De Diana Eltahawy, Amnesty International Iraq researcher, in Erbil, 19 agosto 2016
La Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de las Naciones Unidas (OCHA) describe la crisis humanitaria de Irak como “una de las mayores, más complejas e inestables” del mundo. Pero ni siquiera esta definición capta la magnitud del sufrimiento que soporta la población civil atrapada en ese círculo vicioso de violencia e impunidad.
Durante las últimas dos semanas, un equipo de investigación de Amnistía Internacional ha hablado en Irak con cientos de personas internamente desplazadas que forman parte de las aproximadamente 3,4 millones que se han visto forzadas a huir de sus hogares y actualmente viven en comunidades que las acogen o en campos, centros escolares, mezquitas y edificios a medio construir. Muchas de estas personas viven en condiciones de hacinamiento y precariedad, con apenas nada que las proteja del sol abrasador y soportando tórridas temperaturas que suelen sobrepasar los 50 ºC. En muchos casos tienen poco o ningún acceso a servicios esenciales.
Algunas de las personas con las que hablamos acababan de huir de operaciones del ejército, mientras que otras llevaban más de dos años desplazadas, desde que el grupo armado autodenominado Estado Islámico comenzó a hacerse con grandes extensiones del territorio iraquí durante 2014. Muchas no pueden regresar a sus hogares porque los combates continúan. Otras esperan que se retiren los explosivos de sus zonas y se reanuden en ellas los servicios básicos. Las Unidades de Movilización Popular (predominantemente milicias chiíes) y las fuerzas peshmerga (fuerzas armadas de la región del Kurdistán de Irak) impiden a otras regresar a zonas reconquistadas al Estado Islámico o a otras áreas que nunca estuvieron bajo su control.
Cada familia con la que hablamos tenía una espeluznante historia que contar sobre su vida bajo el régimen del Estado Islámico, su peligrosa huida, su difícil situación actual y su incierto futuro.
Ahmed Alawi Abbas, que perdió a cinco de sus ocho hijos tras huir de los combates en el distrito de Hawija de la gobernación de Kirkuk, describió así su letal viaje: “Salimos de nuestro pueblo, situado en el subdistrito de Riad, aproximadamente a la una y media de la madrugada del 1 de junio. Éramos 130 personas, incluida mi esposa y mis ocho hijos. No podíamos ir por la carretera principal porque el Daesh [acrónimo árabe para el Estado Islámico] disparaba contra las personas que huían […] Tuvimos que andar durante unas nueve horas, atravesando terrenos llenos de espinos, piedras maleza, valles, acequias […] De repente, alguien pisó una mina, que estalló, matando a 11 personas, incluidos mis cinco hijos.”
Sanaa, madre de cinco hijos, el mayor de 14 años, atravesó la noche del 7 de julio un terreno montañoso en la zona de Baashiqa: “Los combatientes del Daesh vigilaban el pueblo, así que nos escapamos. A medio camino, mi hija pequeña comenzó a llorar y [los combatientes del Daesh] nos oyeron. Comenzaron a disparar al aire, y nosotros a trepar aún más deprisa. Las piedras y los espinos me hacían sangrar los pies y los tobillos. Al mirar hacia arriba, vi a los de Ias fuerzas peshmerga que nos hacían señas para que subiéramos y se acercaban para ayudar a trepar a los niños. A uno de mis hijos se le cayó una bolsa y pensé que era mi niña pequeña que rodaba montaña abajo. Creí que había muerto. Me quedé paralizada. Un peshmerga tiró de mí y me dijo: ‘Ya están a salvo’. Acto seguido me desmayé.”
Para otras personas, los peligrosos viajes terminaron con la detención, la desaparición o el homicidio de sus seres queridos.
Un hombre al que conocimos en el campo para personas desplazadas de Amariyat al Faluya, en la gobernación de Anbar, nos contó su odisea tras escapar del subdistrito de Saqlawiya, en Faluya, el 3 de junio de 2016.
“Eramos al menos 1.300 hombres con nuestras mujeres e hijos, y nos encontramos con fuerzas [armadas] justo antes de llegar a la zona de Shuhada. Pensamos que era el ejército, pero resultaron ser las brigadas [Kataeb] Hezbolá de las Unidades de Movilización Popular (Hashd). Separaron a los hombres de las mujeres y los niños y no volvimos a ver a cientos de ellos.” Nuestro interlocutor fue uno de los 605 hombres y muchachos que tuvieron la suerte de ser trasladados a Amariyat al Faluya el 5 de junio, tras ser torturados y sufrir otros abusos. Varios murieron bajo custodia. La suerte que corrieron los demás hombres de la zona, unos 700, sigue sin saberse, y se teme por sus vidas y su seguridad.
Quienes sobrevivieron al Estado Islámico y lograron superar el viaje para escapar de él se enfrentan a un lúgubre futuro. Los encarnizados combates y las prohibiciones de volver les ofrecen pocas esperanzas de regresar a sus hogares. En especial, las personas internamente desplazadas árabes suníes se enfrentan a restricciones arbitrarias y discriminatorias de su libertad de circulación tanto en el centro de Irak como en la Región del Kurdistán de Irak. Para poder salir de los campos e ir a las ciudades tienen que seguir infinidad de procedimientos burocráticos, que varían de una gobernación a otra y parecen cambiar a capricho de los funcionarios y hombres armados de los puestos de control. Muchas necesitan un permiso especial simplemente para salir del campo para someterse a algún tratamiento médico esencial.
Un hombre, padre de seis hijos, nos dijo, señalando su pueblo, que se veía desde el borde de un campamento de personas internamente desplazadas de Dohuk: “Mi esposa y mis hijos pequeños están en casa. A mi hijo de 16 años y a mí no nos dejan ir con ellos, estamos presos en este campo […]. Me han dicho que es por motivos de seguridad. ¿Cómo podemos vivir así?”
A medida que se preparan las operaciones militares antes del asalto definitivo de Mosul, la segunda ciudad de Irak, bastión del Estado Islámico, aumentan las dudas sobre la capacidad del gobierno iraquí y la comunidad internacional de responder adecuadamente a las necesidades humanitarias de la población civil que huye. Se necesita urgentemente más financiación internacional para evitar una catástrofe, y las autoridades iraquíes deben contener a las fuerzas de seguridad para impedir más abusos contra los derechos humanos.
“Qué va a ser de nosotras ahora?”, se pregunta una mujer desplazada que huyó del pueblo de Imam Gharbi, en la gobernación noroccidental de Nínive. Su cuñada murió por el camino, y a su sobrino se lo llevó el ejército como sospechoso de apoyar al Estado Islámico. Para ella, como para millones de personas desplazadas en Irak, la vida se ha convertido en una lucha diaria y sigue sin saberse lo que les depara el futuro.
Este blog se publicó originalmente en el International Business Times