estoy en una fiesta en una casa, preparándome un ron con cola junto al fregadero. Me gusta asistir a celebraciones nocturnas donde no conozco a los demás invitados (ni, ya puestos, a los anfitriones), y ésta es una de esas ocasiones. Corto una rodaja de lima y mezclo bien el líquido, igual que hacía durante los años que trabajé en una discoteca, con la diferencia de que esta copa es para mí. Los placeres de la independencia y la autoestima me ayudan a relajarme esta noche. Mientras el alcohol se evapora y el hielo se derrite, un hombre disfrazado de cebra cruza la cocina en dirección a mí y se acerca a donde se agolpan las botellas para servirse una copa. Por la forma en que lo hace, noto que está acostumbrado a que otras personas lo hagan por él.

“¿Y tú de qué vas vestido, de mujer superatractiva? Lo que más me gusta de tu disfraz son las piernas”. La cola de su disfraz de cebra permanece inmóvil; no se me escapa que ha dicho “de qué”, no “de quién”. Llevo puesto un abrigo de pieles que mi madre me regaló hace tiempo, durante una de sus escasas visitas; una camisa transparente; unos shorts vaqueros, y unas botas de piel de serpiente de tercera mano. Tengo el pelo largo y los labios pintados de color rojo oscuro. Llevo joyas, algunas de las cuales son reliquias que me han regalado mujeres que fueron oprimidas por hombres en algún momento de sus vidas. Y es que hoy es Halloween, y se supone que todo el mundo va “vestido de algo”. Varias de las personas que han acudido a la fiesta no van disfrazadas, pero el “hombre cebra” ha decidido que lo mío tiene que ser un disfraz. Por un momento pienso en responder de forma críptica, pero luego cambio de opinión. Al vestirme hoy, no estaba precisamente pensando en la idea de una “mujer superatractiva”; de hecho, no sabría cómo definir esa idea, y eso que he dedicado mucho tiempo a pensar en ello. Entre tanto, el “hombre cebra” sigue esperando que le responda; de hecho, no parece que piense marcharse sin una contestación.

Así pues, respondo: “no es un disfraz, es mi ropa”. Lo que no le digo es que no suelo llevar todas estas prendas a la vez, porque no siempre estoy de humor para afrontar los interrogatorios que eso conlleva. Y no hay manera de librarse de esos interrogatorios, ni siquiera en Berlín, una ciudad con fama de ser indiferente a la “excentricidad”. Pero la realidad es muy distinta. Hay una caza de brujas. Estés donde estés, si te desvías de los códigos de vestimenta conservadora, el mero acto de andar por la calle se vuelve una apuesta abstracta, una ruleta rusa: casilla negra, te dejan en paz; casilla roja, violencia. Se me ocurre pensar que Halloween facilita que no se den estos problemas, y al hacerlo me siento culpable y aprovechadx por vestirme de mí mismx en un día como éste. Entonces me entra la duda, y me siento culpable por sentirme culpable. Pero estoy divagando. Volvamos al “hombre cebra”. Al oír mi respuesta, me mira y se ríe —una risa sardónica, de hiena—, y me da por pensar en esta circunstancia tan obvia y a la vez tan misteriosa: cuando dices la verdad, la gente cree que estás mintiendo, y cuando mientes, se creen que estás diciendo la verdad. Cuando el “hombre cebra” ve que no me estoy riendo, y el momento se vuelve tan incómodo que la tensión se podría cortar con un cuchillo, suelta algo a medio camino entre una risa y una disculpa. Lo dejo interactuando con las paredes y el frigorífico, y me voy al salón. Me pongo a bailar. Se me cae cerveza en el pelo. Exorcizo el mundo a través de mi cuerpo. Alguien me dice que me quite el abrigo. No lo hago. Trazo un mapa mental de la noche y del salón, y lo guardo en mi cabeza. Me marcho de la fiesta.

Mientras camino por la calle hacia una discoteca junto con varias personas que también estaban en la fiesta (aunque no conozco a ninguna de ellas), los coches frenan al pasar y nos gritan obscenidades. El fondo y la forma varían, pero todas son desagradables: en sólo tres manzanas, soy testigo de lo imaginativa que puede llegar a ser la opresión. Me alegro de estar acompañadx por las personas a las que acabo de conocer, porque sé que estaría en peligro si estuviera solx. Cuando llegamos a la cola para entrar en la discoteca, noto que varias personas me miran fijamente. Llega un grupo de hombres borrachos y, como una potencia colonial, inmediatamente se apoderan del espacio. Siento que se acerca una tormenta, así que le pido a una de las personas que venían conmigo que me pida un taxi. Sé que esperar solx a que pase un taxi sería peligroso, y eso suponiendo que algún taxi esté dispuesto a parar. En cuanto al transporte público, ni me planteo usarlo a esta hora: es tarde y pulula mucha gente con copas de más, ansiosa por dar su opinión aunque nadie se la haya pedido. Cuando llega el taxi, le doy las gracias a la chica que lo paró y me marcho. Durante el trayecto, guardo silencio y observo cómo el taxista me mira por el retrovisor. Al fin, llego a casa sanx y salvx, y me duermo pensando en los sutiles terrores e inquietudes de la noche. Existir es resistir.

No obstante, esto no es nada comparado con lo que habéis pasado vosotrxs. Lamento mucho lo que os ha ocurrido y, por si os sirve de algo, quiero transmitiros mi solidaridad. Os atrevisteis a existir, a reclamar vuestro sitio. Eso requiere una valentía fuera de lo común, y a cambio os topasteis con un deseo de aniquilación y extinción. Aquellos extremistas no os agredieron porque pensaran que estabais desvalidos;  siendo diez contra dos, erais un blanco fácil. Pero sólo estabais indefensos físicamente; lo que percibieron vuestros agresores al veros fue un poder —desafiante, hermoso, valiente— que les gustaría que no existiera. Tal vez temieran que acabase descontrolándose y, de alguna manera, contagiándose.

Queridx Costas, querida pareja de Costas: se me acaba de derramar la tinta en la mesa, y con ojos de lince intento vislumbrar en ella vuestrx porvenir. En el líquido verde musgo veo lo que deseo para vosotrxs dos. Un futuro que brilla con luz propia personificado en un escudo de armas que representa el amor y la libertad, tan grande como el mar Egeo. Si alguna vez queréis visitarme, me haríais muy feliz. He pintado dos esmeraldas con la tinta derramada, una para cada unx de vosotrxs. Aquí las tengo, para que vengáis a reclamarlas.

                                                                                    Un saludo solidario,

João Teixeira

Este artículo es una aportación de un bloguero invitado y no tiene por qué reflejar la postura ni las opiniones de Amnistía Internacional.

Más información sobre la historia de Costas en: http://blog.amnestyusa.org/europe/beaten-up-for-being-in-love/