Rosemery: “El aborto fue la oportunidad de seguir viviendo”

Rosemery tiene 30 años y un hijo de nueve. El 5 de abril de 2021 fue a trabajar como lo hace habitualmente cuando, de repente, sintió un dolor muy fuerte en la parte baja del estómago. Decidió hablar con su jefe y este le recomendó que fuera a urgencias. 

Cuando llegó a la clínica privada le preguntaron si tenía alguna condición de salud y ella les contó que tenía trombofilia, que había sido diagnosticada hacía tres años después de haber tenido tres accidentes cerebrovasculares, que tomaba un anticoagulante aunque suspendido en esos días por un examen que debía hacerse y además pastillas anticonceptivas. 

Estuvo cerca de hora y media examinándose cuando llega el médico y le dice: “estás embarazada”

“Entré en shock porque sabía que no podía por el riesgo que significaba”, dice Rosemery.

Tenían que seguir haciéndole estudios porque no sabían si se trataba de un embarazo intrauterino o ectópico. “Me derivaron a un hospital del servicio público porque me dijeron que ahí iba a salirme un ojo de la cara”, cuenta. 

Habían pasado cuatro días cuando le confirmaron que era un embarazo intrauterino. “Conversé con el equipo de ginecólogos de ese hospital y les pregunté qué iba a pasar, cuáles eran los riesgos asociados y una de las ginecólogas me respondió que me quedara tranquila”. Además recuerda: “Yo le decía que no podía estar tranquila porque siento que mi vida está en riesgo”. 

Aterrada es el adjetivo que utiliza Rosemery para describir la manera en que se sentía. 

A la semana siguiente regresó al hospital para un control y el médico le informó que se veía el saco gestacional con desprendendimiento del 50% y que no se veía embrión. “Iban a cambiarme el anticoagulante, yo pregunté por qué y el ginecólogo me dijo que era porque me podía dar una hemorragia. Como me pareció raro empecé a buscar información y encontré que ese anticoagulante ayudaba a sujetar el saco gestacional y a evitar que se produzca un aborto espontáneo”. 

“Estaba emocionalmente devastada, no dormía, miraba todos los días a mi niño y decía literal: qué cresta hago si le falto a mi hijo. Yo soy mamá soltera, el papá de mi hijo nunca se hizo cargo. Vivo con mi mamá que es muy apañadora en todo pero ya tiene su edad”, explica Rosemery. 

Ante tal situación comenzó a buscar información, contactos por redes sociales y llegó a leer sobre el misoprostol pero encontró que las personas que tienen problemas de coagulación pueden tomarlo bajo supervisión médica. “Vi eso y dije entre que me tomo las pastillas o sigo con el embarazo tengo dos opciones: o me muero o quedo mal. Así de trágica era mi situación o al menos yo así la veía”. 

Un día le suena el teléfono. Era una amiga con la que no hablaba hacía mucho tiempo. “Le conté que sentía la falta de irrigación cerebral, que se me hinchaban las piernas, que me dolía mucho el útero, eran unos dolores infernales. Entonces me dijo que tenía una matrona conocida y que le iba a consultar”.

Finalmente la matrona le recomendó ponerse en contacto con una fundación para evaluar su caso. Escribió el 17 de abril y al otro día le respondieron. Rosemery llevaba entre 4 y 5 semanas de embarazo. Desde la fundación le explicaron que existía la ley de aborto en tres causales y que su caso correspondía a la primera causal, riesgo de vida. 

A Rosemery se le presentó otro problema. “Yo no podía acceder al servicio porque dentro de Santiago creo que hay un solo hospital que tiene una red de apoyo a este tipo de cosas y en el resto no hay información. De hecho hay clínicas en las que tampoco hay información”. Ante esta situación “tuve que cambiarme de casa, tuve que cambiar mi dirección, mi ficha, todo porque donde vivía no podía acceder al servicio de salud y a la prestación de apoyo tanto médico como emocional en relación al tema que yo estaba viviendo”.

En el nuevo hospital, donde finalmente le explicaron claramente cuál era su situación de salud en relación a su embarazo y su patología. “Me dijeron: tú tienes esta enfermedad, esta condición de salud que vas a tener toda la vida; por lo tanto, un embarazo te triplica el riesgo a que hagas trombos y que produzcas trombosis venosa, trombosis arterial, de que se te puede ir un coágulo a la cabeza o al pulmón o te mueras de un infarto por problemas del corazón porque no sabemos desgraciadamente cuando produces un coágulo hacia dónde se va a ir. Por lo tanto yo no te puedo decir, hay un 25% o hay un 30% o un 60% de que efectivamente tú quedes bien, que no te pase nada o que el embarazo llegue a término”.

A Rosemery le preguntaron qué decisión quería tomar. “Yo les dije que no quería seguir con esto porque yo ya tengo un hijo… qué me dice a mí que el feto va a alcanzar a vivir una vez que se forme y no se me vaya a morir en el camino”.

Llevaba seis semanas y tres días de embarazo pero seguía sin visualizarse el embrión. El doctor le informó que podría llegar a tener un aborto espontáneo y posteriormente una hemorragia. “Entonces yo dije: no, terminemos esto, hagámoslo ahora. Y me hice una interrupción voluntaria del embarazo bajo la causal número uno de la ley que es riesgo de vida”. 

Rosemery no tenía información en ese momento sobre las vías de reclamo por los intentos de entorpecer su derecho al aborto por lo que no puso un reclamo. Hoy está atravesando un momento complejo con su salud y está enfocada en recuperarse.  

Cuando le preguntamos sobre qué significó para ella el aborto, respondió: “El aborto fue la oportunidad de seguir viviendo” .

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