Myanmar/Bangladesh: La comunidad rohinyá se enfrenta a graves amenazas desde 2017

  • Personas rohinyás afirman que el Ejército de Arakán las expulsó de sus casas y mató a civiles.
  • Urge el apoyo y la ayuda humanitaria de la comunidad internacional ante los miles más que han llegado a Bangladesh buscando protección.
  • Bangladesh debe abstenerse de devolver rohinyás a Myanmar, donde ataques aéreos indiscriminados de las fuerzas armadas también están matando a civiles.

Las personas rohinyás recién llegadas a Bangladesh necesitan acceso urgente a alimentación, refugio y asistencia médica tras haber soportado violencia de la peor clase desde las fuerzas armadas de Myanmar iniciaron la campaña contra su comunidad en 2017; así lo ha manifestado hoy Amnistía Internacional.

Según los testimonios, familias rohinyás que se han visto obligadas a abandonar su hogar en Myanmar están atrapadas en medio de enfrentamientos cada vez más violentos entre las fuerzas armadas de Myanmar y el Ejército de Arakán, uno de los numerosos grupos armados que se oponen a la junta militar. Cientos de miles han sufrido desplazamiento interno y decenas de miles de personas rohinyás han cruzado la frontera o están esperando a hacerlo para buscar refugio en Bangladesh.

“Una vez más, vemos a los miembros de la comunidad rohinyá expulsados de sus hogares y muriendo en escenas que recuerdan trágicamente el éxodo de 2017. Personas que conocimos nos contaron que habían perdido padre y madre, hermanos y hermanas, cónyuge, hijos e hijas, o nietos y nietas en su huida de los combates en Myanmar. Pero en esta ocasión sufren doble persecución, por parte del rebelde Ejército de Arakán y de las fuerzas armadas de Myanmar, que están reclutando a varones rohinyás por la fuerza”, ha manifestado Agnès Callamard, secretaria general de Amnistía Internacional.

“Quienes tienen suerte y consiguen llegar a Bangladesh no tienen para comer, ni un lugar adecuado donde dormir… ni siquiera ropa.”

El golpe militar de 2021 en Myanmar ha tenido consecuencias catastróficas para los derechos humanos. Las fuerzas armadas de Myanmar han matado a más de 5.000 civiles y arrestado a más de 25.000 personas. Desde el golpe, Amnistía ha documentado ataques aéreos indiscriminados de las fuerzas armadas de Myanmar, así como tortura y otros malos tratos en las cárceles, castigos colectivos y detenciones arbitrarias.

La reciente escalada en el estado de Rakáin comenzó en noviembre de 2023 con una contraofensiva rebelde lanzada por el Ejército de Arakán y dos grupos armados más, que ha supuesto la mayor amenaza al control de las fuerzas armadas desde el golpe de 2021. Las fuerzas armadas de Myanmar han respondido intensificando los ataques aéreos indiscriminados, que han matado, herido y desplazado a civiles.

Los efectos sobre el estado de Rakáin, donde residen muchas de las más de 600.000 personas rohinyás que siguen viviendo en Myanmar, son graves, con sus poblaciones transformadas en campos de batalla.

La comunidad internacional debe redoblar sus esfuerzos proporcionando fondos y asistencia a quienes residen en los campos para personas refugiadas.

En Bangladesh, las autoridades presionan a las personas rohinyás que han huido del conflicto para que regresen a Myanmar, y quienes lograron llegar a campos de refugiados allí hablan de una grave escasez de suministros y servicios básicos.

En septiembre de 2024, Amnistía entrevistó a título individual y en grupo a 22 personas que habían buscado refugio en Bangladesh en fechas recientes, sumándose al más de un millón de personas refugiadas rohinyás, en su mayoría llegadas en 2017 o antes.

Los recién llegados contaron que el Ejército de Arakán estaba matando ilegalmente a civiles, expulsándolos de sus casas y dejándolos expuestos a ataques, acusaciones que el grupo niega. Estos ataques contra rohinyás se suman a los ataques aéreos indiscriminados de las fuerzas armadas de Myanmar que han causado muertes tanto de civiles rohinyás como de miembros del grupo étnico rakáin.

Muchas personas rohinyás que se dirigían a Bangladesh huyendo de la violencia, incluidos niños y niñas, se ahogaron cuando cruzaban en barco.

Las expulsiones de Bangladesh agravan los problemas de la comunidad rohinyá

Las personas entrevistadas por Amnistía Internacional en Bangladesh habían huido hacía poco tiempo del municipio de Maungdaw, en el norte del estado de Rakáin, que el Ejército de Arakán intentaba arrebatar a las fuerzas armadas de Myanmar tras haber tomado el municipio de Buthidaung en mayo.

Muchas eran sobrevivientes de un ataque de dron y mortero el 5 de agosto a orillas del río Naf, que separa Myanmar de Bangladesh.

Todas las personas entrevistadas recalcaron que su mayor urgencia era acceder a servicios básicos en el campo, lo que incluía ayuda humanitaria, refugio, dinero, seguridad, alimentos y asistencia médica.

Además, les aterrorizaba que las enviaran de vuelta a Myanmar. Sin embargo, Amnistía Internacional comprobó que las autoridades de fronteras bangladeshíes han devuelto a rohinyás que huían de la violencia, en incumplimiento del principio internacional de no devolución (non-refoulement), que prohíbe devolver o trasladar personas a un país donde corren peligro de sufrir violaciones graves de derechos humanos.

Un hombre rohinyá de 39 años contó a Amnistía Internacional que había huido de Maungdaw con su familia el 5 de agosto de 2024. A primera hora del 6 de agosto, su barco estaba cerca de la costa de Bangladesh cuando empezó a hacer agua y finalmente volcó. Residentes del lugar le contaron más tarde que la guardia de fronteras bangladeshí les había impedido ayudar.

“Había guardias de fronteras en las inmediaciones, pero no nos ayudaron”, dijo.

Contó que se había desmayado y había despertado en la playa, junto a los cadáveres arrastrados por el agua hasta la orilla. Luego se enteró de que sus seis hijos, de entre 2 y 15 años, se habían ahogado. Dijo que su hermana también había perdido seis hijos.

Casa destruida y árboles quemados tras los combates entre el ejército de Myanmar y el Ejército de Arakán.
Una casa destruida y árboles quemados tras los combates entre el ejército de Myanmar y el grupo armado Ejército de Arakán en una aldea del municipio de Minbya, en el estado occidental de Rakáin. (Foto de STR/AFP via Getty Images)

La guardia de fronteras de Bangladesh detuvo al hombre. La noche siguiente, él y varios más fueron enviados de vuelta a Myanmar, donde buscaron otro barco y regresaron. Según cálculos verosímiles, este año ha habido más de 5.000 casos de devolución, con un repunte tras los ataques del 5 de agosto.

“Enviar a personas de vuelta a un país donde corren peligro real de muerte no sólo es una violación del derecho internacional, sino que además obliga a la gente a asumir más riesgos en el trayecto para evitar ser detectada, como viajar de noche o emprendiendo rutas más largas”, ha dicho Agnès Callamard.

Las personas rohinyás que han logrado llegar a campos de refugiados viven de la generosidad de sus familiares allí. Las recién llegadas, en particular, contaron con preocupación que no podían inscribirse en el registro del organismo de la ONU para personas refugiadas para poder recibir apoyo esencial. Como consecuencia, muchas se quedan sin comer y temen salir del campo por miedo a ser deportadas, incluso aunque necesiten asistencia médica.

Las personas entrevistadas mencionaron también el deterioro de la seguridad en los campos, principalmente debido a la presencia de dos grupos armados rohinyás: la Organización Rohinyá por la Solidaridad y el Ejército de Salvación Rohinyá de Arakán. La voluble dinámica del conflicto en el estado myanmaro de Rakáin ha llevado a algunos activistas rohinyás a alinearse con la junta militar de Myanmar. Por ello, personas rohinyás refugiadas en Bangladesh temen que ellas mismas o miembros de su familia sean secuestrados para su retorno forzoso y reclutamiento para combatir allí.

La inmensa mayoría confiaba en lograr el reasentamiento en un tercer país.

“Vivimos con el temor constante a tener que desplazarnos porque no tenemos documentación de ninguna clase. Acabamos de llegar aquí, y también hemos oído que están secuestrando a gente”, dijo una mujer de 40 años.

“El gobierno provisional de Bangladesh y las organizaciones de ayuda humanitaria deben trabajar juntas para garantizar a estas personas el acceso a servicios esenciales como alimentación, refugio adecuado y asistencia médica”, ha afirmado Agnès Callamard.

“Además, Bangladesh debe garantizar que no devuelve a nadie a un conflicto cada vez mayor. Mientras, la comunidad internacional debe redoblar sus esfuerzos proporcionando fondos y asistencia a quienes residen en los campos para personas refugiadas.”

En una reunión con Amnistía Internacional, los representantes de Bangladesh rechazaron las denuncias de que estaban llevando a cabo devoluciones, aunque afirmaron que la guardia de fronteras “intercepta” a quienes intentan cruzar la frontera. Asimismo subrayaron que el país ya no puede alojar a más personas refugiadas rohinyás.

Abusos perpetrados por el Ejército de Arakán y las fuerzas armadas de Myanmar

Las fuerzas armadas de Myanmar persiguen a los miembros de la comunidad rohinyá desde hace décadas y llevaron a cabo expulsiones masivas en 2017. En la actualidad los obligan a ingresar en el ejército en cumplimiento de la legislación nacional sobre el servicio militar. Según informes, las fuerzas armadas de Myanmar han alcanzado un acuerdo informal de “paz” con la Organización Rohinyá por la Solidaridad, antiguo grupo armado rohinyá que ha resurgido en los últimos meses. Esta compleja evolución de los acontecimientos ha avivado aún más las tensiones entre la comunidad rohinyá y los miembros del grupo étnico rakáin, a quienes el Ejército de Arakán pretende representar.

Debido a la intensificación de los combates en todo el país, se acumulan las denuncias sobre abusos cometidos por los grupos armados enfrentados a las fuerzas armadas. Muchas personas rohinyás describieron las fatales consecuencias de estar atrapadas entre ambos bandos.

“Cada vez que hay un conflicto, nos matan”, dijo una persona rohinyá entrevistada por Amnistía.

Un comerciante de 42 años contó que, el 1 de agosto, munición de origen desconocido impactó en el exterior de su casa de Maungdaw y mató a su hijo de 4 años. El 6 de agosto, el Ejército de Arakán —a cuyos combatientes identificó por sus placas— irrumpió en su pueblo, en Maungdaw, y reubicó a todas las familias hindúes y budistas en otra zona que afirmaban que era segura, mientras que a las familias rohinyás las dejó allí.

Tanto el Ejército de Arakán como el ejército de Myanmar deben respetar el derecho internacional humanitario.

“Empezaron a causar disturbios en el pueblo [usándolo como base para lanzar ataques], lo que nos obligó, a las familias musulmanas, a marcharnos el 7 de agosto. Éramos el único grupo étnico que quedaba en el pueblo. Aparentemente, lo hicieron a propósito”, dijo.

Contó que, cuando más tarde buscó refugio en el centro de Maungdaw, el 15 de agosto, vio a francotiradores del Ejército de Arakán disparar contra dos civiles rohinyás. “Vi al Ejército de Arakán disparar y matar en el acto a una mujer cuando se dirigía a un estanque para recoger agua […] Otro hombre que estaba sentado fumando delante de su casa también murió en el sitio de un disparo en la cabeza.”

En respuesta a las preguntas de Amnistía Internacional, el Ejército de Arakán afirmó el 13 de octubre que tales acusaciones eran infundadas o inverosímiles. Dijo que había emitido avisos para que la población civil saliera de Maungdaw con antelación a sus operaciones y había ayudado a evacuar a la población, y que sus soldados tenían orden de distinguir entre civiles y combatientes y eran objeto de medidas disciplinarias si incumplían la orden.

Desde finales del año pasado, Amnistía Internacional también ha documentado ataques aéreos de las fuerzas armadas de Myanmar que han matado a civiles y destruido infraestructuras civiles en el estado de Rakáin. Este año, el impacto del reclutamiento de rohinyás para servir en las fuerzas armadas de Myanmar se suma a la discriminación y el apartheid sistémicos e históricos que ya sufre el pueblo rohinyá.

“Me sentí fatal al ver que nos estaban involucrando en su lucha aunque no teníamos nada que ver. Pensé que estaban sentando las bases para hacernos matar”, explicó un comerciante de ganado de 63 años.

Familias aniquiladas

El 5 de agosto de 2024, la intensidad de los bombardeos y tiroteos entre las fuerzas armadas de Myanmar y el Ejército de Arakán obligó a decenas de personas que vivían en Maungdaw a buscar refugio en casas más robustas cerca del río Naf, frontera con Bangladesh.

Recordando ese día, el comerciante rohinyá manifestó que el Ejército de Arakán estaba “acercándose al pueblo, conquistando los pueblos de alrededor […] desplegaron drones en el cielo y los tuvieron ahí alrededor de una hora, y con esos drones podían soltar bombas por control remoto cuando y donde quisieran. Mataron a muchísimas personas”.

Esa tarde, muchos recordaban haber visto un dron y oír múltiples explosiones. El comerciante de ganado dijo que había oído entre 8 y 10 estallidos, y que las bombas explotaban “incluso antes de tocar el suelo”. Vio un pequeño dispositivo aéreo no tripulado volando cerca de la multitud, semejante un ‘dron redondeado’ con algo instalado debajo.

Explicó que su esposa, su hija, su yerno y dos de sus nietos resultaron muertos y que su nieta menor, de un año de edad, resultó herida de gravedad y hubo que amputarle la pierna izquierda a la altura de la rodilla en Bangladesh.

Un grupo de aproximadamente 250 rohinyás que huyeron a Bangladesh desde Myanmar hacen cola después de ser retenidos en un edificio de Cox’s Bazar. Foto: Shafiqur Rahman

Una mujer de 18 años de Maungdaw contó que había perdido a su padre, su madre y dos hermanas, de cinco y siete años, en la explosión. En el momento del ataque, su padre llevaba a una de sus hermanas y su madre llevaba a la otra. Cuando llegaron a primera hora de la tarde a la costa de Maungdaw buscando un barco para pasar a Bangladesh, hubo una explosión.

“Nos refugiamos rápidamente en el barro, agachados en el agua embarrada, y cayó otra bomba, que mató a mis padres, mis hermanas y muchos más”, contó. “Lo vi todo con mis propios ojos: mis padres y mis hermanas murieron al ser alcanzados por la metralla de la bomba.”

Aunque no había visto ningún dron, la joven dijo que la “gran bomba” que había matado a su familia “vino volando”. Ese sonido la atormenta desde entonces. Contó que había visto unos 200 cadáveres en la playa, el mismo número mencionado por otra de las personas entrevistadas.

Prácticamente todas las personas con las que habló Amnistía dijeron que habían perdido al menos un familiar al intentar huir de Myanmar. Historiales médicos de los días posteriores al ataque consultados por Amnistía Internacional muestran tratamiento a personas por heridas de explosión de bomba a su llegada a Bangladesh. Desde agosto se ha observado un brusco aumento de los tratamientos por heridas de guerra a personas que huían de Myanmar.

En su respuesta a Amnistía Internacional, el Ejército de Arakán afirmó que los principales responsables probablemente eran las fuerzas armadas de Myanmar o grupos armados afines, y que testigos y sobrevivientes podían estar afiliados a grupos extremistas.

“El Ejército de Arakán debe permitir que se lleve a cabo una investigación independiente, imparcial y efectiva sobre las posibles violaciones de derechos humanos cometidas durante sus operaciones. Tanto el Ejército de Arakán como las fuerzas armadas de Myanmar deben acatar el derecho internacional humanitario”, ha dicho Agnès Callamard.

“Seguiremos pidiendo al Consejo de Seguridad de la ONU que remita toda la situación de Myanmar a la Corte Penal Internacional.”

Contenido relacionado: