EUROPA: DERRIBEMOS ESTAS VALLAS

TelondeAceroEuropaAmnistiaInternacionalPor Gauri van Gulik, directora adjunta del Programa para Europa y Asia Central, Amnistía Internacional,

El 5 de marzo de 1946, en el gimnasio de una pequeña universidad de Misuri, Winston Churchill advirtió: “Desde Stettin en el Báltico hasta Trieste en el Adriático, un telón de acero ha descendido sobre el continente europeo”.

Setenta años después de que Churchill pronunciara ese discurso, un nuevo telón de acero desciende sobre Europa.

Un telón hecho de alambre de cuchillas, y de políticas de asilo fallidas. Se puede ver en los enclaves españoles de Ceuta y Melilla en el Mediterráneo, y en Idomeni, norte de Grecia, donde esta semana la policía antidisturbios macedonia roció con gas lacrimógeno a familias de refugiados que, desesperadas, trataban de cruzar desde Grecia.

El viejo Telón de Acero impedía a la gente salir; el nuevo impide entrar.

Los Estados miembros de la UE han levantado más de 235 km de vallas en las fronteras exteriores de la Unión Europea: entre Hungría y Serbia, Grecia y Turquía, Bulgaria y Turquía y, esta semana, Austria y Eslovenia. Países vecinos como Turquía se han convertido en guardias fronterizos de Europa, y han obligado a darse la vuelta a personas migrantes y refugiadas; en algunos casos, incluso han disparado contra ellas.

Con casi todas las fronteras terrestres de Europa selladas, más de un millón de personas refugiadas y migrantes que llegaron a Europa en 2015 arriesgaron la vida en travesías marítimas.

Más de 3.770 personas murieron tratando de cruzar el Mediterráneo en 2015, y otras 410 han muerto ya este año. Son víctimas directas del nuevo Telón de Acero europeo, y de lo que representa: la Fortaleza de Europa. En contraste con esta cifra, en los 28 años de existencia del Muro de Berlín, 138 personas murieron tratando de cruzarlo.

Para quienes sobreviven a la travesía, el suplicio está lejos de terminar: a menudo tienen que caminar durante días, atravesar numerosos países y dormir al raso en pleno frío antes de poder buscar seguridad en un país con un sistema de asilo operativo.

Amnistía Internacional ha hablado con personas refugiadas que huían de la guerra y la persecución en Afganistán, Eritrea, Irak y Siria. Estas personas preferirían no haber abandonado sus hogares, pero en su mayoría tuvieron que huir para salvar la vida.

Tal como nos dijo un hombre de Afganistán, sentado en la Plaza Victoria de Atenas con su mujer embarazada: “A mi familia la amenazaron los talibanes. Mi esposa está embarazada de ocho meses […] Aquí no tenemos opción […] No sabemos qué sucederá ahora”.

Es por eso por lo que el nuevo Telón de Acero de Europa están tan mal encaminado y tiene tan pocas probabilidades de éxito como el viejo. Mientras haya violencia y guerra, la gente seguirá viniendo. A los políticos les puede parecer que cerrar las fronteras es una respuesta firme y dura, pero en realidad es ingenua y corta de miras.

De una cosa no cabe duda: el número de llegadas es elevado. Pero, a pesar de la retórica de los políticos sobre las “llegadas en tropel”, Europa, de hecho, está eludiendo su responsabilidad global, socavando la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados y dejando que sean los países más pobres los que soporten la carga de la crisis de refugiados. En realidad, el 85 por ciento de los 20 millones de personas refugiadas del mundo viven en países en desarrollo.

Los gobiernos, desconectados de una gran parte de su propia población que desea dar la bienvenida a los refugiados, han jugado a la política del miedo. Hablan de “defender” las fronteras mientras vemos imágenes de familias enteras de todas las edades, desde bebés hasta ancianos, en las costas europeas.

Al igual que el viejo Telón de Acero, las vallas de hoy día son señal de una política fallida. Esta política está creando, en estos momentos, una crisis humanitaria en Grecia. Sin soluciones estructurales inminentes, Europa presiona a los países de los Balcanes para que cierren esa ruta. Los países de los Balcanes, o bien cierran sus fronteras en su totalidad, o bien las abren únicamente para las personas procedentes de Siria e Irak. Puesto que el sistema de reubicación de personas refugiadas desde Grecia hacia otros países de la UE apenas está funcionando, el país se está convirtiendo rápidamente en una trampa, donde decenas de miles de personas refugiadas permanecen abandonadas a su suerte en condiciones desesperadas, sin información sobre qué sucederá a continuación.

Para evitar otro año de muertes en el mar, desesperación en Grecia y violencia en las fronteras, se requiere un cambio inmediato y fundamental en el enfoque de Europa.

En primer lugar, hay que abandonar la pretensión de que gastar miles de millones en vallas y guardias fronterizos detendrá a quienes huyen de la guerra y la persecución.

En segundo lugar, hay que compartir la responsabilidad y comprometerse a reasentar a la parte que a Europa le corresponde del más de un millón de personas refugiadas extremadamente vulnerables que lo necesitan urgentemente. Hay que abrir otras rutas seguras y legales que permitan a las personas refugiadas encontrar protección.

En tercer lugar, hay que poner en marcha el sistema prometido de reubicación, para que quienes llegan a Grecia puedan ser trasladados a otros países de manera rápida, eficaz y digna.

Europa no puede elegir entre que las personas refugiadas lleguen a su territorio o no: la elección es entre el caos y el orden. Tal como dijo Angela Merkel esta semana: es nuestro “maldito deber”.

O, como dijo Churchill en Misuri:

“Nuestras dificultades y peligros no desaparecerán porque cerremos los ojos ante ellos”.