Conoce a las familias somalíes obligadas a refugiarse en los campos de refugiados de Dadaab debido a la sequía y las inundaciones

En el árido paisaje del campo de refugiados de Dadaab (Kenia), miles de familias somalíes han buscado refugio huyendo del conflicto, la sequía y, más recientemente, las inundaciones.

Desde 1991, Dadaab ha servido de refugio a quienes escapaban del conflicto en Somalia, pero en los últimos años ha aumentado el número de personas desplazadas por fenómenos climáticos, como El Niño, que a principios de 2024 provocó inundaciones devastadoras cuando el país se recuperaba de una de las peores sequías en cuarenta años.  

Conoce a seis personas que huyeron recientemente a Kenia y cuentan su periplo como víctimas del desplazamiento climático y las realidades a las que se enfrentan mientras navegan por la vida en un paisaje desconocido, lejos de sus comunidades y su cultura.

Ahmed Haji, 33*

“Las inundaciones destruyeron nuestra comunidad por completo.”

Soy de la ciudad de Dinsoor, en Somalia. La vida agrícola allí siempre fue un reto, pero la sequía la hizo casi imposible. Durante años planté maíz, judías y sésamo, y llegué a cosechar de seis a siete sacos de comida. La situación cambió cuando la sequía golpeó por primera vez en 2021. Tres años después, no tenía nada tras mi duro trabajo en la granja.

Pensábamos que llegarían las lluvias y podríamos volver a cosechar, pero en su lugar llegaron las inundaciones, que trajeron enfermedades como la fiebre tifoidea y la malaria. Las inundaciones destruyeron nuestra comunidad por completo. Sin dinero para comprar medicinas, recurrí al Corán y a remedios tradicionales a base de plantas, y recé para que mis hijos sanaran.

Al ver que las cosas no cambiaban, tomé la difícil decisión de abandonar mi hogar y trasladarme a Dadaab (Kenia).  No teníamos otra opción. Tardamos 15 días en llegar con otras ocho familias. Caminábamos junto a una carreta tirada por un burro que transportaba a los niños más pequeños, utensilios de cocina, gachas de maíz, azúcar, leche y agua.

Cuando llegamos, nos ingresaron a todos en el hospital por desnutrición. Nunca había visto un hospital. Mis hijos pequeños también fueron vacunados por primera vez. Di a luz en un hospital por primera vez en mi vida después de venir a Dadaab. No me veo volviendo a casa porque allí no hay asistencia sanitaria gratuita.

Halimo Osman,40*

“Mantengo la esperanza de poder volver algún día a mi granja de Somalia.”

La sequía y las inundaciones  han cambiado mi vida de un modo que no podía imaginar. Me llamo Ruqiyo Abdi, tengo 40 años y nací en el pueblo de Sako, en Juba Central. Resistí tres largos años de sequía, que comenzó en 2018, y luego vi con impotencia cómo las devastadoras inundaciones de 2022 destruían mis cultivos y dejaban a mi familia sin alimentos. Estos fenómenos meteorológicos me obligaron a abandonar mi hogar, algo que aún me atormenta. “¿Cómo puedes quedarte en un lugar donde tus hijos no tienen comida?”, me pregunté.

Para hacer este viaje, vendí todo lo que tenía: mi casa, mi última cosecha y hasta las cabras que me quedaban.  Fue un sacrificio para llevar a mi familia a un lugar donde pudiéramos sobrevivir. Como llevaba a cuatro de mis hijos y cuatro de los hijos de mi hermana no podía permitirme comprar comida, pero personas solidarias nos ayudaron durante el viaje de dos días en un vehículo alquilado. En Dadaab, mis hijos y yo tenemos ahora acceso a alimentos, por lo que estamos verdaderamente agradecidos.

e queda una pequeña esperanza de poder volver algún día a mi granja de Somalia, si vuelven las lluvias y mi comunidad se recupera. Sin embargo, los cambiantes patrones climáticos de Somalia hacen que eso parezca un sueño que se aleja cada vez más. Nuestra economía rural se hundió cuando todo el mundo huyó, y temo que nuestro pueblo nunca vuelva a ser el mismo.

Abdirahman Yonis, 18*

 “Espero un futuro mejor que aquel del que hui.”

Con sólo 18 años, ya he visto lo despiadadas que pueden ser las inundaciones. Marerey, el pueblo cercano al río Juba, en Somalia, donde crecí, era todo lo que conocía hasta que las inundaciones de 2023 nos lo arrebataron todo. La agricultura era mi vida, pero las aguas arrasaron mi casa, mis cultivos, todo. Para colmo, las inundaciones contaminaron el río, que era nuestra única fuente de agua.

El agua de la que antes dependíamos se había vuelto contra nosotros, no sólo arrasando nuestras posesiones sino también enfermándonos. Los miembros de mi familia sufrían diarrea y vómitos crónicos; no había ningún hospital cerca y la única farmacia disponible estaba a una hora de camino.

Llevo en Dadaab con mi familia desde 2023. Soy un padre joven que intenta dar sentido a esta nueva vida. No es fácil. Siempre pienso en lo que perdimos, en lo que dejamos atrás, pero también me aferro a otra cosa: la esperanza de un futuro mejor que aquel del que hui.

Khalid Elmi, 51*

 “No tuve más remedio que irme.”

Antes me dedicaba a la agricultura en Baladu Rahmo, Jubaland, donde podía alimentar bien a mi familia. Hace una década, podía proveer lo suficiente para todo el mundo y la vida me parecía estable. Entonces llegó la sequía: “siete años de sequía y esperanza”, como reflexiono ahora, captando nuestra angustia. Con el tiempo, sólo me quedaban unos 15 o 16 kilos de comida cada seis meses, apenas lo suficiente para sobrevivir, sobre todo con las plagas que no podía permitirme tratar.

Las penurias se hacían cada vez más pesadas. Recuerdo días en los que mis hijos y yo sobrevivíamos sólo con un mango y agua, estirados durante tres largos días. En 2022 perdí a uno de mis ocho hijos por desnutrición y cinco años antes había perdido a mi madre a causa de las inundaciones.

A medida que la situación empeoraba, una a una las personas se iban marchando. Al final, sólo quedamos 16 personas en mi pueblo. Luego me tocó a mí. En 2022, supe que no tenía más remedio que marcharme.

Shukri Ilyas, 51*

“No me veo ni a mí ni a mi familia regresando a Somalia.”

Antes era una agricultora de éxito; pero en sólo dos años, las condiciones de sequía redujeron mi cosecha de 50 kilos a cero.

Al empeorar la situación, se instaló la desesperanza. Vendí una decena de vacas, lo que me permitió seguir llevando comida a la mesa, pero no por mucho tiempo. Todos los días nos enfrentábamos a la muerte y al hambre.

Así que era hora de irnos. Con cuatro de mis cinco hijos y otras cinco familias, emprendimos un viaje de 18 días en una carreta tirada por un burro hasta el campo de refugiados de Dadaab, en Kenia. Mi marido, un hijo y mi suegra se quedaron atrás, el viaje habría sido demasiado largo y penoso para ella. Durante el viaje, una de las mujeres de nuestro grupo dio a luz un hijo muerto. No tuvimos más remedio que cargar con el pequeño cuerpo sin vida hasta que llegamos a Dhobley, todavía en Somalia, donde por fin pudimos enterrarlo con dignidad. Ahora, Dadaab es mi nuevo hogar, no me imagino ni a mí ni a mi familia regresando a Somalia, donde la sequía destruyó mi aldea y donde mis hijos no pueden acceder a la educación.

Aden Mohammed, 58*

 “Me motiva la esperanza de ofrecer a mis hijos un futuro mejor.”

Yo era un próspero y orgulloso pastor y agricultor en Warangob, Bu’ale. Vi cómo la sequía y las posteriores inundaciones diezmaban mi fuente de sustento, reduciendo mi cosecha de unos 70 u 80 sacos de sorgo cada tres meses a nada en los últimos cuatro años. Tras la muerte de mis 78 vacas a causa de la sequía, me enfrentaba a un futuro extremadamente incierto, y sabía que permanecer en Somalia significaría más sufrimiento para mis cinco hijos.

Mi familia y yo estábamos desesperados por escapar de los cuatro años de sequía, no tuve más remedio que embarcarme en el viaje a Dadaab, Kenia, con seis miembros de mi familia, viajando en una carreta tirada por un burro durante 14 días. Durante el viaje sobrevivimos a base de sorgo, leche y la amabilidad de personas bondadosas a lo largo del camino. El viaje hizo estragos en nuestros cuerpos, nos dejó los pies destrozados y algunos niños y niñas sufrieron diarrea y desnutrición grave.

DA pesar de los retos, me motiva la esperanza de ofrecer a mis hijos un futuro mejor gracias a la educación, un lujo que valoro muchísimo.

*Nombres ficticios para proteger la dignidad de las personas entrevistadas.

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