La reforma del sistema de asilo de Dublín, una oportunidad para unir a las familias y a Europa

Los hermanos Alan y Gyan Mohammed eran profesores en su localidad natal, Al Hasakah, en el noreste de Siria. Padecen distrofia muscular y van en silla de ruedas. Cuando el grupo denominado Estado Islámico tomó su ciudad en el verano de 2014, no les quedó más remedio que marcharse.

Tuvieron que hacer un terrible viaje. Sujetos a los costados de un caballo, viajaron con su madre, Amsha, su hermana Shilan y su hermano Ivan, primero a Irak, y luego, cruzando las montañas, a Turquía. A final llegaron al litoral occidental turco, donde los contrabandistas los pusieron en un bote inflable rumbo a Grecia. Acabaron en un campo de refugiados instalado en una asilada base militar abandonada, a 80 kilómetros de Atenas.

Su padre y su hermana menor, Rwan, tuvieron que quedarse en Siria hasta que ella acabó la escuela, y luego, cuando la inseguridad se volvió insoportable, se marcharon también, atravesando Turquía y los Balcanes hasta llegar a Alemania.

Los miembros de la familia que habían llegado a Grecia presentaron una solicitud para reunirse con los demás en Alemania con arreglo al sistema de asilo de la UE, conocido como Reglamento de Dublín, pero la respuesta tardaba demasiado. Esperaron meses, soportando las precarias condiciones del campo de refugiados junto con miles de personas refugiadas más.

Además, Ivan estaba fuera del ámbito de aplicación de las normas de reunificación familiar de Dublín. Aunque anhelaba reunir a la familia, dejar en Grecia a Ivan, que era uno de los hermanos que se ocupaban de Alan y Gyan, era impensable para su madre. Hablando con Amsha, nos explicó: “Ivan es mi brazo derecho. ¿Cómo me iba a ir y dejarlo allí?”

Reubicación

Por suerte para la familia, en 2015 los líderes europeos acordaron un programa de emergencia de dos años para distribuir a las personas refugiadas de Grecia e Italia en otros países de la UE. Por medio de este procedimiento, la familia se reunió por fin en Alemania en marzo de 2017, poniendo fin a una larga separación.

Con la finalización del programa de reubicación en septiembre de 2017, hay poco margen para finales felices como éste ya. Con el Reglamento de Dublín actual, la familia habría tenido que esperar mucho más para reunirse. Probablemente, Ivan habría visto marchar a su familia sin perspectiva alguna de reunirse otra vez con ella.

Un sistema inservible

El sistema de Dublín no cumple su función. Los países de la UE no dejan a las personas solicitantes de asilo detenerse en ellos, las obligan a cruzar fronteras internas y externas de regreso al lugar de donde vienen, burlan las normas relativas a las familias y eluden la obligación de búsqueda y salvamento para evitar acumulaciones de casos de asilo –siendo el ejemplo más reciente de ello el pulso entre Italia y Malta por el barco de salvamento Aquarius. Las personas solicitantes de asilo se abren camino, de todas formas, hasta otro destino de la UE para reunirse con sus familiares y amigos o simplemente para llegar a un país que les ofrezca mejores oportunidades de apoyo.

Justicia, compasión, eficiencia

El sistema es intrínsecamente disfuncional, con independencia de cuantas personas soliciten asilo. Los requisitos para la obtención de visados, las sanciones a los medios de transporte y otras medidas hacen a quienes buscan protección les resulte imposible viajar legalmente a la UE. Por tanto, la responsabilidad principal recae en los Estados fronterizos de Europa, cuyas fronteras las personas solicitantes de asilo consiguen cruzar o donde son desembarcadas tras ser rescatadas en el mar. Esta distribución desigual de la responsabilidad es el problema estructural del sistema, y ponerle remiendos no arreglará nada.

La propuesta de reforma del Parlamento Europeo subvierte radicalmente el statu quo. Prevé una distribución obligatoria de las personas solicitantes de asilo y normas que dan prioridad a los lazos familiares. Sería una medida justa, compasiva y eficiente.

La pelota está ahora en el tejado de los Estados miembros, que tienen que acordar su enfoque en el Consejo Europeo de junio. Deben dar muestra del tipo de liderazgo que España ha mostrado esta semana al acceder a recibir al Aquarius.

Algunos países de la UE son reacios a aceptar un sistema basado en un reparto justo y en la solidaridad. Por supuesto, supondría que todos los Estados deben aceptar a solicitantes de asilo, incluidos los del este de Europa que hasta ahora no han admitido su cuota relativa. Junto con incentivos a la cooperación, tendría que concederse a estos Estados un periodo de transición para que desarrollen su capacidad de acogida, algo que propone, con pragmatismo, el Parlamento Europeo.

Con el tiempo, todos los Estados de la UE podrían ofrecer estándares de protección y apoyo equivalentes en general, lo que supondría que las personas solicitantes de asilo no tendrían que desplazarse por Europa para escapar de condiciones de vida indignas o, simplemente, encontrar mejores oportunidades de protección y apoyo.

Dublín y Schengen: Dos caras de la misma moneda

Esta era la intención de los líderes de la UE cuando decidieron crear una zona común y sin fronteras internas. Ninguna barrea interna a la circulación de bienes, capital servicios y personas, y una Comunidad donde se asumiera, no se traspasara, la responsabilidad de las personas solicitantes de asilo.

En los últimos 20 años, la lógica del traspaso de responsabilidad del Reglamento de Dublín ha socavado la creación de un sistema común de asilo, basado en la cooperación, y ha puesto en peligro la zona Schengen al hacerlo.  Tendrían que estar claro ya que Dublín y Schengen son dos caras de la misma moneda. Arreglar una, protegerá la otra, y, al mismo tiempo, reforzará Europa.