En todo el mundo, una serie de jóvenes —a quienes se conoce como movimiento Gen Z— están saliendo a la calle y luchando por sus derechos. En Madagascar protestan por la escasez crónica de agua y los cortes de electricidad. En Perú, el derecho al aborto terapéutico está amenazado. Y, en Indonesia, la juventud alza su voz contra el resurgimiento de prácticas autoritarias.
Sin embargo, en lugar de facilitar y proteger el derecho a la protesta pacífica, las fuerzas de seguridad responden con fuerza ilegítima, que pone en peligro las vidas de jóvenes. La juventud no debería tener que arriesgar la vida para protestar.
Amnistía Internacional pide a los gobiernos de todo el mundo que negocien en las Naciones Unidas un tratado sobre el comercio sin tortura para prohibir el material de cumplimiento de la ley intrínsecamente abusivo y para regular el comercio de material policial estándar utilizado a menudo para cometer tortura y otros malos tratos. Sin unos controles efectivos basados en los derechos humanos, la gente seguirá sufriendo daños físicos y psicológicos a manos de las autoridades.
En este artículo, cuatro jóvenes activistas del movimiento Gen Z cuentan el por qué de su determinación a protestar, a pesar de los peligros a los que se enfrentan.
Robert*, 20 años, Madagascar
Queremos que se escuchen nuestras voces. Durante demasiado tiempo, la gente joven ha sido ignorada, a pesar de que representamos el futuro de esta nación.
Protestar no es sólo un acto de resistencia. Estamos ejerciendo nuestro derecho fundamental a alzar la voz y expresar nuestro descontento.
Al estar presentes en las calles y participar en protestas, mostramos que ya no aceptamos el silencio y que estamos ejerciendo presión sobre quienes ocupan el poder para que finalmente escuchen a la población a la que se supone que sirven. Protestamos por un futuro mejor, y rechazamos un sistema que ha abandonado la educación, dejando atrás a toda una generación.
El silencio protege a los opresores, mientras que la visibilidad protege a la gente.
Robert*, 20 años, Madagascar
Sin embargo, cuando protestamos arriesgamos nuestras vidas. Los funcionarios encargados de hacer cumplir la ley a menudo utilizan fuerza ilegítima contra manifestantes, lo que ha provocado varias muertes y heridas graves. También corremos un peligro constante de que nos detengan simplemente por alzar la voz o difundir información. Necesitamos que los medios de comunicación internacionales muestren lo que está sucediendo aquí. El silencio protege a los opresores, mientras que la visibilidad protege a la gente.
Más allá de nuestra seguridad individual, el mayor peligro es que este país sigue hundiéndose cada vez más en la pobreza, mientras un puñado de políticos y empresarios corruptos se enriquecen. Si las cosas no cambian, generaciones de malgaches permanecerán atrapadas en la miseria. Ese es el peligro real que luchamos para prevenir.
No es sólo la furia de hoy, es la construcción de la esperanza del mañana. Cada voz, cada paso que damos, es presión para que este gobierno y su presidente se hagan a un lado. Para muchas personas, este movimiento representa el despertar de un verdadero cambio, encabezado por el pueblo y para el pueblo. No es sólo político, es humano.
La humanidad debe triunfar porque son las personas quienes construyen las naciones, no los regímenes ni las élites corruptas. Si la humanidad pierde, el país pierde su alma. Pero si la humanidad gana, Madagascar podrá finalmente alzarse, más fuerte y más justo, para toda la población malgache.
*El nombre y la edad se han cambiado por motivos de seguridad. Este testimonio se compartió el 7 de octubre.
Paola, 26 años, activista y delegada juvenil, Perú
Protestar como joven en mi país significa plantar cara a todas las violaciones de derechos humanos, sean cuales sean. Protesto por un mundo más justo en el que alzar mi voz no sea sinónimo de muerte. Protesto porque quiero que todas las personas se sientan libres y orgullosas de ser quienes son y de amar a quien deseen. Protesto y me movilizo porque quiero un ecosistema que sea respetado y amado.
Cuando alzo mi voz, me siento feliz, porque estoy contribuyendo a un mundo en el que, ojalá, todas las personas podamos algún día disfrutar de nuestros derechos humanos.
Soy activista de derechos humanos de Amnistía Internacional Perú, y nuestra organización significa resistencia, compañerismo y humanidad. No me siento sola porque tengo camaradas que luchan conmigo en diferentes regiones del país.

Sin embargo, en Perú, defender los derechos humanos puede ser una labor difícil. Recientemente participé en las protestas del 28 de septiembre en Chiclayo, Lambayeque, una región situada en el norte del país. Protestábamos porque el derecho al aborto terapéutico está en peligro. Muchas niñas sobrevivientes de violación siguen sufriendo embarazos no deseados, y no sólo ven negado su derecho a un aborto seguro, sino que se enfrentan a trato cruel y en algunos casos criminalización. Esto sigue pasando a pesar de las alarmantes cifras de violencia sexual de 2024, año en que 12.183 mujeres, niñas y adolescentes denunciaron ser víctimas de violencia sexual.
En mi país nos enfrentamos a una crisis de legitimidad y confianza en las instituciones y las autoridades, y por eso protestamos todas las semanas, mientras la policía nos reprime. Cuando salimos a la calle, nos enfrentamos a diversas fuerzas políticas y económicas que no nos quieren ahí. Mi mensaje para todo el mundo es que la humanidad debe triunfar y triunfará, porque veo cómo sucede todos los días.
Derry, 25 años, estudiante, Indonesia
Unirse a manifestaciones no es simplemente un acto de protesta, sino una declaración de conciencia. Es la manera en que defendemos la justicia y afirmamos nuestra solidaridad con la gente. Al salir a la calle, trazamos una clara línea entre quienes defienden la justicia y quienes guardan silencio ante la opresión. En nuestra opinión, silencio equivale a complicidad. Alzar la voz significa elegir la justicia por encima del miedo.
Alzamos nuestras voces contra el resurgimiento de las prácticas autoritarias. Los gobiernos se están deslizando hacia tendencias represivas, enmascarando bajo amplios lemas políticas de explotación. Estas políticas dañan tanto el medioambiente como a las comunidades marginadas, especialmente los pueblos indígenas, al tiempo que traicionan principios fundamentales de derechos humanos y buena gobernanza. Nuestra demanda es clara: una reforma estructural e institucional completa hacia un enfoque de la gobernanza más humano y basado en los derechos.
Al protestar nos enfrentamos a una represión brutal.
Derry, 25 años, estudiante, Indonesia
Sin embargo, al protestar nos enfrentamos a una represión brutal. Cuando serví como paramédico voluntario durante las protestas de finales de agosto, vi cómo la policía disparaba sus armas temerariamente en la oscuridad tras cortar la electricidad y el alumbrado público. Muchas de nuestras amistades fueron detenidas sin motivo, recluidas sin el debido proceso y acusadas de cargos falsos. No se trata de incidentes aleatorios: son síntomas de un Estado que teme a su propia población.

Este movimiento es muy importante porque demuestra que nuestra generación, la generación Z, está dispuesta a alzarse y luchar por la justicia en nuestro país. Gen Z ha demostrado que no somos indiferentes. Nos importan las cosas, actuamos y luchamos por la justicia.
Creo que mi contribución, por pequeña que sea, puede ser la chispa que inicie el cambio por el que siempre hemos luchado. La humanidad debe prevalecer, porque para mí representa el ideal más elevado de todas las luchas: políticas, culturales y económicas. Todas las revoluciones, en su núcleo, pretenden lograr un mundo en el que coexistamos con igualdad y respeto mutuo. Por eso la humanidad debe seguir siendo la brújula que guíe a todos los movimientos civiles, ya que encarna la visión final por la que todos luchamos: una humanidad realmente civilizada.
Respecto a mi mensaje a las autoridades: existiremos siempre, y nos multiplicaremos. Cuanto más intenten silenciarnos, más nos haremos oír. No tenemos miedo, porque la represión sólo pone de manifiesto su temor. Muestra que ustedes, no nosotros, sienten terror por la verdad y tienen miedo de la gente.
Rova, 23 años, estudiante de Madagascar asentado en Malasia
Como generación Z, protestar no es una opción, es una necesidad moral. Crecemos en un mundo en el que la injusticia se ha convertido en algo cotidiano, en el que la corrupción ahoga la esperanza, y en el que el silencio es a veces más peligroso que alzar la voz.
En Madagascar, la juventud vive en una dura realidad: pobreza, desigualdad, cortes de electricidad, abuso de poder y miedo a expresar las propias opiniones. Sin embargo, pese a estos obstáculos, optamos por alzar la voz, por marchar, por denunciar.
Lucho por la justicia social, la transparencia y la dignidad humana. Lucho por la justicia social y ambiental, por una democracia auténtica donde cada voz cuente, donde la juventud deje de ser considerada una mera espectadora. Lucho por Madagascar, un país magnífico pero herido, con un enorme potencial ahogado por el abuso de poder y la pobreza. También lucho para que los y las jóvenes, estén donde estén, puedan creer que tienen un papel en la historia de su país.
Mi lucha es pacífica pero profunda: creo que ninguna sociedad puede desarrollarse de forma sostenible sin verdad e igualdad. Sin embargo, incluso desde la distancia, hay riesgos. Cuando hablas abiertamente sobre la situación política malgache, tus palabras pueden ser interpretadas erróneamente, vigiladas o manipuladas. Pero el mayor peligro es guardar silencio. Prefiero que se me oiga durante un momento que ser cómplice con mi silencio.

A las autoridades que se interponen en nuestro camino quiero decirles que el silencio forzado nunca ha construido la paz. La paz auténtica no nace del miedo, sino del diálogo y del respeto. Pueden frenar las voces, pero no el pensamiento. Pueden encerrar los cuerpos, pero nunca las ideas. Lo que ven hoy en la calle no son alborotadores. son conciencias que despiertan, jóvenes que se niegan a dejar que su futuro se desperdicie en la indiferencia.
La juventud no es su enemiga. No luchamos contra ustedes, sino contra un sistema que destruye nuestro futuro. No buscamos enfrentamiento, sino construcción. Silenciar una voz es retrasar un cambio inevitable.
Nuestro movimiento es mucho más que una revuelta política. Es un renacimiento cívico. Si la humanidad gana, eso significa que la verdad, la solidaridad y la libertad triunfan sobre el miedo, la manipulación y la indiferencia. Porque la humanidad no es una idea abstracta: es quiénes somos, es nuestra capacidad de sentir como nuestro el dolor de otras personas. Si en Madagascar gana la injusticia, toda la humanidad pierde un pedazo de su alma.
Creo profundamente que cada lucha local tiene un eco global: cuando una persona recupera su voz, el mundo entero respira un poco mejor. Y para quienes se manifiestan allí —los y las jóvenes, los y las estudiantes, las madres, los y las docentes—, les debo mi voz, porque su valentía es el motivo de que mantengamos la esperanza.
Este testimonio se compartió el 8 de octubre.